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La música de la amistad

6 de agosto de 2013

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Hace ya varias décadas, cuando comenzaba a desarrollar mi pasión por la música de conciertos, dije a mi padre que la música de cámara me parecía algo muy menor y secundario si se comparaba con las grandes construcciones líricas: óperas, oratorios y las sinfónicas. Mi progenitor me replicó que esa era la visión que tenía el público menos entrenado en el arte sonoro, pues los que ya tenían experiencia en él, sabían apreciar el repertorio de cámara como una auténtica exquisitez, algo destinado a los paladares más entrenados. Con los años vine a darle la razón y hace pocos días he vuelto a recordar esa conversación al asistir en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís a la presentación de Solistas en concierto para música de cámara, una auténtica sesión del arte sonoro hecho entre amigos, gracias a la iniciativa de clarinetista cubano Lester Alexis Chio, quien actualmente desarrolla su carrera en Francia.
Lo primero que me llamó la atención fue el programa, muy bien escogido en su variedad de épocas y estilos que va desde el inicial “Trío para piano, clarinete y viola” KV 498, compuesto por Mozart en 1786 y al que se conoce como “Trío de los bolos” porque se supone que el autor fue esbozándolo en la misma pieza donde se celebraba un juego de estos, hasta obras compuestas en fecha cercana como el Trío de Nino Rota y la Disco tocata del creador francés Gillaume Connesson.
A la vez, es preciso elogiar la capacidad de Lester para convocar a artistas jóvenes pero capaces de trabajar con una seriedad y profesionalismo admirables, es el caso de la pianista Karla Martínez, a quien habíamos escuchado en otras ocasiones como una excelente solista pero que ahora nos mostró sus dotes en el manejo del instrumento en función de concertar su desempeño con la labor de sus colegas, para lograr una ejecución dotada de un empaste único; así mismo es preciso destacar las dotes interpretativas de la violista Anolan González, temperamental y capaz de obtener de su instrumento una sonoridad brillante y a la vez aterciopelada, de un lirismo muy personal, que demuestra un talento nada común.
Mención aparte merece la soprano Bárbara Llanes quien mostró una especial versatilidad, primero al interpretar dos conocidas arias de La Traviata de Verdi con acompañamiento para conjunto de cámara y luego en su ejecución del lied El pastor sobre la roca de Franz Schubert. En cada caso supo lucirse a partir de su conocimiento de las diferencias estilísticas entre estas dos obras y su vencimiento de las diversas exigencias técnicas que ellas plantean, sin divismo y siempre muy en comunión con la labor de sus colegas.
De Lester habría que elogiar su inquietud artística, su voluntad de romper moldes que lo lleva lo mismo a ejecutar esas piezas ultrarrománticas de Max Bruch que los juegos sonoros derivados de la “música disco” de la obra de Connesson, sin olvidar su desempeño en la pieza que cerró el concierto: la Obertura sobre tema hebreo de Serguei Prokofiev. Sin embargo yo preferiría destacar sobre todo su capacidad para congregar, su voluntad de ofrecer espacios como este donde la amistad y el espíritu de colaboración propician encuentros memorables.
Si alguien entró a la Basílica con reservas sobre la importancia de la música de cámara, seguramente volvió a la calle con su opinión cambiada. Asistimos a una ofrenda musical excepcional, seguramente una de las más notables de este verano en La Habana.

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