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La Manzana de Gómez II

22 de marzo de 2017

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Manzana o Pasaje de Gómez, finales del siglo XIX

 

Sería este otro aventajado comerciante, Don Andrés Gómez Mena, quien concluye la fabricación del primer cuerpo de lo que sería, a partir de ese momento, la llamada “Manzana de Gómez”. El propio Gómez Mena, en Escritura del 10 de marzo de 1894, declaró que vivía en la manzana central de su nombre, la cual había adquirido en fábrica y concluido a sus expensas en dicho año. Terminando el edificio comienza a arrendarlo por locales, y el primer contrato lo hace con Doña Josefa Díaz y Machado, viuda de Aedo.
Esta señora alquila el área de las puertas 4, 5 y 6, entrando por la calle Zulueta, para ubicar en estos locales una peletería y sus anexos. Así, La Bomba, se convertía en el primer establecimiento comercial instalado en la Manzana. A esta parte arrendada le correspondía una puerta al fondo con salida al pasaje comercial. Adviértase, que en esta Escritura de 1894, ya se menciona el pasaje comercial, diseño en planta del edificio que lo ha hecho tan particular y llamativo en todos los tiempos, y que fue concebido desde el proyecto iniciado por Tomé y continuado para Andrés Gómez Mena. ¿Pretendía esta obra ponerse a tono con las construcciones de este tipo, erigidas en las ciudades europeas más importantes?
Los pasajes comerciales implantaron, en la Europa del siglo XIX, una arquitectura original a la vez que crearon nuevos modelos de relación social y comercial. Los primeros pasajes fueron los de París y al terminar la centuria fue rara la ciudad europea de cierta importancia que no poseyera una galería comercial. Las mismas se construyeron para conectar, cruzando un edificio, dos puntos de una zona urbana, y generalmente se cubrieron con bóvedas acristaladas, lo que las protegía de las adversidades climáticas y del tráfico.

 

Manzana de Gómez, 1895

 

En los pasajes comerciales se ofrecía una amplia y variada gama de objetos exhibidos en vitrinas, que competían ante los ojos del paseante-comprador, pues a estos sitios no solo se venía a comprar, sino también a “pasear y codiciar”. La luz que se filtraba por sus cubiertas acristaladas hacía muy  placentero su recorrido. Y de noche, primero con lámparas de gas y luego con la electricidad, igual transmitían una atmósfera acogedora. Poco a poco, se le fueron incorporando actividades complementarias como café, restaurant y música que, entre otros atractivos, inducían al ciudadano a transitar por su interior.
El pasaje comercial se construyó como una estrategia para conquistar a vendedores y compradores para acercarse a las nuevas instalaciones. Se pensaba que de ese modo se podía atraer hacia allí un flujo más grande de clientes al crear otro tipo de servicios que dinamizarían  espacios hasta ese momento carentes de atractivo comercial.

 

La Bomba. El Fígaro, 1894

 

Sea española y/o afrancesada la influencia del futuro pasaje comercial habanero, lo cierto es que la Manzana de Gómez se acercaba con sus pretensiones a las llamadas galerías comerciales de la época. Al igual que estas, se concibió con vías interiores completamente cubiertas y abiertas solo al tráfico peatonal, en las que se reunían diversos establecimientos comerciales, que muchas veces convergían en una rotonda. Acaso sin el lujo en la decoración de las bóvedas de cristales o de los materiales constructivos empleados en las europeas, la Manzana de Gómez posee la originalidad de que sus galerías interiores la cruzan diagonalmente formando una plazoleta o pequeño patio central. Asimismo, fue uno de los sitios que ejerció mayor atracción, a mitad de camino entre el recorrido de las calles comerciales de Obispo y O’Reilly y la de San Rafael. Al proveerla de luz eléctrica a finales del siglo  XIX, se hizo más notable por su actividad nocturna.

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