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La leyenda del Indio Bravo

4 de enero de 2013

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El Indio Bravo

La ciudad de Camagüey, otrora Santa María de Puerto Príncipe, celebró el pasado 2 de febrero los 499 años de su fundación y comienzan ya los preparativos para los especiales festejos por su medio milenio de existencia el año venidero. Tales conmemoraciones me han traído a la memoria una vieja leyenda de ese territorio.
Corría el año 1800. En la jurisdicción de Puerto Príncipe apareció un bandolero singular, que a diferencia de otros conocidos, no tenía al parecer nombre ni apellido. Todos le llamaban el “Indio bravo” aunque no fuera descendiente de aborígenes, asociándolo con las fechorías que poco antes habían realizado en las afueras de La Habana ciertos indios yucatecos traídos a la Isla en condiciones de esclavitud. No parecía ser un simple ladrón de fincas y sacrificador de ganado. Tampoco era un salteador de caminos, con el trabuco terciado, listo para despojar de sus cuartos a algún opulento hacendado que se cruzara en su camino.
De boca en boca comenzaron a correr los rumores más extraños: se le suponía dotado de fuerza excepcional y crueldad primitiva. Según algunos tenía una destreza especial en el uso del arco y la flecha, armas ya olvidadas, aún en un sitio tan tradicional como Puerto Príncipe.  Se murmuraba que dejaba tras de sí una estela de reses, muertas o vivas, pero todas con las lenguas arrancadas, pues de ellas se alimentaba esencialmente el depredador.
Pronto los rumores subieron de tono, se comentaba que el asaltador era un caníbal y que se robaba los niños para alimentarse con ellos o simplemente para devorar su corazón y beber su sangre. En la ciudad las mujeres recogían a los niños antes del oscurecer y las trancas y pestillos parecían pocos para protegerse del fantasmal bandolero. Comenzaron a decaer las visitas y fiestas y según los viejos, aún los festejos del San Juan comenzaron a suspenderse pues no estaba el ánimo para diversiones.
En 1801 el Ayuntamiento prometió gratificar con 500 pesos – cifra elevadísima en esa época-  a quien capturara al bandido. Pero había pocas esperanzas. En junio de 1804, el bandido secuestró al niño José María Alvarez González, hijo de un vecino principal de la Villa, posiblemente para reclamar un rescate, pero todos dijeron que era para devorarlo… y esto, unido a la fuerte recompensa, sirvió para apresurar la persecución del criminal. Éste fue atrapado y muerto el 11 de junio de ese año por vecinos de la finca Cabeza de vaca, llamados Don Serapio de Céspedes y Don Agustín Arias. Se ha dicho que fue un esclavo de éste último quien en realidad dio muerte al delincuente, pero que por su condición no tuvo parte en la recompensa pecuniaria, a pesar de la intervención a su favor del Alcalde ordinario Santiago Hernández. Como puede apreciarse, la injusticia quedó intacta.
Según la tradición, el cadáver del Indio llegó a la Villa en medio de la noche, pero las campanas fueron echadas al vuelo y  de inmediato comenzaron espontáneamente las fiestas del San Juan, suspendidas desde hacía años.
Nadie supo jamás cuál era el nombre real del supuesto Indio, ni de donde procedía, pero su romántica condición de rebelde solitario fue asociada décadas después con el enfrentamiento de los patriotas contra la metrópoli española, de ahí que el periódico clandestino que un grupo de jóvenes, encabezados por Raúl Acosta León, fundara en Puerto Príncipe en 1893, preparándose para la nueva etapa de lucha independentista, tuviera por nombre “El Indio Bravo”.

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