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La intuición

22 de julio de 2016

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La semana pasada dediqué este espacio a la “brújula interna”, lo que nuestro cuerpo visceralmente siente ante determinadas situaciones y que como brújula al fin y al cabo nos indica algo. Hoy trataré sobre un tema que puede parecer similar y que tal vez algunos de mis lectores pueden haberlo comparado con la brújula interna y me refiero a la intuición. Debo ser honesta desde un inicio y decirles que yo no creo en la intuición, o por lo menos no creo en el criterio bastante generalizado de los que la consideran como un “don anticipatorio”, o una especie de hipersensibilidad para reconocer, predecir que algo va a suceder porque algo se lo está diciendo. Me perdonarán los que sí creen en esto porque para mí es pura charlatanería, ya que si partimos del hecho –en el que yo creo firmemente– que el futuro no está escrito, sino que cada uno de nosotros lo construimos entonces resulta imposible que alguien pueda “intuirlo”.
Es por esta razón que coincido con quien dijo que “una decisión intuitiva no es más que un análisis lógico efectuado a nivel inconsciente… en el que, de algún modo, el cerebro calibra todas las posibilidades hasta dar con una decisión ponderada que nos permite determinar la acción más correcta”. Ciertamente existe algo denominado “sensibilidad intuitiva instantánea” que puede ser considerado como un vestigio de un primitivo (primitivo en términos de los albores de la humanidad y del hombre recién estrenado como tal) y esencial sistema de alarma cuya función consistía en advertirnos del peligro y que sigue existiendo o sobreviviendo en estados emocionales como la desconfianza, sospecha, temor, recelo, duda, cuidado, preocupación.
Cuando las personas se encuentran ante una situación de peligro u otra similar por ser nueva, desconocida, hace que nuestro “radar” o sea, todos nuestros sentidos, sumados a la experiencia personal, a la comparación con otras situaciones similares que hayamos podido vivir, hace que estemos alertas y nos permita advertir que algo no funciona adecuadamente. En particular, personas que se dedican a profesiones relacionadas con la seguridad –policías, bomberos, agentes de seguridad personal– tienen además desarrollado por entrenamiento ese “radar” que los alerta del peligro, como puede ser por ejemplo los custodios de transporte de dinero que ven en un cambio, en el tránsito del camino que se recorre, ya sea por mayor cantidad de autos, personas, embotellamiento, personas en las calles, etc., un posible ataque; o los bomberos a través del olfato (oler gas u otro combustible) prever un incendio, mientras que los demás mortales que no sabemos nada de uno u otro asunto ni cuenta nos damos de nada.
Como se habrán dado cuenta hay una relación entre la intuición y las sensaciones viscerales, ya que ambas se complementan para convertirse en indicadores que nos permiten captar determinadas señales, mensajes porque tenemos un almacén interno y personal de recuerdos emocionales, desarrollado por el entrenamiento –ya sea profesional como personal– y que se convierte en un patrimonio personal de sensatez y conocimiento para llegar a conclusiones acertadas y sus consecuentes conductas preventivas. Y de esto sabemos bien las madres, ya que desarrollamos esta habilidad de reconocer en la cara de un hijo si se siente mal, si ha tenido un fracaso amoroso e incluso aventurar que en pocas horas va tener una gripe. Pero no es nada mágico ni una capacidad especial que tienen solo algunos “elegidos”, sino es un análisis rápido y acertado de estímulos que provienen del exterior y se comparan con experiencia acumulada.

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