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La inmolación del idioma

5 de abril de 2014

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abuelasLa curiosidad saciada de la nieta aprobó el nuevo entretenimiento de la abuela, aparte de sus alquimias cocineras. Había enviado catorce cartas a sus antiguas compañeras de aquella escuela para niñas pobres sostenida por unas monjas. Tomó las direcciones de una vieja libreta forrada de un fuerte papel desconocido. La anciana le aclaró que era papel de estraza y que en él se envolvían la manteca, los frijoles, el arroz. Aquel mundo antiguo de setenta años atrás, extasiaba a la nieta y desde que por arte de magia arribó la primera respuesta, supuso que vendrían las otras pues las direcciones resguardadas en aquel papel, mantendrían paralizadas en sus casas a las poseedoras de tales direcciones.
Llegó una segunda respuesta. Establecida la complicidad entre la anciana y la descendiente, la primera accedió a leerla junto a ella. Y sin esta decisión, nunca podría hacerlo. Las letras escapaban a la avidez de sus ojos. Eran irregulares en tamaño y forma e incapaces de seguir una línea recta aunque estaban estampadas en una hoja de libreta rayada.  A la nieta le sería fácil desentrañar la jerigonza por ese extraño lazo unidor de las generaciones.
A la primera vista, la destinataria comprendió que no estaba escrita por su amiga de la infancia. Y por si fuera poco, la desencantó esa caligrafía desencajada. No comenzaba el escrito como deben comenzar todos los escritos en una misiva. Faltaba el “respetada”, ya que no se conocían y era inaceptable el “estimada” y mucho menos un “querida”. Ni siquiera un “señora”. Se encabezaba con su nombre como si la escribiente gozara de su confianza.
La nieta para librar a su segura compañera en edad, calló las faltas de ortografía, pero no pudo remediar las incongruencias entre sujeto y verbo y otros atentados contra el idioma materno. Precisamente por la fuerza expresiva de ese idioma español, el significado revelador de los sentimientos logró traducirse.
Escribía la bisnieta de la antigua compañera de clases. Contaba que la vieja le había hablado de aquella escuela en que las llevaban muy recio las monjas, pero que le enseñaron a hacer inventos con cualquier cosa, que la vieja le hacía adornos para la cabeza que dejaban con la boca abierta a las amigas. Que la vieja estaba tirada en la cama desde hacía meses porque le dio una cosa que ella no sabía bien qué era. Que ella era la que la cuidaba porque su madre no podía dejar el trabajo. Y a ella le gustaba cuidarla porque siempre estuvo pegada a ella porque nunca tuvo padre y la madre trabajó duro siempre para mantenerlas y la otra abuela se largó. Que ella la bañaba, le preparaba la comida, se la daba. La vieja no podía mover las piernas y un brazo pero entendía todo y ella era la única que entendía lo que hablaba porque ahora hablaba raro. Que le leyó la carta y la vieja se alegró porque parece que se acordó de algo. Que le siguiera escribiendo.
Nieta y abuela se miraron al lograr la primera traducir todo el texto. Las dos asintieron que aunque el conocimiento del español le faltaba a aquella adolescente lejana, le sobraba el amor hacia la abuela enferma.

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