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La historia de Antonio y su talento

2 de junio de 2017

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Hombres tristes 5

 

Aunque se habla bastante de la importancia de la inteligencia emocional, se estudia y se investiga, por ser un campo científico reciente –30 años no es nada en términos de ciencia–, hay mucho, muchísimo que descubrir, ya que es de tanta utilidad para todos en nuestras vidas que tenemos que seguir adelante los que nos dedicamos a trabajar este tema. Ya lo he dicho antes: es un tema que tiene características de doble impacto; para las ciencias y el sistema de conocimientos teóricos y prácticos de la psicología, y de la misma manera para todos y cada uno de los seres humanos que habitamos el planeta tierra, porque nos es muy necesario y nos ayuda en la vida y en cada una de sus facetas, y si por fin hay extraterrestres, me aventuro a decir que también les sería muy bueno tener un correcto alfabetismo emocional.

Una de las utilidades que tiene ser emocionalmente inteligente es su carácter predictivo, o sea, el éxito en la obtención de una meta puede ser potenciado en gran medida por el desarrollo de las competencias emocionales que tiene una persona, aún cuando tenga otras cualidades propias para un trabajo específico. Por ejemplo, Antonio posee una excelente inteligencia viso espacial, esa que le permite pensar y proyectar en tres dimensiones, junto con habilidades manuales que le permitieron estudiar pintura y escultura, y se ha esforzado mucho durante años, estudiando y trabajando; pero tiene una mala capacidad para aceptar las críticas, enojándose porque cree que los demás lo hacen para disminuir su talento y eso se vio desde que estudiaba. Esto le ha traído no pocos problemas porque los profesores no estaban dispuestos a aceptar la mala cara que ponía cuando se le señalaban defectos y eso impidió que les enseñaran más, así que se podrán imaginar que no tuvo nada de empatía con sus compañeros, y sus habilidades sociales han sido prácticamente nulas. Ahora que es ya un profesional, hizo su primera exposición, y en proceso de preparación no faltaron las contradicciones con el curador, y yo, que conozco a distancia a este joven, le pronostiqué el fracaso. Lamentablemente así fue, porque las críticas especializadas declararon que faltaba rigor –recuerden que en las escuela, el mal manejo de sus emociones fueron una barrera para un aprendizaje mejor–, y que los cuadros en exhibición no tenían un equilibrio, ni mostraban suficiente madurez. Las personas me preguntaron si yo era adivina, porque este joven desde pequeño mostró un gran talento para la pintura y no le faltó la dedicación de los padres para que estudiara y aprendiera. Aunque para mí sería muy bueno el tener fama de adivina –tal vez pudiera comprarme una bola de cristal, una capa llena de estrellas y así poner un negocio lucrativo–, por respeto profesional y, fundamentalmente, por respeto a las personas, lo único que hice fue explicarles lo mismo que escribí en este artículo, agregando que poseer un buen desarrollo de las competencias emocionales, potencia los otros talentos en cualquier tipo de actividad laboral, porque un vendedor de tienda tendrá mayor éxito en la medida que sea empático; un maestro debe ser hábil en las relaciones interpersonal con sus estudiantes; un jefe tiene que ser buen líder. Y no es que una sola de las competencias emocionales sea la más importante para una profesión, sino que en realidad hay que tener muchas más, empezando por el autoconocimiento de nuestro repertorio emocional; cuáles son las formas en que las expresamos; la utilidad de las mismas para estar en condiciones de entender las de los demás y ponerlas en función de nuestros pensamientos y acciones.

Es admirable y maravilloso que hayan personas muy talentosas, lo mismo en la música, que en las ciencias, la tecnología y en cualquier oficio manual, pero no es suficiente, sino hay que tener lo que yo le llamo “la parte más humana de los humanos” que son las emociones, su educación y manejo, y en Antonio el problema empezó porque los padres se sentían tan alegres por tener un hijo con cualidades extraordinarias para el arte, que lo trataron como un ser humano por arriba de los demás, sin criterios educacionales lógicos, con extrema permisibilidad, ya que creyeron ese mito de que los artistas son medios locos, temperamentales y expresan sus emociones sin control, o sea, cometieron un gran error, y lo que tienen ahora es un hijo deprimido por el fracaso, así que voy a ver si quiere que le ayude, porque ese es mi trabajo y a mí me gustan los retos.

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