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La higuera, Ficus carica. ¿Qué son los higos? y algo de su historia (I)

6 de marzo de 2023

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higos

«Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…»

 

 

 

Las higueras no florecen de la misma forma que lo hacen otros árboles frutales como los almendros o los cerezos. Desde el punto de vista botánico, el higo es una infrutescencia (un conjunto de frutos), por lo tanto, no es un solo fruto, ¡son varios frutos!

Así que se puede decir que el higo no es una fruta cualquiera porque sus flores se agrupan, como hermanas, dentro de una vaina en forma de pera, allí crecen felices, cada una dando un fruto muy pequeño llamado aquenio, conocidos como pepitas, rodeados de un mesocarpio carnoso y que son los verdaderos frutos de la higuera. Ese conjunto de aquenios la dan al higo esa textura crujiente que tanto gusta. La piel de esa vaina es una capa fina y blanda que va de los colores verde al morado según su grado de maduración y el tipo de higo.

Al conjunto se le da también el nombre de sicono (del latín syconus, y este derivado del griego σῦκον – sŷkon «higo»).​

 

Los higos acompañan al ser humano desde tiempo inmemorial.

 

En Egipto. Se han encontrado jeroglíficos que representan la recolección de este fruto en el interior de la pirámide de Guiza (2570 a. C). El egiptólogo Adolf Erman relata en su obra Aegypten und aegyptisches Leben im Altertum (La vida en el Antiguo Egipto) cómo los egipcios domesticaban monos para recoger los frutos de la higuera.

En la Biblia. Aparecen mencionados en varios libros, por ejemplo: En el libro del Génesis (3:7), Adán y Eva se cubren la desnudez con hojas de higuera, tras ser sorprendidos en pecado. El Profeta Isaías (765 – 695 a. C.) le dijo al rey Ezequías (reinó hacia el 716 -687 a. C.) que usara la masa de los higos, la pusiera sobre sus llagas y este sanó (2 Reyes 20:7).

En el Imperio romano. Galeno (129 – 201/216) recomendaba su uso a los deportistas que participaban en los primigenios juegos olímpicos.

La leyenda dice que Rómulo y Remo fueron amamantados por la loba Luperca bajo una higuera y, por tanto, consideran a este árbol sagrado como mito fundacional de la Roma antigua. Arqueólogos británicos descubrieron restos de higos entre la basura de una gran fosa séptica, bajo un edificio de la antigua Hercolano, sepultada por las cenizas tras la erupción del Vesubio en 79 a. C. Quiere decir que los higos formaban parte de la dieta alimenticia de los romanos. ​

Catón el Viejo (234-149 a. C.) enumera diversas variedades de higueras en su obra De Agri Cultura y cómo proceder a su propagación y trasplante de la higuera.

Uno de los capítulos del libro Apicius, el más antiguo tratado de cocina de la Roma Imperial, tiene unos 1220 año, fue escrito en un monasterio de Fulda, una ciudad al centro de Alemania, en el año 803 y versa sobre la conservación de los higos frescos y otras frutas.

En Asia. Hay referencias de civilizaciones que consumieron el higo antes de su entrada en Europa; un artículo publicado en junio de 2006 en la revista Science constataba el hallazgo de nueve higos subfosilizados fechados alrededor de 9400-9200 a. C. en el poblado neolítico Gilgal I, en el Valle del Jordán, un sitio arqueológico, que data del período Neolítico temprano . El sitio está ubicado a 13 km al norte de la antigua Jericó. Las características y artefactos desenterrados en Gilgal I arrojan importante luz sobre la agricultura en el Levante.  Los higos domesticados más antiguos encontrados se recuperaron de una casa incinerada en el sitio, y se han descrito como provenientes de higueras cultivadas, a diferencia de higueras silvestres. Esto proporcionó a los arqueobotánicos pruebas de que la agricultura pudo haber comenzado mucho antes en el Medio Oriente con personas que domesticaron la higuera unos mil años antes de que lograran hacer lo mismo con el trigo, la cebada y las legumbres; lo que hace retroceder la fecha de la domesticación de la higuera unos 5.000 años antes de lo que se pensaba, y convierte a los higos en el cultivo domesticado más antiguo que se conoce.

Se plantea, que fueron los fenicios los que introdujeron los higos en el Mediterráneo y tras ellos los griegos en Palestina y Asia.

En Grecia. En «El Banquete de los Eruditos» su autor, Ateneo de Náucratis (retórico y gramático griego que floreció entre finales del siglo II y principios del III) refiere, poniendo en boca de Alejandro Magno (356 – 323 a. C) «…pues yo no cedería a nadie el tema de los higos, aunque tuviera que estar colgado de una rama de higuera, ya que soy tremendamente aficionado a ellos. Voy a decir lo que se me ocurre. La higuera, amigos míos, fue para los hombres adalid de la vida pura».

Los atenienses llaman «higuera sagrada» al lugar en el que fue descubierta por primera vez, y al fruto que nace de ella hegeteria» (Hegeteria: Ab Athenienfibus appellatus eft fructus fici, quòd inter fructus omnes antiquitatis princi patum obtinerent. Trad. Hegetería, era llamado por los atenienses al fruto de la higuera, que de entre todos los frutos, de este, los príncipes de la antigüedad obtenían alimento).

Sigue diciendo Ateneo de Náucratis, que, según Antífanes (408 – 334 a. C.) en su obra Homonymoi (personas con el mismo nombre), está el higo del Ática (al sur de Grecia), y ensalza la región del Ática así: ¡Y qué cosas produce la región, superando, Hipónico, a toda tierra habitada: la miel, los panes, los higos! Lo que es higos, ¡sí, por Zeus! los produce en cantidad!

Y luego menciona a Istro (historiador griego activo en el siglo III a. C) que en «Los Áticos» dice que no se exportan del Ática los higos pasos que se producen en ella, para que sus habitantes sean los únicos en disfrutarlos.

 

Los dejo con Juana de Ibarbourou

 

La Higuera

Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.

En mi quinta hay cien árboles bellos,
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.

En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca
de apretados capullos se viste…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado,
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:
«Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto».

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente:

¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

 

Recordemos que… “La naturaleza inspira, cura, consuela, fortalece y prepara para la virtud al hombre”. Solo hay un modo de que ella perdure: respetarla y servirle.

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