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La heredera de los libros

26 de febrero de 2022

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aa94894d9cc43aba97b1a43c0093985bEstá frente a la puerta y duda en tocarla. La mirada escapa hacia otra puerta, la del apartamento de al lado. Y con la mirada quiere escapar ella. Allá la recibirá una sonrisa y el anciano tratará de quitarle la carga. De la cocina saldrá la voz invitadora de la limonada, pero advirtiendo siempre que después de la ayuda a la mamá. Porque esa anciana le repetía “que la madre la quería, pero que no tenía tiempo ni para ser madre”. Más que por cumplir con el consejo, no tocará a la puerta de los viejitos porque viene de la cola. Y ella los debe cuidar.
Con catorce años no bien desarrollados, la carga de los mandados al hombro, los tres pisos de la escalera y el calor veraniego, la respiración se queja. Frente a esta puerta, su puerta, le abrirá la madre. No le quitará la jaba del hombro, ni le dirá una palabra. Volverá a la cocina en que la esperará. Ella atravesará la sala y ni su padre y los hermanos la mirarán. Continuarán sumergidos en algún filme en que la sangre roja de los degollados aparentará saltar sobre ellos.
Dejó la jaba en la cocina y corrió al lavadero. Se lavó la cara, los brazos, se restregó las manos. Dejó el nasobuco en remojo. Desearía bañarse, quitarse esa ropa. Nadie guardaba distancia en la cola. Sabía ya que todos estaban vacunados. Pero sabía también que los científicos decían que era una nueva normalidad y había que continuar cuidándose. Sin hablar, la madre le indicó las papas. Y comenzó a pelar las papas, pero no estaba allí. En el apartamento continuo le enseñaron un truco. Imaginar cosas agradables mientras las manos hacen lo desagradable. Y se ve en un aula rodeada de pequeñitos porque se hará maestra como los viejitos vecinos. Y le enseñará a los niños a ayudar a sus hermanas, a todas las niñas, a respetarlas. Y también respetar a las madres. No gritarles como le grita el padre. Por lo menos, está segura de que el padre no se opondrá a que continúe estudiando porque así empezará enseguida a trabajar. Lo único que le preocupa es que se vaya con un novio y regrese embarazada.
Ella es la última en bañarse y le toca secar el charquero hecho por los demás. Antes se fajaba con los hermanos, ya no. Ellos comerán primero y la madre le guardará lo suyo en la cocina. Lo devoraría rápido y la ayudaría a terminar de fregar. Después, estaría libre y visitaría a los viejitos, mientras la llenan de burlas los hermanos. Pero a ellos les conviene. Siempre regresa con un plato de dulce casero.
Los rostros alegres la reciben con la pregunta de orden. ¿Cómo te fue en la secundaria? Ella enseña los libros y va directo a la mesa. Junto a ellos, hará las tareas. No les hacen falta las computadoras ni Internet para ayudarla con las explicaciones. Porque las preguntas, debe contestarlas ella con sus propias palabras. Esas palabras aprendidas en este hogar de viejos maestros jubilados. En la secundaria se asombran de que ella, la más pobre, tenga tan buenos repasadores. Y hasta le preguntan qué cuanto le cobran.

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