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La Fuente de la India (I)

20 de diciembre de 2021

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Fuente de la India en 1839

Fuente de la India en 1839

 

Hay quienes aseguran que el primer indicio de su buena fortuna fue su obstinación frente a los fuertes vientos que soplaron la víspera de su inauguración que, habiendo derrumbado casas y arrancado árboles, no le provocaron el menor quebranto ni siquiera al ligero manto que la cubría.

Realidad o leyenda, lo cierto es que La Fuente de la India o de la Noble Habana, como también se le llamó, es una representación alegórica de la ciudad, que encarna la imagen de la india Habana, en cuyo honor fue nombrada la villa.

Iniciativa del intendente de hacienda, el cubano Don Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, este complejo escultórico, realizado en Italia, fue inaugurado el 15 de febrero de 1837, como respuesta de la oligarquía criolla frente al Plan de Obras Públicas promovido por el capitán general Miguel Tacón, de quien se decía gobernaba la Isla a taconazos.

Ejecutada por el artista italiano Guiseppe Gaggini, al igual que de la Fuente de los Leones, en la Plaza de San Francisco, la hermosa escultura de la joven indiana fue emplazada al final del Paseo de Extramuros o Paseo de Isabel II (hoy Paseo del Prado), cerca del antiguo Campo de Marte, dándole la espalda, y no por casualidad, a la llamada puerta de Tacón, mirada con muy malos ojos por los criollos.

Por cierto, al decir de algunos historiadores, si un símbolo dejó Tacón de sus planes constructivos fue, sin duda, la cárcel de La Habana, inaugurada como la mayor de América Latina.

 

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No pasó mucho tiempo para que la majestuosa joven indiana, sentada en su trono, resguardada por cuatro delfines, cuyas lenguas son fuentes que expulsan agua sobre unas enormes conchas que forman su base, se convirtiera en el símbolo más popular de la capital cubana.

Explica con mucha razón el arquitecto Severino Rodríguez Valdés que, aunque varias fuentes habaneras decimonónicas pudieran parecer modestas si se comparan con sus homólogas monumentales europeas, varias de las nuestras son dignas también de figurar en los principales paseos de cualquier urbe por el mérito artístico de sus esculturas y la calidad de sus blanquísimos y finos mármoles. Entre ellas, destaca, por derecho propio, la Fuente de la India. Sin embargo, en su día, algunos le reprocharon a su autor, lo paradójico de modelar a una indígena con rasgos griegos.

No tuvieron en cuenta sus detractores que la hibrida solución de factura neoclásica no solo portaba en la cabeza una corona de plumas y, sobre el hombro izquierdo, el carcaj repleto de flechas pues como firme habanera que es , no duda en llevar en la mano derecha el escudo de armas de la ciudad y en la izquierda, una cornucopia con frutas de nuestra tierra, coronadas por una criollísima piña, hecho poco visto hasta entonces.

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