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La forja del líder: Martí y lo preparativos de la Guerra Chiquita

18 de septiembre de 2020

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José Martí, 1901 Armando García Menocal José Martí, 1901 Óleo sobre tela 102 x 90 cm

José Martí, 1901, Armando García Menocal, Óleo sobre tela, 102 x 90 cm

 

Al regresar a La Habana el 31 de agosto de 1878, José Martí sabía que estaba obligado a abrirse paso en un país diferente al que había abandonado al ser deportado a España siete años atrás. Tras el Pacto del Zanjón muchos antiguos insurrectos se incorporaban a la vida económica y social, al país se le permitió acceso a las Cortes españolas y dos partidos políticos se disputaban esa representación.

Pero aquel joven abogado, escritor y periodista volvía con los mismos deseos de libertad para su patria y con una concepción ya formada de la identidad común de los pueblos que él llamaba nuestra América. Por eso, además de buscar empleo para sostener a su esposa y a su hijo nacido tres meses después, y de adentrarse en la vida familiar de sus padres y hermanas, tomó rápido contacto con algunos conocidos de la intelectualidad habanera y pronto su nombre y su oratoria le ganaron espacio propio en ese sector social.

Mas, al lado de esa vida pública, también supo encontrar con rapidez a los descontentos con aquella paz sin independencia ni abolición plena de la esclavitud. Y al poco tiempo, con tanta discreción que aún hoy no podemos fijar el momento exacto, ya formaba parte de los conspiradores que en la ciudad buscaban la manera de reiniciar la pelea por la independencia cubana. Martí, pues, militó en las filas de quienes no aceptaban migajas del colonialismo español y estimaban que solo mediante las armas podría alcanzarse la patria deseada.

A pesar de que no peleó en la epopeya de los diez años —aunque sufrió prisión, trabajos forzados y deportación a España—, su labor conspirativa y su expresión pública de rechazo al colonialismo fue tan apreciada que en la reunión del 18 de marzo de 1879 en la capital para coordinar la insurrección entre los patriotas de todo el país, fue elegido vicepresidente del Comité Central Revolucionario Cubano encargado de los preparativos para una nueva contienda. Sin embargo, en clara demostración de su capacidad para la acción clandestina firmó el acta del encuentro haciendo constar sus reservas respecto a ese centro independiente del Comité Revolucionario de Nueva York presidido por el general Calixto García. Comprendía Martí la necesidad de la unidad y de una sola dirección y el peligro de que todos los hilos de la conjura se centralizaran en un organismo de fácil apresamiento por las autoridades si era detectado. Por esas razones el general García desaprobó ese acuerdo. .

En cumplimiento de los planes revolucionarios, Martí viajó por dos ocasiones a zonas de Pinar del Río y se dice, aunque sin confirmación, que también anduvo por los campos matanceros. En varios de los barrios populares habaneros sostuvo encuentros con trabajadores, artesanos y pequeños propietarios. Esos encuentros durante la primera mitad de aquel 1879 probablemente le confirmaron sus criterios acerca del relevante papel que le tocaba desempeñar a las masas populares en una república libre de la monarquía española y de las aristocracias del dinero.

El 25 y el 26 de agosto de ese año los conjurados de Santiago de Cuba y de Holguín se levantaron en armas en vista de los indicios de que las autoridades se aprestaban a detener a los principales involucrados. Comenzaba así la segunda lucha independentista conocida como la Guerra Chiquita, pues su duración no alcanzó a un año. Menos de un mes después, el 17 de septiembre, Martí fue detenido y a los ocho días fue embarcado a España en condición de preso. Más de trescientas personas le visitaron en la cárcel y más de cincuenta amigos lo despidieron a bordo del barco. Era un líder ya reconocido en su tierra.

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