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La forja del líder: Martí ante la Guerra Chiquita

25 de septiembre de 2020

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Calixto joven

Calixto García

 

El 3 de enero de 1880 Martí arribó a Nueva York tras haber escapado de España a donde se le había deportado por segunda ocasión cuando fue detectada su labor clandestina en los preparativos insurreccionales. Dos días después se publicó una entrevista que le hiciera el diario The New York-Daily Tribune acerca de la nueva contienda comenzada en Cuba en agosto del año anterior.

Quizás ese encuentro fue concertado por los miembros del Comité Revolucionario Cubano radicado en aquella ciudad bajo la dirección de Calixto García, pues tanto el General como sus colaboradores más cercanos sí sabían de la valiosa actividad secreta del joven en la Isla. Abona este criterio la inmediata confianza que en Martí depositara García, quien pronto lo puso al tanto de los preparativos expedicionarios para su desembarco en la patria y asumir el mando de las fuerzas patrióticas. El 9 de enero, por unanimidad, el Comité lo aprobó como vocal. De esta manera se le integraba a las filas directivas de la Guerra Chiquita.

Tres semanas después una alta cantidad de emigrados se reunían en Steck Hall, la amplia y céntrica sala de conciertos creada por George Steck, un fabricante de pianos emigrado de Alemania. La fría noche del 24 de enero un buen número de cubanos llenó ese local para conocer al recién llegado. Durante dos horas Martí atrapó y entusiasmó a aquel público con su discurso escrito que ha pasado a la historia con el nombre de “Lectura de Steck Hall”.

El llameante verbo martiano expuso un brillante y respetuoso análisis de la causas del fracaso de la Guerra de los Diez Años, y además presentó las claves, novedosas y necesarias, de la conflagración que estaba en curso: una, que el pueblo, la masa dolorida es el verdadero jefe de las revoluciones; otra, que esta no podía ser la revolución de la cólera sino la de la reflexión. Dos principios básicos pues: las masas populares serían la fuerza fundamental de la lucha patriótica y asumirían su dirección, y ese combate obedecería a un plan, a un programa que establecería los objetivos y pasos requeridos para su logro. Tales serían los principios de su acción política desde entonces y los que conducirían a la guerra necesaria en 1895 organizada por el Partido Revolucionario Cubano.

El 26 de marzo de ese año Martí despedía a Calixto García cuando este abordaba en las costas de Nueva Jersey la embarcación que lo llevaría a Cuba para encabezar la guerra. Antes, con plena confianza en sus capacidades, el General había designado a su joven colaborador en su lugar como presidente del Comité Revolucionario con carácter interino. Hasta el 16 de junio Martí se mantuvo en esa posición, cuando la entregó a José Francisco Lamadriz, un viejo baluarte de los patriotas emigrados de Nueva York y de Cayo Hueso, nombrado desde la Isla como agente oficial en Estados Unidos.

 

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Durante los meses anteriores y los siguientes, Martí desplegó una febril actividad: discursos, reuniones y actos patrióticos públicos, así como conciliábulos secretos para recoger fondos, adquirir armas, preparar nuevas expediciones a Cuba. Y siempre eludiendo el espionaje enemigo que contrató a detectives estadounidenses para seguir sus pasos.

Su prestigio, sin dudas, creció aceleradamente entre los emigrados de Nueva York que lo veían a diario en esos menesteres y hasta entre los de otras localidades que conocían de sus actividades. Y ese aprecio llegó hasta los campos de Cuba libre: el entonces coronel Emilio Núñez, fue el último de los alzados de la Guerra Chiquita que depuso las armas luego de recibir el consejo de Martí en tal sentido, ya que no había posibilidad de auxiliarle y para que salvase su vida para una pelea futura. Emilio Núñez fue luego un eficaz miembro del Partido Revolucionario Cubano fundado y dirigido por Martí.

Así, en poco menos de un año, Martí se integró a las filas del liderazgo patriótico en la emigración.

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