ribbon

La familia ampliada

3 de mayo de 2021

|

unnamedNi él se sentía bien en su sitio de los intercambios, ni ella en el portal de los cuchicheos. A casa de la familia de la nuera marchó un gran pedazo de la familia propia. Pasarían los muchachos unos días junto a los primos. También allí, en un curso molestado por la pandemia, las buenas notas merecían aplausos y algo más. Y en aquella casa crecida a pedazos constructivos, todo se celebraba con fiestas. En aquella casa, los nietos aprendieron a bailar, a tocar tumbadora, a decir alguna mala palabra, a probar un buche de ron y hasta la chupada de un cigarro. No eran malos sus componentes, pero para las normas de convivencias propias, demasiado alborotadores.
Cuando el hijo les trajo aquella muchacha en calidad de novia seria, ellos conversaron largo a la hora de dormir. Estudiaba con él en la universidad, pero besuquearlos y abrasarlos en la presentación y más tarde, recorrer la casa por su cuenta sin previo permiso, no entraba en la forma de vida acostumbrada. Y después, a instancias de la novia, reciprocaron la visita y aceptaron la invitación a comer en su casa. El delicioso cerdo asado estuvo acompañado de cerveza, ron y canciones a guitarra y tumbadora hasta la media noche.
Aquella muchacha de risa alta, dada a comer el arroz con cuchara, se graduó con el diploma de oro no obtenido por el hijo. Y cuando de novia pasó a esposa legalizada, irrumpió en el nuevo hogar con ganas de hacerlo suyo por las buenas. Sabedora de todos los secretos de un hogar, se acercó a la suegra en plan de auxiliar aunque dominara las recetas que convierten cualquier tipo de arroz ensopado en arroz desgranado. Y sin exigírselo, aprendió a comerlo con tenedor y a usar la servilleta. Y junto al esposo, desbordar consuelo para aquellos padres que vieron marchar al hijo mayor a una aventura, la aventura de obtener un cacho del mundo ancho y ajeno. También, ella supo construir un amigable puente entre sus dos familias, bajo el precepto inviolable de “cada uno en su casa y Dios en la de todos”.
Con estas razones a cuestas, el par de ancianos aceptó esa soledad por unos días. Sabían que la nuera impondría en su bullanguero antiguo hogar, la ley de la pandemia. Cuidaría de todos, junto a una madre y abuela de carácter fuerte y dulce como el de ella. Pero en especial, cuidaría de sus tres machotes, así les decía. Reconocían también, que bien valía tocar una tumbadora con nasubuco puesto y mojarla con un poco de ron para alegrar un tiempo en que a la bola del mundo le traqueteaban las entrañas.

Galería de Imágenes

Comentarios