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La estrella del siglo

28 de noviembre de 2020

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c311ea7d15d25700882a12507b9e1d05Un desconocido abrió la puerta del teatro. Nadie la esperaba y avisó con tiempo. Desde hacía años vivía en otro país junto a los hijos, nietos y bisnietos. No le dieron tiempo para el sollozo. La algarabía la envolvió. Rostros envejecidos reconocidos, rostros juveniles nunca vistos, le sonreían. Los aplausos la ensordecieron. Aplacados los aplausos y los deseos de besar y abrazar a todos, se dejó conducir al camerino principal del teatro de su debut, el camerino de sus éxitos de estrella. Estrella aplaudida por el público, valorada por la crítica más exigente y respetada dentro del mundo artístico. Este camerino tantas veces evocado en el retiro y detallado en los relatos a sus descendientes. Allí estaba su mesa y en el espejo, otro espejo, sus fotos.
Aquella bella joven, seguro la dueña actual del camerino, la esperaba con un ramo de flores, las rosas blancas preferidas. En su voz de soprano ligera como la de ella, supo que sus anécdotas eran repetidas junto a las clases de actuación, canto y baile.
En medio del brindis y el intercambio con todos, aquel viejo actor, todavía con la fuerza en la voz, convocó al silencio. Emocionado, dirigiéndose a la estrella, habló: “Tus éxitos en el escenario están recogidos en imágenes, críticas y comentarios. En discos, está tu voz, tu altura interpretativa en filmes. Estos jóvenes tratarán de descifrar tus secretos en el arte. Algunos lo conseguirán. Aquí, en las anécdotas de nosotros, tus antiguos compañeros en el escenario, está tu estrellato mayor, al que ellos también deben aspirar”.
La estrella entrecerró los ojos verdes, mientras el antiguo compañero de las tablas, continuaba: “Tu sonrisa y aprecio inundaba los pasillos cuando conversabas por igual con las modistas, los utileros, los directores extranjeros invitados o las chicas del coro”. “Tu camerino permanecía abierto ante la debutante temblorosa. La aconsejabas. La ayudabas a repasar el papel, le prestabas el adorno adecuado. Entregabas tu tiempo a ensayar junto a ellos, a cuidar tanto tus escenas como las del conjunto. Tus dulzuras aplacaban las discordias y los chismes de las envidias. Tu papel más atrevido fue tu retiro a tiempo en el medio de la fama. Y tu imagen de diosa no se derrumbó ante el público”.
Las lágrimas recuperaron el brillo de aquellos ojos verdes. Una sonrisa esperanzada vino a su rostro cuando vio también lágrimas en los ojos de las muchachas. Ellas estaban tocadas por el embrujo encerrado en aquel viejo teatro, suministrador de arte y alegría a numerosas generaciones de asistentes.

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