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La espiral eterna (I)

8 de enero de 2019

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Cuando los amantes de la verdadera música de conciertos escuchan o leen el título que encabeza mi comentario de hoy, de inmediato lo identifican con una de las obras más representativas del maestro Leo Brouwer, uno de los músicos más importantes de la segunda mitad del pasado siglo y lo que va del XXI. Y es que hoy quiero compartir con usted parte de las respuestas que ofreció en una entrevista que hace más de una década le hiciera Argel Calcines, editor general de la revista Opus Habana, porque en ella se revelan aspectos poco conocidos y criterios personales de este artista cubano, y como homenaje anticipado a sus 80 años de vida que cumplirá en 2019.

“La música está cerca de ser origen y causa de todas las artes, inquietud vertebral, como dijera Lezama Lima. El recién nacido exhala un gemido o lloro más cercano al canto que los códigos lingüísticos posteriores. A la vez, es hechizado por su propio sonido vocal y “canturrea”.

Respecto a sus primeros recuerdos musicales, Brouwer respondió: “Mi madre me hacía repetir ritmos y melodías que yo imitaba, al parecer idénticos. Ese juego –que me encantaba– derivó en pequeños conciertos familiares. Yo tenía cuatro años. Pero siempre me atrajo una sonoridad que relaciono con una cierta memoria ancestral.”

A Leo siempre le ha gustado romper esquemas, y un ejemplo de ello pudimos disfrutarlo en su inolvidable recital: “De Bach a los Beatles”, en la cinemateca de Cuba, allá por los años 70, o en su obra “La tradición se rompe, pero cuesta trabajo”, entre muchas otras. Respecto a alumnos suyos como Joaquín Clerch, quien manifestara: “Leo ha inventado el lenguaje de la guitarra moderna. O si no lo ha inventado, podríamos decir que lo ha terminado de inventar”, Brouwer expresó: “Me es difícil hablar de mí mismo como “magister” o algo similar. No creo ser un fundador, porque lo fundacional tiene algo de inmovilidad reafirmadora. El espíritu del fundador está anclado en grandes tradiciones primigenias y hace falta detenerse en ellas (o reiterarlas) para que exista escuela /…/ Si algo he demostrado con la guitarra o la composición, no es un método unívoco sino integrador. Un guitarrista que no sólo toca, sino compone, enseña… No propongo una ambigüedad abarcadora sino multiplicidad de signos comunes. He dicho que el guitarrista cubano peca por exceso y no por defecto. Toca y toca todo, pero también compone, enseña. Se sustituye la falta de información con imaginar lo que está ocurriendo. ¿No hay repertorio? Se compone. ¿Será ésta la nervadura primigenia y columna vertebral de una “escuela cubana de guitarra”?

Quienes tuvimos el privilegio de asistir a los recitales de Leo Brouwer, sabemos que fue un guitarrista brillante, algo que quizás algún lector dude y, en este caso, le recomiendo escuche alguna de su grabaciones, donde quedará impresionado por su sonido excepcional. Pero un fatal accidente en un dedo de la mano derecha tronchó su carrera como intérprete en 1983, cuando debía actuar en Nueva York.

“Me alojé en casa de M. Barrueco, quien me auxilió inútilmente, por lo que cambié en una sola noche la técnica de veinte años, tocando con tres dedos. Fue una de las mejores actuaciones de mi vida con todo el Nueva York guitarrístico de público. MI error: seguí en tournée por Estados Unidos, México y Japón; al regresar a Cuba mi dedo estaba “atrofiado” con un nódulo. Hay en Bélgica y Cuba filmes con el estreno de Concierto de Lieja, donde se ve la mano claramente forzada”.

Estoy segura de que usted estará motivado para continuar conociendo mucho más sobre Leo Bouwer, por lo que le prometo continuar ofreciéndole el resto de esta entrevista en mi próximo comentario.

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