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La Cinemateca de Cuba revisita el cine de 1964 (I)

13 de julio de 2014

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Fotograma de “La piel suave” de François Truffaut

Fotograma de “La piel suave” de François Truffaut

Cuando en Cuba comenzó 1964 —denominado el “Año de la Economía”— el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) se aprestaba a celebrar su quinto aniversario. Tomás Gutiérrez Alea preparaba “Cumbite” en locaciones próximas a Guantánamo que semejaban el árido paisaje haitiano descrito por Jacques Roumain en la novela “Gobernadores del rocío”. José Massip, integrante junto a Titón de la Sociedad Cultural “Nuestro Tiempo” y del equipo de rodaje del corto fundacional “El mégano” (1955), rodaba en Santiago de Cuba su opera prima: “La decisión”. Jorge Fraga reproducía la escuela para maestros voluntarios de Minas del Frío exigida por su película “En días como estos”, sobre el libro testimonial de Daura Olema. Mientras tanto, el escenario del en aquel tiempo llamado Teatro García Lorca se transformaba en un plató donde Enrique Pineda Barnet —nada entusiasta del ballet clásico—, filmaba su personal versión de “Giselle”. Perteneciente también al núcleo fundador del ICAIC, Manuel Pérez incursionaba en el corto de ficción con “La esperanza”; Sergio Giral recreaba en otro cortometraje, “La jaula”, un caso psiquiátrico sugerido por el doctor Miguel Benavides, interesado en la actuación. Pastor Vega se aventuraba a aprehender la atmósfera nocturna habanera en otro corto: “En la noche”.
Transcurrieron varios años desde la nacionalización de las empresas distribuidoras, los circuitos y las salas de cine. Los representantes de firmas extranjeras regresaron a sus países, sobre todo los de las compañías norteamericanas, alentados además, por el inicio del bloqueo económico decretado por su gobierno para ahogar a la isla. Pero la dirección del ICAIC no podía permitir en modo alguno que la escasez de películas provocara el cierre forzoso de las muy numerosas salas diseminadas por todo el territorio nacional: el cine era el entretenimiento privilegiado de la población. Diversificar la programación fue la alternativa: si antes de 1959 predominaban el cine estadounidense junto a las cinematografías de México y Argentina y un pequeño porciento europeo, fue forzoso acudir a otros mercados, en especial en Brasil, Europa y Asia. Rememoremos algunas de las películas que, gracias al embargo, pudieron exhibirse en las pantallas cubanas, si bien no todas inmediatamente y que la Cinemateca de Cuba ha programado en su sede capitalina, el cine Charles Chaplin, durante este mes bajo el título “El cine medio siglo atrás”.
1964 fue un año especialmente privilegiado: Glauber Rocha y Nelson Pereira dos Santos suscribían una suerte de manifiesto del cinema novo brasilero con “Dios y el Diablo en la tierra del sol” y “Vidas secas”, respectivamente; Godard reafirmaba el anticonformismo de la nouvelle vague en “Bande-à-part” al tiempo que François Truffaut legaba una bellísima historia de amor loco: “La piel suave”. “El diario de una camarera” marcó el retorno del aragonés Luis Buñuel a la producción del país donde escandalizó en los años treinta con “El perro andaluz”. El dueto Jacques Demy-Michel Legrand encandilaba a todos por medio de la primera película “cantada” (y no precisamente por las voces de sus protagonistas): “Los paraguas de Cherburgo”, reconocida con la Palma de Oro en Cannes. En su remake de “Judex”, Georges Franju, fundador con Langlois de la mítica Cinemateca Francesa, rendía tributo a un clásico del cine silente.
Desde Italia, el joven Bernardo Bertolucci, que tanta importancia atribuye en su formación y la de muchos de sus colegas a las funciones de esa institución parisina, impactó con “Antes de la revolución”. Simultáneamente, “Desierto rojo”, de Michelangelo Antonioni cerraba la tetralogía de la incomunicación iniciada con “La aventura”. Su actriz fetiche, Mónica Vitti, era observada ahora en un preciso estudio cromático que valió al cineasta el León de Oro en Venecia. En ese certamen se alzó con el galardón especial del jurado un título que luego circularía en algunas iglesias cubanas en una copia en 16 mm: “El evangelio según Mateo”, personalísima visión de cine religioso ofrecida por Pier Paolo Pasolini. Vittorio de Sica se alzaba con el Oscar al mejor filme de habla no inglesa con “Ayer, hoy y mañana”, otro vehículo para el lucimiento de sus intérpretes favoritos: Marcello Mastroianni y Sofía Loren, juntos de nuevo por él en “Matrimonio a la italiana”, otra nominación para ella a la estatuilla hollywoodense. Un desconocido, Sergio Leone, sentaba las bases de un nuevo género, el western spaghettis al aportar uno de sus clásicos: “Por un puñado de dólares”. “Los indiferentes”, de Francesco Maselli, incluía al actor cubano Tomás Milián, que se abría paso en el cine italiano.
Desde Dinamarca, el veterano Carl Theodor Dreyer lanzaba su canto del cisne con otra pieza magistral: “Gertrud”. Poblada también por los personajes femeninos que tanto le obsesionaran, el sueco Ingmar Bergman filmó “Todas esas mujeres”, nunca estrenada en Cuba. El corrosivo humor negro del español Luis G. Berlanga se materializaba en una de las grandes películas que enriqueció la cinematografía de su país: “El verdugo”, con el decisivo aporte en el guion de Rafael Azcona y del italiano Ennio Flaiano. Un coterráneo de este último, Nino Manfredi, caracterizó al empleado de pompas fúnebres enamorado de la hija de un verdugo.
Japón, otro ilustre desconocido por el espectador cubano antes del torrente de sangre que tiñó por tanto tiempo las pantallas en las películas “de samuráis”, todo un género que se impuso en el gusto popular, descollaba por entonces en el ámbito internacional con tres obras maestras: “Kwaidan”, de Masaki Kobayashi, fresco de indescriptible belleza —que años más tarde adquiriera la Cinemateca de Cuba—, “Onibaba” dirigida por Kaneto Shindô (quien luego sorprendiera con el silencio absoluto de “La isla desnuda”) y “La mujer de arena”, insólita exploración de las relaciones humanas por Hiroshi Teshigahara, otro realizador de particular impronta, merecedor del premio especial del jurado en el Festival de Cannes. En un panorama tan rico, ¿el público podía echar de menos la presencia del cine estadounidense?

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