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La casona de todos

24 de marzo de 2018

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La decisión dolía en el alma y los avergonzaba. La familia es la familia y para ellos, todas las puertas abiertas. Y las puertas del caserón cumplieron esa ley escrita en la sangre por generaciones anteriores. Cada fin de semana, el racimo de sobrinos y sobrinos-nietos inundaba la casona, situada en las afueras del pueblo, en aquel lugar en que la calle principal se transformaba en camino vecinal. Sitio ideal para el correteo de los niños y el descanso de los padres, libres de la preocupación de los accidentes y, además, de la confección de los alimentos y su búsqueda.

Aquellos herederos de la vieja casona familiar sin hijos que vieron multiplicados por los hermanos  y que acogieron a sus nietos como propios, notaban con amargura que la vivienda se desmoronaba en unión de ellos. Y que en el amanecer del lunes los despertaba el chirriar de los huesos junto al encuentro de la puerta desprendida de un escaparate, los riñones les goteaban su carga con dolor, las llaves de la cocina y el baño los acompañaban en el goteo, las maderas se desgajaban junto a las manos adoloridas por tanta vianda pelada y platos fregados después de la despedida nocturna de cada domingo.

En los cinco días de la semana antes del aluvión familiar, hacían comidas frugales. Ya no podían sostener los antiguos sembrados y lo apenas  recolectado en viandas y frutas lo guardaban para los queridos visitantes. Ella remendaba las usadas sábanas y restregaba las toallas para ocultarles la vejez. Él se desgajaba la imaginación y las fuerzas en arreglos de patas de sillas y persianas carcomidas.

La casona se les iba de las manos junto al dinero honrado guardado para los últimos años.

Esa tarde del viernes rebuscaban las palabras. La voz temblona de él pedía que ella como heredera, lo planteara. Y la anciana, hoy olvidando la liberación del machismo, pues en los dos existió siempre el reparto de las alegrías y las tristezas, le decía que el era el hombre y el designado para el planteamiento. Al fin, triunfó la equidad reinante. Después de la comida del domingo, los reunirían a todos en el patio trasero y el aroma de las enredaderas les daría impulso para empezar el discurso preparado. Ella lo abriría. Recordaría a sus padres, los constructores de la vivienda y la familia, esta familia un poco desperdigada por el mundo, unida siempre. Después, él entraría con la lista de los arreglos urgentes y pediría la ayuda monetaria y la cooperación física  para emprenderlo. Ella, ya sonriente porque sabía que en el rostro de todos leería la aprobación, suplicaría la ayuda en el pelado de las viandas y el fregado después.

El discurso y el acto quedarían escondidos en las últimas esperanzas. Ese fin de semana no recibirían la visita del familión. Un sobrino nieto llegado del extranjero, se llevaba a todos a Varadero. A todos, no. Este par de viejos no estaba incluido en el paquete. No estaban aptos para una aventura turística y, además, debían permanecer siempre al cuidado de la casona.

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Comentarios



Bestcustomessay / 28 de marzo de 2018

Interesante la crónica del Parque La Merced. Ayuda a imaginarse lo que era SJO cuando don Cleto decidió botar la casona. Si, la esfera de Boruca no tiene sentido allí.