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La casa del Marqués de Pinar del Río

12 de julio de 2013

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La vivienda de San Ignacio 214 esquina a Lamparilla, conocida como la casa del Marqués de Pinar del Río, por ser propiedad de éste en 1905, atesora una rica historia de familias y funciones que, junto a sus valores arquitectónicos, la convierten en un ejemplo inestimable del patrimonio edilicio de la calle San Ignacio y de toda La Habana Vieja.
Pero no sólo el título de Don Leopoldo Carvajal y Zaldúa otorga a esta casa valores históricos. A ella están unidos lazos de la propia familia Carvajal y de otros que le antecedieron y beneficiaron el mejoramiento de la vivienda. Fue precisamente su tío, y suegro a la vez, Don Manuel González-Carvajal, quien reconstruye el inmueble entre 1852 y 1862, convirtiendo la antigua casa de tejas en una de mampostería, azotea y mirador al fondo, de dos plantas y entresuelo, tal como ha llegado a la actualidad, como una hermosa casa señorial del siglo XIX. A ello contribuyó también su hija Doña María de Jesús González-Carvajal y Cabañas, quien la hereda luego y, entre 1871 y 1878,  la reedifica tras un incendio. Es muy posible que los daños no afectaran la estructura ni el diseño arquitectónico sustancial del edificio, pero sí debió incorporársele en este período una nueva carpintería, la elegante escalera de caracol del zaguán y la de acceso a la azotea, los entrepisos, pavimentos y azulejos.

Justamente la década del setenta coincide con la  difusión en La Habana del azulejo de Onda, presente y con excepcionalidad en esta casa, lo que le otorgó sin dudas, mayor prestancia y belleza.  Muchos ejemplos en la ciudad antigua ilustran la presencia del azulejo valenciano y entre ellos, la casa de San Ignacio 214, destaca por poseer cinco tipos, resaltando el azul al relieve sobre fondo blanco, colocado en el zaguán, único de este género, localizado hasta el momento en el Centro Histórico.
A la familia Carvajal le precedieron, en orden cronológico descendente, Doña María Josefa Garro y Valdés y su hijo; Doña María Luisa Castellón y Berroa, condesa de San Esteban de Cañongo; la familia López Ganusa; Don Gaspar Villate y Don Francisco Contreras, estos últimos, propietarios en la primera mitad del siglo XVIII. De modo que, desde el punto de vista constructivo, las primeras noticias corresponden a 1721, según el antiguo registro de hipotecas cuando se cargan sobre “la nueva fábrica y accesorias, de dos casas, una por San Ignacio y otra por Lamparilla”,  2 100 pesos a favor del Monasterio de Santa Clara.
El Marqués de Pinar del Río instaló aquí sus oficinas, función que debió tener la antigua residencia desde su última reconstrucción importante, relacionando que la propia escalera de caracol erigida en el zaguán conduciría a despachos de manera independiente, en tanto el resto de sus pisos se destinaba a la renta  por “apartamentos” para diferentes empresas como compañías de seguros, bufetes, navieras, casas de cambios, entre otras; instaladas en esta residencia desde finales del siglo XIX, según los Directorios Comerciales de la época. En 1939, como expresan las actas de Amillaramiento, existían en la planta baja 11 habitaciones, 11 en la planta alta, 14 en el entresuelo, y 4 habitaciones pequeñas en la azotea, en total  40 habitaciones para alquilar. La casa era conocida por sus características como Edificio de Oficinas, distribuida en departamentos dedicados a estos fines.
A la muerte del Marqués de Pinar del Río, en 1909, la finca pasó a manos de su esposa e hijos y posteriormente a sus nietos, quienes disuelven la sociedad en condominio sobre ésta y otras propiedades. No obstante, descendientes de la familia Carvajal la conservaron hasta 1959. El 30 de septiembre de 1960 contaba con 38 locales sin tener en cuenta los que daban acceso a las escaleras por ser comunes.
Al desaparecer las funciones de oficina con la suspensión de los negocios privados en la década de los sesenta, comenzó a ocuparse paulatinamente como edificio multifamiliar, uso que ha llegado a la actualidad, privándola de su mejor apariencia y buen estado de conservación.

No obstante, es una de las construcciones de mayor valor patrimonial de la calle San Ignacio. Su fachada es lo primero que cautiva y en especial su portada, “con todos los atributos del mejor diseño neoclásico…” -como afirma el arquitecto Daniel Taboada- , pues esta noble casona de esquina “…tiene una portada resuelta en ancha jamba moldurada de trazado rectilíneo, (…) El  portón es un clásico ejemplo decimonónico de paneles lisos de moderadas dimensiones insertados en bastidor, de dos hojas con postigos en arcos”. Muchos son los elementos topológicos de valor que conserva esta casa a pesar de su deterioro. La herrería es uno de ellos, sencilla en planta baja y más elaborada en la planta alta. En la esquina del balcón corrido, allí donde se interceptan las calles San Ignacio y Lamparilla, se encuentran, forjadas en el hierro de la baranda, las letras MGC, iniciales de Manuel González-Carvajal, uno de sus principales propietarios y quien le realizara la más significativa reconstrucción.

Avanzando hacia su interior se llega a uno de los zaguanes más hermosos de la calle,  adornado con tres zócalos de azulejos diferentes y una sinuosa escalera de caracol de madera que comunica al entresuelo. En la galería anterior al patio, se desarrolla la escalera principal de la casa, con escalones y pasamanos de mármol blanco y baranda de hierro fundido, todavía bien dispuesta y elegante. Y ya dentro de éste, rodeado por tres galerías, en las que sobreviven fragmentos de dos tipos de azulejos, sorprende la esbeltez de los puntales, los cierres de medio punto, y una de las más bellas lucetas del eje  San Ignacio: una flor abierta con pétalos rojos y naranjas y grandes hojas verdes, íntegramente conservada y con vívidos colores. De igual manera, resaltan el resto de la carpintería, los falsos techos de yeso blanco con plafones y cenefas decoradas y la propia riqueza de su sistema constructivo.

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