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La Casa Calderón, los condes de Casa Bayona y Brindis de Salas

1 de noviembre de 2017

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Casa Calderón, década de 1990

Casa Calderón, década de 1990

 

Don Francisco Chacón y Herrera fue el V conde de Casa Bayona. Estaba emparentado con numerosas personalidades habaneras, inclusive, era primo de la primera esposa de su suegro –don Francisco Calderón–, doña María de la Asunción Valdés y Herrera, ambos nietos por la vía materna de la III condesa de Gibacoa, María de la Ascensión de la Barrera y Espinosa de Contreras, la cual dejó una pródiga descendencia. Al casarse con su prima paterna, María de la Asunción Álvarez-Calderón y Chacón, permanecía en el círculo familiar del marqués de Casa Calderón. El matrimonio entre cónyuges consanguíneos fue el recurso más usual en la colonia para consolidar, además del linaje encumbrado, las fortunas de sus miembros. Como describía Julián del Casal, don Francisco Chacón y Herrera fue un hombre de vasta cultura que hasta llegó a ejercer como diplomático.

Los condes de Casa Bayona habitaban el inmueble que en 1889 se describía como una casa de mampostería y de tres pisos, señalada en esos años con el número 70 de la calle Oficios. Un año después en las páginas de El Fígaro, el periodista Raúl Cay afirmaba que Brindis de Salas había tocado una noche en la casa del conde de Casa Bayona y así comentó el acontecimiento: “Acompañado por Miguel González tocó la “Cavatina de Raff” y luego una fantasía sobre “Lucrecia” llena de dificultades, que vencía con pasmosa facilidad; variaciones sobre el “El Carnaval de Venecia”, y por último, como homenaje al patrio suelo, una serie de cantos cubanos, cuyos ritmos lánguidamente cadenciosos, adquirían nuevo encanto bajo el arco mágico del aplaudido virtuoso”.

Igualmente, Julián del Casal en una de sus crónicas, describe un concierto que diera en “el salón de una dama del gran mundo habanero” el famoso violinista, de raza negra, Claudio José Domingo Brindis de Salas (1852-1911), cuyo triunfo mundial le mereció el apelativo del “Paganini negro”. El artículo fue publicado en el periódico La Discusión, el martes 24 de junio de 1890 bajo el título “Claudio Brindis de Salas”, y recopilado en sus Prosas. El poeta modernista no refiere nombre ni dirección de la dama, pero en abril de 1888, había escrito en La Habana Elegante sobre la antigua nobleza habanera entre las que se encontraban la marquesa viuda de Casa Calderón y su hija doña María de la Asunción Calderón y Chacón, condesa de Casa Bayona, dignidad que recibió al haber contraído matrimonio con el V conde de este título.

La celebración de este concierto de Brindis relatado por Casal debió ser el mismo que diera en la casa de Oficios y Santa Clara, y que mencionara el articulista de El Fígaro. Cuando el artista regresa a Cuba, luego de uno de sus viajes, ya los marqueses de Casa Calderón han fallecido –don Francisco en 1884 y doña Catalina en 1888, cuatro meses después de la crónica de Casal– y quienes habitan la casa son los condes de Casa Bayona. De ahí que, potencialmente, la “dama del gran mundo habanero” no sea otra que doña María de la Asunción Calderón y Chacón. Y es que existía una antigua y legendaria relación de la familia del músico con los condes de Casa Bayona desde los tiempos de la abuela materna de Brindis de Salas, María del Monte Salas y Blanco. Fue ella quien amamantó a José María Chacón y Calvo, IV conde de Casa Bayona, ante la imposibilidad de hacerlo su madre, por tanto, su padre, que también fue músico y nombrado Claudio (1800-1872), era considerado “hermano de leche” del conde, lo que le hizo gozar de una cierta protección por aquella noble familia. Nicolás Guillén, en su artículo La vida ardiente y dolorosa de Brindis de Salas publicado en 1962, afirmó: “Posteriormente y en virtud de su buen comportamiento, acudieron a la misma mujer para ama de leche de un hermano del primogénito de la mencionada casa. Esta doble hermandad en la lactancia, el grave retiro en que entonces se educaban los nobles en La Habana y el buen carácter del hijo de la nodriza, atrajeron sobre él la atención de sus excelentes hermanos de lactancia, y desde ese momento fue colmado, con su madre, y en armonía con el patriarcal carácter habanero, de caricias y beneficios”.

Esta relación afectuosa con la ilustre familia habanera llevó a Claudio Brindis de Salas padre, a componer versos de los cuales se conocen unos serventesios dedicados a Catalina Chacón y Calvo, hija de los condes de Casa Bayona y viuda de Calderón, y a su sucesora.

El padre del “Rey de las octavas” –como también se le conoció a Brindis hijo– fue un notable contrabajista, poseía además una hermosa voz de barítono que le permitía abordar el repertorio clásico y dirigió la orquesta La Concha de Oro. Su condición de músico polivalente le facilitó acceder a los salones aristocráticos de blancos, a misas religiosas y teatros de ópera. Es uno de los personajes reales que Cirilo Villaverde ubica en su novela Cecilia Valdés, junto a los más destacados artistas negros y mulatos de la época, para lograr veracidad en su historia. Así, mezcla la presencia de personajes sobradamente conocidos en La Habana de principios del siglo XIX con sus figuras de ficción.

Claudio José Domingo Brindis de Salas con su violín Stradivarius y todas las condecoraciones que recibió, entre ellas, la de Caballero de la Legión de Honor francesa

Claudio José Domingo Brindis de Salas con su violín Stradivarius y todas las condecoraciones que recibió, entre ellas, la de Caballero de la Legión de Honor francesa

Cuando el padre muere Claudio José tiene solo 20 años, pero ya es un talento musical y ha heredado de su progenitor el vínculo con lo más selecto de la sociedad habanera de la época, incluyendo la relación casi familiar con la descendencia de los condes de Casa Bayona. De este modo, aquel concierto que ofreciera al V conde de Casa Bayona y su esposa en la casa de Oficios y Santa Clara, no era más que un agasajo al hijo de quien fuera “hermano de leche” de su padre.

En cuanto al inmueble, desde 1892 doña Asunción lo había rendado al comerciante Joaquín Martínez de Pinillos y Tourné, por el término de 3 años y el precio de 187 pesos en oro mensuales. En las cláusulas del contrato la propietaria le permitió a don Joaquín subarrendar su espacio total o parcialmente. Lo prorrogó hasta 1895, sin precisar a qué podría dedicar la renta de la vivienda. De ello se infiere que hasta esa fecha la familia Chacón y Calderón habitó el inmueble de Oficios y Santa Clara. Justamente, en el Directorio Mercantil de la Isla de Cuba. Para el año 1892 á 93, se registra por última vez al conde de Casa Bayona como residente en Oficios No.70.

En 1898 falleció la condesa de Casa Bayona, heredando la casa, como único y universal heredero de sus bienes, su hijo Francisco Chacón y Álvarez-Calderón. Un año más tarde, el nieto del marqués de Casa Calderón la vendió a Emilia Borges y Hernández en 23 660.00 pesos, quien inscribió su dominio en marzo de 1899.

Doña Emilia, viuda de don Julio Hidalgo López, falleció en 1922, heredando la propiedad su hija Emilia Ma. Ana Hidalgo y Borges de Cunill. La finca la adquirió en calidad de usufructo, la cual a su fallecimiento pasaría también en esa misma condición a sus hijos: Enrique Juan, Vivian Emilia, Guido José y a los demás hijos que tuviera; el dominio y libre disposición de este inmueble correspondería a los hijos de sus nietos, y así sucesivamente.

El año 1923 es la última fecha en que se asientan los propietarios de la casa, suponiendo que en pertenencia de la familia Hidalgo-Cunill y sus descendientes se mantuvo hasta 1959, dedicándola posiblemente desde entonces al arrendamiento de diferentes inquilinos.

En los directorios comerciales de las primeras décadas del siglo XX no aparece registrada otra actividad comercial que no sea una barbería, de Gervasio Carrillo en 1909, y a partir de 1912 y hasta 1932 de Francisco Arnal, conocida como “Salón Arnal”. En ese mismo año de 1912 consta también una carbonería, de Antonio Mollera y en el Urbe de 1953 aparece instalada aquí la platería de José Behar, sin dudas de ascendencia judía, comunidad que desde la década anterior controlaba el negocio de joyería en La Habana. Y este mismo Directorio, pero de 1960, menciona a Senén Pitaluga, corredor de Aduana. Todos estos oficios ocuparon la planta baja de la casa, cuyas accesorias desde el período colonial se alquilaban para estos fines. Las cortinas metálicas que llegaron hasta hace unas décadas evidencian el uso de la esquina para un local comercial.

De la escasa presencia de establecimientos mercantiles en el inmueble se puede colegir que el mismo ha estado dedicado la mayor parte de su historia a la función doméstica, no solo por la residencia de sus antiguos propietarios, sino también, por los espacios habitacionales subdivididos para la renta que con el tiempo convirtieron al edificio en una casa de vecindad.

La Casa Calderón llegó a la década de 1990 en un avanzado estado de deterioro, de ahí que en 1995 la otrora Empresa de Restauración de Monumentos y el Gabinete de Arqueología, ambos de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, emprendieran los primeros trabajos para la rehabilitación del inmueble. Las excavaciones comenzaron en 1994. El objetivo sería convertir el inmueble en sede del Centro Estudiantil José de la Luz y Caballero, incorporando a las actividades de la casa el parque aledaño. Actualmente radican en ella dependencias de la Oficina del Historiador de la Ciudad hasta que comiencen las nuevas obras de rehabilitación.

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