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La brújula interna

15 de julio de 2016

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Recuerdo que hace años contraté a un albañil para que me remodelara la cocina, y ya sabe todo el que se ha metido en un arreglo de este tipo que es un largo y dramático proceso (polvo, cemento, dinero y mucho tiempo cocinando en cualquier otro lugar de la casa, además de estar al tanto de los detalles), todo lo cual hace que se establezca un obligatorio intercambio constante con el albañil, que sabiendo mi profesión no se pudo sustraer a la tentación de hacer catarsis conmigo (los psicólogos difícilmente nos libramos de este trabajo extralaboral). Me contaba que siempre fue muy mujeriego y nada fiel a sus parejas, pero reconocía que había amado mucho a una mujer con la que estuvo casado varios años, pero que su típica conducta donjuanesca –aprendida de su padre y este de su abuelo y así sucesivamente– se impuso sobre el amor que le tenía a esa mujer.
La razón por la que me hacía la historia era porque recordaba que el día que recogió sus pertenencias para irse de la casa matrimonial hacia “la libertad” había algo dentro de él que le decía “no te vayas, esta es la mujer que tu quieres, aquí es donde debes vivir”; sin embargo partió y ahí terminó el matrimonio y nunca más se enamoró de igual manera. Este hombre no dejaba de preguntarse por qué había actuado así y de arrepentirse porque renunció a la verdadera felicidad. En ese momento reconocí lo que en términos de inteligencia emocional se le llama la “brújula interna” que no es más que cuando se trata de tomar decisiones de este tipo, las sensaciones viscerales –la sensación profunda acerca de lo que está bien y lo que está mal– pueden brindarnos una información fundamental que no debemos ignorar, a menos que queramos arrepentimos más tarde o más temprano.
Ustedes se preguntarán por qué el hombre de la historia lo hizo, o sea, por qué se fue si su “yo” interno le decía lo contrario, pero creo que cada uno de ustedes pueden encontrar la respuesta en alguna conducta de sus vidas, porque seguramente han tomado una decisión determinada mientras que por dentro algo les decía que estaban equivocados o por lo menos que querían otra cosa, o al revés, y se han dejado guiar por lo que “sienten por dentro“ y ha sido acertado lo que dicta el interior y en otra lo que dicta la experiencia. La respuesta está en que somos seres biológicos, o en este caso vendría mejor decir que “viscerales” pero también y fundamentalmente somos seres sociales y el aprendizaje que tenemos y como asimilamos las experiencia social con frecuencia es más fuerte que lo que nos dice “el cuerpo” –el albañil aprendió a ser infiel e inestable como manifestación de su masculinidad–.
No puedo decir que es mejor seguir lo que el “instinto” nos alerta o lo que como seres pensantes tenemos incorporados en nuestras personalidades, ya que solo la experiencia y la madurez en la vida es la que nos guía por un camino u otro, que puede ser acertado o no, ya que también puedo ejemplificar el caso de un amigo que ya pasados sus sesenta años se enamoró como adolescente de una mujer 20 años más joven, reconociendo que a la esposa de tantos años la estimaba, la respetaba, pero ya no la quería como mujer y me dijo -y así lo hizo- que él no iba a dejar a su familia; hijos, nietos y a la compañera de toda la vida, por un romance pasional cuyo futuro era incierto y con muchas probabilidades de ser corto para luego enfrentar la soledad, porque su familia nunca lo perdonaría.
Lo que resulta interesante es saber que tenemos esa brújula interna que nos está avisando algo, que la debemos escuchar porque nada debe caer en saco roto y lo demás, la decisión que tome, eso se lo dicta un conjunto de criterios que cada uno de nosotros tenemos; nuestra personalidad con sus creencias, jerarquización de motivos e intereses, conflictos, satisfacciones y metas, sin perder de vista lo que las emociones nos dicen, porque un saltico en el estómago no nos sucede por gusto, el quid de la cuestión es descubrir por qué nos salta y como tranquilizarlo.

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