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La Bella Otero (II)

11 de octubre de 2013

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Considerada una de las mujeres más hermosas en su tiempo y con una imagen de “guitarra y pandereta, de toreros, de gitanos y de sangre”,  la Bella Otero llenaba cualquier teatro en el que se presentara.


Mientras más reveladores fueran sus vestuarios, más aplausos recibía. Salía a escena luciendo profundos escotes, mostrando las pantorrillas o cubriendo con velos su desnudez.
En su obra “La mujer alma del mundo, Rafael Marquina se refiere a las palabras del Apóstol sobre la Bella Otero: “ …  la española de cara de virgen, la que cuentan que vivió en amores con el rey Alfonso, la que seduce con el poder de los ojos más que con su canto y baile, al público enamorado del Eden Musée…”
El propio Rafael Marquina expone:
“Como puede advertirse, no es ciertamente una alusión entusiasta para el arte de la famosa mujer que alborotó, desde los tablillos del mundo, la ingenuidad ardorosa de los jóvenes y la rijosa codicia de los viejos. Adviértase que subraya bien el hecho que seduce más con el poder de sus ojos que con el de su arte”.
La Bella Otero fue todo un suceso en Nueva York, -donde Martí pudo admirarla-, y después en París, Rusia, Buenos Aires… en tanto Jurgens , su descubridor, se privaba de la vida.
Se dice que a esta hermosa mujer parecía rodearle un halo de malignidad. Acaso la más dramática de estas historias fue la del joven Edmond, que se arrojó ante su carruaje diciéndole “Te doy lo único que tengo: mi vida”.
No se casó jamás.
De carácter indómito, vehemente, y fría, tal vez no conoció el verdadero amor, aunque alguna vez fue descrita como puro fuego.
Casi toda su vida fue una fabulación.
Aficionada al juego, gastó en los casinos toda una fortuna.
Los años la alejaron de la escena y sus amantes se hicieron cada vez más huidizos. Acabó malviviendo en una modesta habitación en Niza, donde falleció el 10 de abril de 1965. Dicen que era la viva estampa de la desolación, en el rostro huesudo, apenas cubierto por una fina piel, la boca desdentada dibujaba una mueca de dolor.
Pocos conocían que aquella andrajosa inquilina era La Bella Otero, la artista que había maravillado al mundo con sus bailes exóticos y fue amada por varios reyes.
Sobre ella, se han escrito libros, realizados seriales y la actriz mexicana María Félix, quien la conoció personalmente, interpretó en el cine su biografía, por cierto, plagada de imprecisiones, pues Carolina Otero gustaba fantasear sobre aspectos de su tortuosa existencia.

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