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Juan Padrón y sus vampiros a ritmo de conga

5 de octubre de 2020

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Juan-Padrón

 

Cuando era niño y vivía con su familia en el batey del ingenio azucarero Carolina en la provincia de Matanzas, donde trabajaba su padre, Juan Padrón (1947-2020), nacido en el cercano valle de Guacamaro, experimentaba miedo al ver los vampiros en las películas. Bastaba que al regresar del cine con sus amigos, su hermano Ernesto les gritara: «¡Un vampiro!», para que todos huyeran asustados porque les impresionaba muchísimo. Incluso, antes de dormir, el precavido Juan Manuel miraba bajo la cama y cerraba la ventana del cuarto. Después pensó que el vampiro realmente es un pobre infeliz, alguien alérgico al ajo, impedido de salir de día y disfrutar del sol caribeño, imposibilitado de afeitarse por su incapacidad para reflejarse en los espejos, obligado a dormir en un ataúd y solo puede tomar sangre… o sea, que está muy limitado.

Por entonces ya tenía la inquietud y la vocación de contar cuentos y dibujar. Los hermanos Padrón leían muchas historietas y las dibujaban con guiones inventados por ellos, además de filmar algunos cortos en 8 mm, con argumento propio. Entre estos figuró uno sobre un soldado perdido en el cual actuaron otros niños del barrio con cascos de plástico. En este proceso de conocimiento de los rudimentos del dibujo, aprendieron bastante del afamado dibujante español Emilio Freixas (1899-1976), autor de varios libros acerca de cómo hacer historietas. El joven Juan Manuel Padrón Blanco, invitado por su primo Jorge Pucheux, asistente de cámara en el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), en sus incursiones en La Habana, visitaba el estudio de animación fundado en 1960.

Poco a poco, sobre la marcha, en el contacto con aquellos profesionales, entre ellos el australiano Harry Reade, aprendió a solucionar los dibujos y a utilizar la tinta china, pues nunca cursó estudios de esta especialidad. El método de ver con detenimiento películas en moviola le permitió detectar incluso errores en obras de Walt Disney. Padrón admite la influencia del notorio dibujante y animador catalán Juan José López, que le acogió como discípulo hasta finales de los sesenta y la posterior amistad pedagógica con Tulio Raggi.

Fueron los dibujantes contratados en la revista Mella, a donde el aficionado Padrón comenzó a enviar sus caricaturas para la sección «El hueco», como también a Bohemia, los que se percataron del talento natural de aquel muchacho de solo dieciséis años. Para él fue un entrenamiento brutal concebir desde 1963 entre veinte y treinta caricaturas de variados contenidos ante la asignación por Virgilio Martínez de la página semanal, tras marcharse los encargados antes de realizarla: el fotógrafo Newton Estapé y Silvio Rodríguez, que optó por la guitarra. Hacia 1968, mientras trabajaba en el suplemento humorístico «El Sable» del diario Juventud Rebelde descubrió las posibilidades del humor negro tan apreciado por él en los chistes sobre verdugos y vampiros. Las caricaturas concebidas a partir de la vida cotidiana de un vampiro, los problemas con los niños, los conflictos con el dentista… convirtieron en protagonista de toda una serie de historietas a ese vampiro desgraciado, provocador más de la lástima que del pavor, el cual impuso en los lectores el hábito de abrir el periódico por la página en que aparecían los chistes firmados por Padroncito.

En estos años sesenta, para mantener la programación de las muy numerosas salas cinematográficas cubanas, frente a la ausencia total de cine norteamericano como consecuencia del bloqueo económico y la nacionalización de las distribuidoras, además de una cuantiosa cifra de cintas de los países socialistas y los mejores filmes europeos, fueron invadidas por películas japonesas de samurais. Para entonces, Padrón diseñaba varias historietas, una sobre el pionero cosmonauta Delfín y otra sobre un samurai llamado Kashibashi para el semanario infantil Pionero, en la que insertó a un cubano del siglo xix diseñado de un tirón sin boceto alguno, el 4 de agosto de 1970. Bautizó aquel mambí como Elpidio Valdés sin sospechar siquiera que pronto cobraría vida propia, se independizaría de aquellas tramas situadas en otros países y saltaría machete en mano a la pantalla en Una aventura de Elpidio Valdés (1974).

 

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Ese cortometraje en el que el intrépido e ingenioso mambisito rescataba a su caballo Palmiche capturado por los españoles, significó la incorporación de Juan Padrón al ICAIC y el inicio de una exitosa serie. Elpidio Valdés descarrilaría un tren militar, explicaría la transformación del machete de instrumento de trabajo del campesino cubano a arma de combate de los mambises, difundiría los distintos toques de corneta del Ejército Libertador, asaltaría un convoy con pertrechos de guerra, cumpliría en Nueva York la misión de que zarpara una expedición con armas para los insurrectos en la isla, entrenaría a su inseparable potrico, burlaría el cerco de las tropas que pretendían atraparlo, derrotaría a los rayadillos colaboradores del Ejército español y forzaría la trocha para llevar balas a sus compañeros de armas… Al cabo de cinco años de arrojadas acciones y divertidas peripecias, Elpidio Valdés (1979), realizado por Juan Padrón al precio de 30 mil dibujos y cerca de 500 fondos, devino el primer largometraje de animación en la historia del cine cubano. Apasionado por la historia, las investigaciones emprendidas en bibliotecas y museos de Cuba y España las reunió en El libro del mambí (1975).

Sin dejar de cabalgar en Palmiche, el emblemático personaje prosiguió sus andanzas en dos cortos (Elpidio Valdés y el fusil y Elpidio Valdés contra la cañonera), hasta que en 1980, año en que realizó este título, a Juan Padrón se le ocurrió la idea de desarrollar un tipo de películas sin diálogos ni carteles capaces de ser insertadas en el mercado internacional. El proyecto primigenio pretendió sumar a la nueva serie a los caricaturistas. Aunque oficialmente la producción animada del ICAIC era solo para el público infantil, Padrón, por su cuenta, se aventuró a elaborar tres Filminutos, los llevó al estudio y con el entusiasmo de todos, consiguieron la inmediata aprobación por la dirección del organismo de esa línea de animación dirigida a los adultos. El primer número de esta exitosísima serie, con argumento, guión y diseños de Padrón, incluía el chiste «El error del vampiro» en el cual un «chupasangre» se equivocaba al acechar a un borracho que cantaba la «Guajira guantanamera»… Padrón disfrutó mucho esa adaptación fílmica de sus chistes con efectos de sonido y colores. En sucesivas ediciones, estos Filminutos mostraron a los vampiros criollos frente a distintas disyuntivas, desde las inclemencias del calor a la indecisión de un novato acerca de si encajar los colmillos en el tradicional cuello o en el insinuante trasero de la joven escogida como víctima.

 

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Doce mil dibujos conformaron Elpidio Valdés contra dólar y cañón (1983), segundo largometraje de Juan Padrón, quien confesó que llegó al agotamiento por tanto trabajar sobre el personaje preferido de niños y adultos cubanos. Con el fin de no encasillarse ni repetirse, porque no era esa creación la única que por su innata ductilidad le interesaba, había intercalado títulos como N’vula (1981) y ¡Viva papi! (1982). Abordaba en estos otros temas con variadas gradaciones del humor y un estilo y ritmo inconfundibles, sin traicionar su principio de que «hacer una historieta es hacer cine y viceversa». (Continuará)

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