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Juan Padrón y sus vampiros a ritmo de conga (III)

12 de octubre de 2020

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Frente a un triunfo tan arrollador como el provocado por ¡Vampiros en La Habana!, son incontables las veces en que preguntaron a Juan Padrón por qué no realizaba una segunda parte de la película. En otro país quizás los productores le habrían presionado, pero pasaron casi dos décadas durante las cuales la dirección del ICAIC decidió no asumir otro largometraje de animación. Como en el relato garciamarquiano en que una carta tarda en llegar a su destinataria porque el enamorado echó demasiado pegamento al sobre y se adhirió al buzón, la respuesta tardó ¡18 años en llegar! El 27 de marzo de 2003 se efectuó —esta vez sí con todos los honores y la divulgación ameritados—, la première de Más vampiros en La Habana, la muy esperada secuela. Su realización en formato digital la inscribe como el primer largometraje en este soporte en el cine cubano de animación.

Dedicada a los desaparecidos diseñadores Luis Lorenzo y Eduardo Muñoz Bachs, la cinta parte de un resumen de la trama del filme precedente para refrescar la memoria del público e informar a las nuevas generaciones de espectadores. Gracias al «Vampisol» fabricado en todas partes, muchos vampiros cambiaron de vida, pero el más famoso es el Made in Cuba. El trompetista estrella del muy concurrido «Pepito’s Bar», felizmente casado con Lola, teme que su hijo Pepín sea vampiro por escaparse de la escuela para realizar misteriosos experimentos y pasarse todo el día entre libros de magia oyendo «música tétrica» al lado de las cenizas del tío abuelo. El estallido de la II Guerra Mundial en 1939 impide la exportación del cotizado producto desde la isla y las pérdidas económicas son incalculables.

Desde el frente soviético-alemán, con una espectacular batalla descrita en todos sus detalles, la acción es trasladada al Kremlin para caricaturizar al mismísimo Stalin. El camarada jefe supremo envía un agente a La Habana con la misión de impedir que la fórmula caiga en poder de la «canalla fascista». Pero los seguidores del gángster Al Tapone también viajan en búsqueda de otra bebida milagrosa para garantizar la supervivencia de sus clientes y saldar cuentas con el músico. En contra de la voluntad de Pepito, deseoso de que su hijo sea normal y goce de la vida al sol, será Pepín, quien sueña con seguir los pasos de su padre y ruega que le enseñe los colmillos, el fabricante del Vampiyaba. Para Hitler y su títere Mussolini, se trata del «arma total», apta para otorgar superfuerza a sus comandos vampirizados (Vampirenkommando). El secreto de la nueva arma secreta no puede caer en manos de los aliados ni de los rusos y urge encontrar el antídoto a toda costa en ese «oasis de música y alegría».

Padrón presta especial esmero en la estructura del guion y la creación de nuevos personajes, como el espía Trinka anunciador de la futura «piristroika», la vampiresa que le seduce, el chino compinche junto al negro de Pepito, con sus chistes verbales y un gallego colaborador de Hitler. Pero su imaginación y estudio de este período histórico extendido hasta mediados de los años cuarenta, le induce a insertar en la trama a personajes reales, en especial al escritor Ernest Hemingway, llamado Papa por los cubanos que le conocieron —poseedor de una función específica en la narración—, que con su yate artillado cazaba submarinos alemanes en el Caribe. Otras figuras que aparecen son el jerarca nazi Martin Boorman, el dictador Fulgencio Batista y hasta el famoso cantante Benny Moré.

Descuella la primera transformación en vampiro del chino que conserva su típica pronunciación del español, la aparición fugaz del borracho de la película original y la presencia de los bicharracos nazis en el Capitolio Nacional en una ciudad inmersa en los carnavales. Mención aparte para el indescriptible conjunto musical que recibe a los visitantes en el cayo donde el corrupto gobierno —cuyos vínculos con la mafia son también denunciados— abastece a los submarinos germanos, con una canción de letra paródica: «El fuhrer sí tiene clave, tiene ritmo, tiene sabor, el fuhrer sí es el mejor, por eso tiene la llave… Heil, heil, heil, el fuhrer tiene la llave».

 

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La riquísima banda sonora continúa como uno de los méritos fundamentales de esta segunda entrega, a la cual contribuye no poco la efectiva música original también compuesta por Rembert Egües (intérprete del dúo junto a Luis Manresa y autor de Thriller tropical). Otro punto a favor es la incorporación de melodías populares en la época: Boda negra, por María Teresa Vera; El muerto se fue de rumba, interpretada por Amparo Valencia; Sangre de conga, por el Trío Matamoros; Besos salvajes, en las voces de Xiomara Valdés y Rey Guerra; Bonito y sabroso, por Benny Moré, el bárbaro del ritmo; No quiero flores, cantada por Hayla María Mompié y Nuestro juramento por Beatriz Márquez, entre otras. El tema titular es interpretado en los créditos finales por el popular cantante Pedrito Calvo. Por si fuera insuficiente, el binomio Padrón-Egües no vacila en recurrir en un momento a la wagneriana «Cabalgata de las Valkirias» y bailar a paso de conga al estribillo de: «¡Hasta Berlín a pie!».

¡Vampiros en La Habana! ocupa el primer lugar en la categoría Animación en los resultados de la encuesta convocada por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica de los mejores filmes producidos por el ICAIC en el período 1959-2009, seguido por Elpidio Valdés, la serie Filminutos y Elpidio Valdés contra dólar y cañón. El tiempo transcurrido entre los dos títulos de la saga vampírica no incidió en contra de la inspiración, la inagotable reserva imaginativa y la audacia de Juan Padrón. En la inevitable comparación unos señalan que no superó las inmensas expectativas acumuladas, algunos perciben cierta pérdida del factor sorpresa inicial —como ocurre generalmente con las secuelas—, en tanto otros afirman que puede desmentir la socorrida frase de que «nunca segundas partes pueden ser buenas». Esta conserva intacto, sin embargo, el enorme poderío sonoro-visual de la primera, con una apreciable fusión de texturas coadyuvantes al disfrute de un espectáculo entretenido e irrepetible pletórico de variopintos personajes, sobre todo los villanos, dotados de un catálogo de excelentes voces que nutren la galería personal de su hacedor. «Pienso que son bien diferentes. La primera es una comedia costumbrista y esta es una película de aventuras. Es una trama más complicada, una mezcla de película de espionaje y aventuras, rociada con choteo cubano», declaró Juan Padrón

 

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Tanto para los pertinaces admiradores del título pionero de este dueto, como para aquellos que se acercan por vez primera, tener la posibilidad de degustar el díptico es un opíparo banquete para los sentidos, condimentado con considerables dosis de buen humor, porque como expresó alguna vez su gestor: «Los humoristas laboramos para producir un alimento muy deficitario y sin embargo imprescindible para vivir con optimismo». Incansable por naturaleza, Juan Padrón —laureado con el Premio Nacional de Humor 2004 y el Premio Nacional de Cine 2008— después de publicar Vampiros en La Habana (2006) y Vampirenkommando (2008), por la Casa Editora Abril (La Habana) —novelizaciones de los argumentos de estas dos películas—, olvidó que una vez exclamó a un periodista: «¡Los vampiros van a acabar conmigo!». Lamentablemente, la muerte nos lo arrebató en momentos que tenía escritos otros dos argumentos para próximas películas de vampiros y una obra de teatro musical en preparación. Pero en la memoria de los cinéfilos, gracias a nuestro inmortal Padroncito, ¡hay vampiros para rato!

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