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Juan Padrón y sus vampiros a ritmo de conga (II)

8 de octubre de 2020

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Quino y Juan Padrón en los Estudios de Animación del ICAIC en el proceso creativo de los Quinoscopio

Quino y Juan Padrón en los Estudios de Animación del ICAIC en el proceso creativo de los Quinoscopio

 

Para el humorista argentino Joaquín Lavado (Quino), descubrir con sorpresa durante una visita a La Habana, invitado como jurado del premio de carteles del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en Padrón al creador apropiado con su equipo dotado del personal ideal para captar la línea y la psicología de cada personaje dibujado por él. Qino proporcionó sus chistes para que fueran animados con mayor efectividad aún. En los seis números de la serie Quinoscopios (1985-1987), el corrosivo humor de ese mendocino hijo de inmigrantes andaluces, fue enriquecido en la animación con el aporte de los cubanos. El creador de la tira Mafalda —que sería objeto de un largo por Padrón en 1993 coproducido por el ICAIC con firmas españolas— manifestó su satisfacción por los resultados obtenidos en esa relación mutuamente fructífera.

Luego de visionar algunos Filminutos, Durniok, un alemán de visita en los estudios de animación del ICAIC, preguntó: «¿Por qué no escriben un guión para un largometraje sobre vampiros? A mí me gustaría invertir en una película así». La respuesta de Padrón fue inmediata: «Yo tengo un argumento sobre vampiros que lo estoy trabajando». Y sin haber escrito una sola línea, en cuanto aquel hipotético productor se marchó, el cineasta puso manos a la obra y escribió el argumento original del que se convertiría en su tercer largometraje: ¡Vampiros en La Habana! (1985). En los miles de dibujos que fueron necesarios, su creador depuró el diseño de las bocas, las caras, las manos y los pies de los disímiles personajes de esta coproducción del ICAIC con firmas de España. El objetivo primordial era: «Entretener y recrear los años 30; en segundo lugar, tratar un tema de carácter internacional. Quería salir un poco del rigor que implica hacer los Elpidios y reanimar un determinado período histórico. Yo quiero destacar que esta película es rigurosa en su tratamiento de época (la ropa, el ambiente, los tranvías, los carros, etc.)» La película le posibilitó recontar un poco los años treinta, de los cuales confiesa vivir permanentemente enamorado.

 

vampiros

 

«Para mí los chistes más logrados son los actuados por los personajes y los vinculados directamente con el tema de los vampiros —explicó Padrón en entrevista concedida a la revista Cine Cubano—. Nosotros no solo partimos del conocimiento en el espectador de la mitología vampiresca, sino también ofrecimos antecedentes, brindamos información sobre las características y costumbres tradicionales de esos seres para posteriormente, quebrantando los esquemas, lograr el golpe humorístico».

El muy bien estructurado guion de esta parodia de los filmes de gángsters, capaz de mantener todo el tiempo la atención, con un preciso diseño de los múltiples personajes, se ubica en La Habana de 1933, en medio de la lucha contra la tiranía de Gerardo Machado. Allí arriban unos vampiros europeos, quienes en una carrera contra reloj con sus rivales, pandilleros de Chicago, se disputan apoderarse de la fórmula antisolar, el «Vampisol», que proporcionará un lucrativo negocio a quien consiga monopolizar su producción y venta mundial. A las afueras de la capital de la isla fue a parar años atrás el veterano inventor del mágico brebaje que les posibilita vivir bajo la luz del sol, quien terminó de perfeccionarlo con ingredientes tropicales. La prueba viviente de la efectividad de su experimento es su joven sobrino Joseph —Pepito para sus amigos— trompetista de una orquesta, enamorado de la mulata Lola y amante de la esposa del jefe de la policía por «exigencias de la causa».

Padrón decidió experimentar con un sonido realista, como si se tratara de una película con actores en vivo, con la mayoría de los efectos ambientales, los disparos, etcétera, contrastados con los dibujos, lo cual otorgó un tono muy divertido y constituye uno de sus principales aciertos. La simplicidad en el diseño de los caracteres predominó para facilitar la animación con el ánimo de concluir la cinta en el menor plazo posible. Se advierte el cuidado en la pintura de los fondos para conferir autenticidad histórica, la concepción de los deliciosos caracteres secundarios (sobre todo el negro de peculiar vozarrón y el borracho que pide un cigarrito) o los episódicos (la vecina de la azotea deseosa de un baño, por citar un ejemplo), sin descuidar la fauna que rodea al tío Werner Amadeus en su laboratorio. El delirio imaginativo alcanza brillantez en la recreación del imperio bajo tierra de los vampiros norteamericanos en el sótano, dotado con una playa artificial, un restaurante y un bar bien surtido con sangre de todos los grupos sanguíneos y la música de un jazz band llamado «The Hot Blood».

Unos tras otros se encadenan los momentos hilarantes por medio de un ritmo siempre creciente en la edición hasta alcanzar secuencias chispeantes, contrapunteadas por la excelente música compuesta por Rembert Egües, ante todo para el lucimiento de las excepcionales dotes del trompetista Arturo Sandoval. Entre estas pueden citarse la llegada y traslado desde el puerto habanero de los ataúdes con los vampiros por un singular grupo de estibadores ignorante de las regulaciones de almacenaje y ensañados con las bromas a costa de su jefe gallego, el asalto de los vampiros al banco de sangre, al tranvía o a los turistas gringos que cantan «El manisero» en la Plaza de la Catedral, el acoso por una jauría de perros a una supuesta congénere en celo, las transmisiones de Radio Vampiro Internacional desde La Habana y aquella en que los protagonistas se esconden en la oscuridad de un cine donde exhiben nada menos que Drácula (en una versión filmada expresamente). «¡Caballeros, esta película tiene que estar encendía!», profiere enardecido un personaje en la taquilla al ver la pavorosa estampida de los aterrados espectadores.

Los «expertos» que primero vieron la película terminada concluyeron que no era «lo que esperaban de él», según declaraciones de Juan Padrón: «que era muy vernácula, confusa y ruidosa. No se hizo rueda de prensa para anunciarla, ni estreno. En una revista salió una crítica que trataba muy mal a la película… Estuve unos días muy deprimido, hasta que rompió el récord de taquilla (de aquella época) en una semana y la gente la comentaba entusiasmada».

 

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Después de aquella apenas promocionada exhibición iniciada el 18 de julio de 1985 en nueve salas capitalinas, ¡Vampiros en La Habana! devino pronto una auténtica «película de culto», un clásico del cine de animación, no solo cubano, por el prominente lugar ocupado en el favor del público de todas partes que no cesa de verla. Existen cinéfilos en todo el mundo que, amén de reconocer y disfrutar las sarcásticas citas a las obras maestras del cine negro y el de horror, conocen diálogos de memoria y han incorporado a su vocabulario frases enteras y expresiones como la de «Pipirriqui». El 12 de diciembre se alzó con el Tercer Premio Coral en el séptimo Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y al año siguiente sumó galardones en Francia al comienzo de su trayectoria internacional. La crítica llegó a situarla al lado de títulos del renombre de Yellow Submarine o Fritz the Cat y de la aclamada animación de vanguardia de Checoslovaquia y Hungría, como también el personalísimo estilo de Padrón fue elevado a la categoría de un Tex Avery.

Variety calificó la cinta al exhibirse en su estreno norteamericano en el Film Forum de Nueva York en agosto de 1987 de «vigoroso, impúdico esfuerzo en su conjunto, aunque ciertamente no el tipo de filme que uno espera se produzca por una industria fílmica controlada por el estado». «Vampiros… es un correcto representante de la vivacidad, del humor y  del vigor creador de la Revolución cubana», publicó un cronista de Frontline. «Padrón ha adoptado un estilo desenvuelto, y muy dinámico, así como también una tumultuosa paleta tropical», reseñó The Village Voice. «No traiga a la lógica cuando vaya a ver ¡Vampiros en La Habana!», advirtió el crítico de New York Post.  No faltaron los adjetivos de rápido, impetuoso, picante, travieso, vivaz, en otras encomiásticas notas de prensa que lo calificaron de casi perfecto. «Nos brinda algo semejante a un festín de dientes prominentes para horrorizar, una comedia, y un pulido dibujo animado», subrayó el Daily News; «Él golpea alegremente a los malos, a la policía lacaya, a los turistas, y a la mitología vampiresca», comentó el New York City Tribune, en tanto The New York Times puntualizó: «La multitud de 14 a 16 años de edad, puede ser que no capte el mensaje anticapitalista, pero pueden sentirse excitados por los colmillos». (Continuará)

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