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Joseíto Fernández en el 105 aniversario de su natalicio (6)

13 de diciembre de 2013

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Para algunos importantes estudiosos en la obra de Joseito Fernández, en especial en los compases iniciales de la Guajira Guantanamera, pensados por el pianista Pepecito Reyes, deja a buen recaudo gran parte de valederos códigos estéticos, como una mirada al universo campesino, cultivado con inquietud, en el amplio quehacer musical de un legitimo sentimiento habanero.
El estudio activo de la tonada inmortal Guajira Guantanamera, descifra al ojo avizor, no solo los presupuestos de muchas de las difíciles etapas que le tocó vivir a Joseito como músico y ciudadano, sino que también, se trasluce un poco más allá, pues revelan mucho de los venturosos años que aun estaban por venir. Basta escuchar los discos grabados para la firma RCA Victor, a partir de 1940, y cuyas estrías entregan las primeras “guajiras guantanameras” registradas en acetato, entre otras, “A mi madre” (VI-83240), “La mujer cubana” (VI-83279), “Mi orquesta” (VI-83414), “Mi biografía” (VI-83439) y “Guardabarreras” (VI-83370).
A partir del año 1946, la memoria nos devuelve las melodías registradas en discos con las guajiras “La amistad” (RCA-23-0413), “El canto de mi sinsonte” (RCA-0459) y “Deber de un hijo” (RCA-23-9773).
Estas y muchas otras grabaciones lo califican, no tan solo como un inspirado cantor, sino también, como a un venturoso profeta del tiempo.
Por otra parte, su figura como artista aporta al estudioso actual, la esencia emblemática del cristal y el espejo, ya que aunque este inexorablemente evolucione de plano a cóncavo o converso, siempre para el arte musical de Cuba, subsistirá como espejo.
Continuando con las aplicaciones del oficio de la óptica, se puede decir que la imagen de Joseíto Fernández como profundo cantor, emerge del más puro azogue, o quizás como el limo oscuro de su propia historia y que remonta caprichosamente a todos los seguidores de su arte, al año de su nacimiento en 1908.
Vale una investigación valorativa, a sus inciertos inicios como trovador con el legendario  trío de Juan Llorente, o como vocalista líder de los sextetos Jiguaní, Juventud Habanera, Dioses del amor, Amate o Boloña.
Incluso, es preciso remitirse a su decisivo despegue como cantante con las afamadas orquestas, Bustamante, Los Caciques, y las de Alejandro Rivero, y Raimundo Pía, esta última, luego rebautizada como Orquesta Joseíto Fernández.
Igualmente, consiguen una alta estimación, sus históricos registros fonográficos realizados en 1952, para la incipiente marca Puchito, que en verdad, dieron inicio al catálogo comercial de esta firma disquera.
En esta breve, sencilla y sincera valoración artística del, inmortal “Rey de la Melodía”, resulta justo formular algunas injustas apreciaciones: la lírica de muchos de los versos del gran cantor, por “inconvenientes” –demasiados veraces y sinceros-, resultaban para algunos la “oveja negra” de su arte espontáneo.
Soy de la opinión que quizás, la trascendencia de su inmortal tonada en ocasiones no dejó distinguir plenamente la figura vigorosa del artista.
Por otra parte, su larga y fructífera trayectoria, aun no ha motivado la gran monografía que estudie con rigor, su impronta en el arte musical de Cuba.
Sin embargo, cualquier intento por develar los códigos que configuran los patrones rítmico-melódicos de su tonada “Guajira Guantanamera”, pondrían al descubierto una buena parte del mundo creador de un músico espontáneo y cubanísimo, indudable juglar, conquistador de los más altos sitiales en la expresión popular de nuestra mejor creación musical.

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