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José Zorrilla

22 de julio de 2020

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Dos veces se detiene don José Zorrilla en La Habana decimonónica. Una primera, en tránsito brevísimo, procedente de Europa vía Jamaica y con destino a Veracruz. El suceso ocurre el 8 de enero de 1856, cuando en la tarde desembarca del vapor White y recorre, como incógnito, las calles de la ciudad portuaria. Cual el perro tras la liebre, Zorrilla escoge para cenar el restaurante del teatro Tacón y en la noche asiste a una de las representaciones allí mismo. Se acomoda lejos del escenario y disfruta del espectáculo en la oscuridad.

¿Y qué sucede entonces? Pues que a la mañana siguiente los círculos intelectuales están al corriente de su llegada y las visitas le complican sus pocas horas habaneras. El doctor Ramón Zambrana, científico y escritor, le ruega que permanezca en el país; y Zorrilla se excusa a su pesar. Un día después embarca con rumbo a México.

En la tierra de los aztecas Zorrilla ha de vivir hasta noviembre de 1858. Entonces zarpa de Veracruz en el vapor Clyde y desembarca en La Habana el 10 de noviembre de 1858.

Se trata de un viaje de negocios. Zorrilla es ya un inmortal de las letras españolas (su Don Juan Tenorio data de 1844), pero los bolsillos ahora se le quejan de tan ligeros que andan. Lo acompaña Cipriano de las Cagigas, quien es amigo suyo y protector, amén del hombre de la plata para cualquier negocio.

Zorrilla visita la redacción del Diario de La Marina, y es esa misma fuente la que anuncia que: “Nuestro célebre poeta don José Zorrilla ha llegado ayer a esta capital en el vapor inglés procedente de Veracruz y parece que residirá aquí algunos meses haciendo algunas publicaciones”.

Todo parece marchar de maravilla para Zorrilla, cuando el amigo Cagigas enferma de vómito negro y muere. Poco después es el poeta quien cae con los mismos síntomas, y solo gracias a los cuidados del doctor Zambrana consigue permanecer en este mundo.

A Zorrilla la recuperación le toma tiempo. El banquero Manuel Calvo lo lleva para su casa quinta en las afueras de la capital, en medio de un hermoso cafetal. Zorrilla se repone y recibe numerosas visitas. Uno de los asiduos es el mismísimo Capitán General.

En la capital de Cuba se queda hasta el 16 de marzo de 1859, cuando embarca para México. Entre los muchos que asisten a despedirlo se escuchan voces que murmuran “¡Adiós, don Juan!” Y se afirma que algunas son femeninas.

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