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José Mojica

31 de mayo de 2021

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Corre el mes de diciembre de 1931 y los jardines del hotel Nacional, a un año apenas de su inauguración, están extraordinariamente animados. Una numerosa población femenina integrada por elegantes damas de todas las edades invade la planta baja de la edificación, ocupa los salones de espera,  y se pasea bajo los balcones. Ello es debido a la presencia en una de las suites del divo mexicano José Mojica, recién llegado a La Habana, donde tiene previstos dos conciertos, los días 14 y 16 de diciembre, en el teatro Nacional. El periodista de Bohemia que llega hasta su habitación y lo entrevista, anota en el cuaderno: “Mojica es un hombre agradable. Todo en él tiene un encanto de atracción íntimamente amable.”

El artista comenta:

– Puede usted decir que estoy verdaderamente encantado del público de La Habana. No sabe cómo conforta y satisface al artista ese calor de afecto que ofrece el público con sus demostraciones de devoción.

Las actuaciones no defraudan y el cantante actor se gana los elogios de la crítica, los de cuantos lo admiran y abarrota el Teatro Nacional. Mojica triunfa en La Habana.

Luego vino lo inesperado, que con los días y las semanas y los años  se confirmó como noticia: el protagonista de El precio de un beso, Ladrón de amor, Hay que casar al príncipe, Mi último amor, La ley del harén, La cruz y la espada, Fronteras del amor, películas todas de mucha taquilla en Hispanoamérica y Estados Unidos, abandonaba la vida alegre y mundana de teatros y estudios de filmación, de viajes y riquezas, para incorporarse a la disciplina eclesiástica. En 1947 fray José Francisco de Guadalupe se ordena de sacerdote en Lima, Perú.

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Veinte años después de la primera visita Mojica está de nuevo en La Habana. Conserva la misma figura de tiempo atrás, pero lo acompañan unas cuantas libras de más, mientras el pelo negro se ha vuelto grisáceo y más escaso. Llega el 12 de marzo de 1951 y decide alojarse en el Convento Franciscano de la capital. Su arribo es noticia de primera plana en los diarios y las antiguas admiradoras lo encuentran “extraño” con su hábito de franciscano.

La expectación es mayúscula, pues la Orden le permite cantar, solo que el repertorio debe ser de música sacra. Retablo del Calvario, Retablo goyesco, Las campanas de gloria –con el acompañamiento del Orfeón Vasco de 100 voces y de la soprano Oneida Padilla– se escuchan en la voz del juglar franciscano, como la prensa ha dado en llamarle. El divo murió apaciblemente en Lima, en 1974.

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