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José Martí y sus cartas a Manuel Mercado

29 de mayo de 2015

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Manuel Mercado

Manuel Mercado

Durante algo más de veinte años José Martí mantuvo una gran amistad y una sistemática comunicación con Manuel Mercado, sobre todo mediante cartas que le escribió desde los diferentes lugares donde residió durante su breve pero fecunda existencia.
Martí había conoció a Mercado el 10 de febrero de 1875 cuando llegó a la capital mexicana para reunirse con sus padres y hermanas que se habían asentado en dicho país desde el año anterior.
Con 22 años, arribaba a México procedente de España donde había permanecido durante algo más de cuatro años en  calidad de deportado. Y en la estación ferroviaria de Ciudad México, donde llegó después de haber desembarcado por el puerto de Veracruz, fue recibido por su padre y por Manuel Mercado, quien entonces era Secretario del Gobierno del Distrito. A partir de entonces se inició entre ellos una fructífera relación.
Del cariño y respeto que sintió Martí por Mercado dan fe las numerosas cartas que le escribiera en las cuales lo llegó a calificar como un queridísimo amigo  y como un hermano.
Precisamente en carta fechada el 12 de abril de 1885 Martí le señaló a Mercado:  “Mi hermano muy querido, el más querido.”
Hasta 1946 en que fueron publicadas inicialmente 129 misivas, sólo se conocía el contenido de dos de las cartas de Martí a Mercado, la correspondiente al 18 de mayo de 1895 que resultó ocupada por las tropas españolas y otra que data del 16 de junio de 1889, que fue reflejada en Cuadernos Americanos, en México, en mayo-junio de 1945.
Las cartas de Martí a Mercado fueron publicadas en conjunto  por primera vez por la Universidad Nacional Autónoma de México, cuando Alfonso Mercado, hijo del amigo mexicano de Martí, dio a conocer 129 misivas conservadas amorosamente por él y sus hermanos.
Posteriormente en diferentes ediciones de las Obras Completas de José Martí se reprodujeron dichas cartas y también fueron incluidas otras.
En un libro editado en el 2001 por el Centro de Estudios Martianos y DGE Ediciones con el titulo  José Martí correspondencia a Manuel Mercado se detallan un total de 141 cartas en las que  Martí, además de tratar muy diversos temas, patentizó lo que sintiera por quién consideró como un leal, querido y excelente amigo.
Martí consideró a Mercado no sólo como un gran amigo sino realmente como un hermano. De él recibió una ayuda valiosa cuando lo conoció en México. Y esto lo recordó en la carta que le escribió desde Nueva York en octubre de 1891, en la que le manifestó: “Yo no conozco hombre alguno mejor que Ud., ni de mérito más cierto, aunque no sea pomposo, ni de generosidad más natural e infatigable, ni de mente y corazón más abierto a toda bondad y hermosura.
“Ud, a la escondida, salva honras, ampara caídos.”
En las múltiples cartas que le escribió a Mercado  también le fue detallando Martí conceptos en torno a disímiles aspectos.
Por ejemplo en una carta que le dirigió cuando se hallaba en Guatemala, país al que se trasladó en 1877, le señaló al referirse a lo que había significado para él su estancia en México y el poder haberlo conocido:
“Cuando se va por el mundo, se va haciendo familia: -aquí se halla una esposa, allí un hermano; -dígame U. cómo no he de volver el alma los ojos a donde ha hallado esposa y hermano juntamente.”
También en otra misiva elaborada desde este país centroamericano en el mes de febrero del año anteriormente citado, Martí le hizo esta reflexión a su amigo mexicano:  “Creer sin fe, es una grave desventura; y otra mayor, amar sin creer.”
En sus comunicaciones a Mercado, Martí le ofreció detalles acerca de sus anhelos y de su amor por Cuba y por la América en sentido general. Al respecto trató en otra  de sus cartas desde Guatemala, en este caso elaborada en septiembre de 1877:  “Dar vida a la América, hacer resucitar la antigua, fortalecer y revelar la nueva; verter mi sobra de amor, escribir sobre graves cosas en París, estudiar grandes cosas con mi inteligencia sin prejuicios y sin prioridades, hacer gran hogar de alma a la mártir voluntaria que viene a vivir a él,- he aquí las graves tareas que han tenido a mi pluma, excepto para aquella que todo lo mueve, dormida en un rincón.”
En las cartas que Martí le dirigió a Mercado desde Guatemala expuso principios muy significativos.  Por ejemplo en una que redactó en marzo de 1878 destacó que donde hay muchas cabezas salientes, no llama la atención una cabeza más,- pero, agregó,  donde hay pocas que sobresalgan, vastas llanuras sin montes, una cabeza saliente es un crimen.
Y el seis de julio resumió en una muy breve frase un concepto esencial al plantear: “Toda verdad común es una osadía.”
Durante su permanencia en Cuba, entre 1878 y 1879, Martí igualmente se comunicó con su entrañable amigo.  Y precisamente en una carta que le escribió desde La Habana en octubre de 1878, le hizo el siguiente planteamiento: “Mudar de tierra no quiere decir mudar de alma: sobre todo en mí que, más que de aire, vivo de afecto.”
Algunos  años después, durante su larga estancia en el territorio norteamericano Martí se interrelaciona con Mercado a través de cartas. En una de ellas, en agosto de 1882, asegura que fortalecer y agrandar vías es la faena del que escribe, mientras que en otra elaborada en septiembre de 1888 le confiesa al referirse a su modo de actuar en la vida:  “A mí, por supuesto, me gusta más alabar que censurar, no porque no censure también yo, que hallo en mi indignación contra lo injusto y feo mi mayor fuerza,  sino porque creo que la censura más eficaz  es la general, donde se señala el defecto en sí y no en la persona que lo comete, con lo cual queda el defecto tan corregido como del otro modo, sin dar lugar  a que el censurado lo tome a mala parte, o encone el defecto, creyendo la crítica maligna y envidiosa.”
Y añadió:  “La crítica no es censura  ni alabanza, sino las dos, a menos que sólo haya razón para la una o la otra.”
Un año más tarde también señaló al ofrecer otras consideraciones que ponían de manifiesto su manera de encarar y desarrollar su propia vida:
“Yo no hablo de mis penas personales, porque aunque me han dado la puñalada de muerte, no pienso en ellas.  Las callo, y me comen; pero no llegan hasta mi juicio.”
Aunque pueden citarse otros ejemplos de cartas de Martí a Manuel Mercado  no es posible dejar de hacer referencia a la trascendencia que tiene la que le empezó a escribir el 18 de mayo de 1895 y que quedó inconclusa al producirse su caída al día siguiente en la zona de Dos Ríos.
En dicha misiva Martí precisaba los objetivos por los cuáles luchaba, más allá de lograr la independencia de Cuba.
En la citada carta enfatizó:  “Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.”
Sobre la relación mantenida por José Martí con Manuel Mercado a través de las numerosas cartas que le escribió, y lo que ello significó para propiciar el desarrollo de la amistad entre ambos, el doctor Cintio Vitier señaló en la Introducción del libro José Martí correspondencia a Manuel Mercado, editado por el  Centro de Estudios Martianos y DGE Ediciones, en el 2001:   “…las cartas de Martí a Mercado constituyen el lugar donde su experiencia histórico-social y su intimidad se entrelazan, se interpenetran, se funden, avisándonos de una relación entre pathos e ideología que tal vez encierra el mayor secreto estilístico de estas cartas y de todas las cartas confeccionadas de Martí. A medio camino entre la sensación, el sentimiento y el pensamiento, hay un punto que ni el poeta –decidido partidario del corazón- ni el orador, dominado por el Eros de la elocuencia, ni el ensayista o articulista doctrinario, pueden apresar.”

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