ribbon

José Martí y sus apuntes en el diario durante su estancia en Cuba en 1895

1 de mayo de 2015

|

jose-marti1234A partir del 11 de abril de 1895 en que logró llegar a la zona oriental del territorio cubano, José Martí tuvo singulares vivencias y demostró no sólo su entereza al enfrentarse a condiciones de vida extremadamente difíciles y realizar marchas durante horas, sino además su gran sensibilidad para apreciar múltiples detalles acerca del paisaje que contemplaba en su transitar por la zona oriental del territorio cubano.
Por ejemplo en los apuntes correspondientes al 14 de abril  Martí al expresar que por las lomas había llegado a Sao del Nejesial, lo calificó como un lindo rincón, claro en el monte, de palmas viejas, mangos y naranjas.
Incluso igualmente llegó a decir que en lo alto de la cresta atrás, veía  una paloma y una estrella.
Martí fue capaz de reflejar con certeza las características de las zonas por donde transitaba y en correspondencia con ello escribió el 17 de abril: “Al fondo de la casa, la vertiente con sus sitieríos cargados de cocos y plátanos, de algodón y tabaco silvestre: al fondo, por el río, el cuajo de potreros; y por los claros, naranjos, alrededor los montes, redondos, apacibles: y el infinito azul arriba con esas nubes blancas, y surcan perdidas…detrás la noche. Libertad en lo azul.”
Él ofreció detalles  muy específicos, puesto que señaló al describir lo que hacía un avecilla: “El pájaro, bizambo y desorejado, juega al machete; pie formidable; le luce el ojo como marfil donde da el sol en la mancha de ébano.”

Y es que en realidad en los campos de Cuba, más allá del organizador de la guerra, del combatiente  que deseaba con la fuerza de su ejemplo contribuir al desarrollo de la lucha por la independencia de su tierra natal, estaba igualmente el escritor amante de  la naturaleza.
Y esto se  pone nuevamente en evidencia en las anotaciones que hiciera  el 18 de abril al reseñar que había subido una loma, en este caso la identificada como Payano: “A lo alto de mata a mata colgaba, como cortinaje, tupido una enredadera fina; de hoja menuda y lanceolada. Por las lomas, el café cimarrón.”
Precisó además que la noche bella no dejaba dormir y añadió al respecto: “Silba el grillo; el lagartijo quiquiquea, y su coro le responde: aún se ve, entre la sombra, que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y espinada; vuelan despacio en torno las animitas; entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave, como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva, siempre sutil y mínima –es la miríada del son fluido: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto, y oleadas de violines, sacan son, y alma, a las hojas? ¿Qué danza de almas de hojas?”
Pueden citarse otras referencias que José Martí hiciera con respecto al esplendor de la naturaleza en la zona oriental de Cuba, que él apreció de modo directo entre abril y mayo de 1895.
Y precisamente para resumir la emoción que  experimentó y cómo lo reflejó en dicho diario, les señalo lo que detallara el nueve de mayo al  contemplar el río Cauto, el más extenso de Cuba, y la zona aledaña a ese accidente geográfico: “De suave reverencia se hincha el pecho, y cariño poderoso, ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos, por cerca de una Ceiba, y luego del saludo a una familia mambí, muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro, de sol dulce, de arbolado libero, de hoja acuosa.”

Y precisó seguidamente Martí al hacer referencia a distintos árboles que apreciaba: “Veo allí el ateje, de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caiguairán, “el palo más fuerte de Cuba”, el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua de hoja ancha, la preñada güira, el jigüe duro, de negro corazón para bastones, y cáscara de curtir, el jababán, de fronda leve, cuyas hojas, capa a capa, “vuelven raso el tabaco”, la caoba,
de cortesa brusca, la quiebrahacha, de tronco estriado, y abierto en ramos recios, cerca de las raíces, (el caimitillo y el cupey y la picapica) y la yamagua, que estanca la sangre…”
Con estos ejemplos puede apreciarse como el tema de la naturaleza estuvo presente en su vida hasta en la etapa final de su existencia, incluso aún en esos instantes en que tenía que enfrentarse a condiciones de vida en campaña y por supuesto con la amenaza latente de poder perder la vida en algún enfrentamiento con tropas españolas.
Aún así Martí no dejó de contemplar el esplendor de la naturaleza y dejar constancia de ello, en este caso, en el diario que escribió casi hasta el instante en que se produjo su caída en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895.
Acerca de los apuntes hechos por José Martí en su Diario de campaña, la investigadora cubana Mayra Beatriz Martínez ha expuesto en el libro José Martí Diarios de campaña  Edición crítica, editado por el Centro de Estudios Martianos, en el 2007: “Un centenar de pequeñas páginas de apuntes íntimos, rellenas con letra cambiante, menuda y difícil –letra dibujada en la complicidad del follaje o rasgueada sobre marcha violenta, bajo el cielo encendido o junto a un exiguo candil-, componen los que denominamos hoy, con una simplicidad demasiado incongruente para su fulguración, Diarios de campaña de José Martí. Son su documento final por excelencia. Se inician el 14 de febrero, en tierra quisqueyana, y quedan inconclusos el 17 de mayo de 1895, en la manigua redentora, dos jornadas antes de precipitarse, ensangrentado, entre dos árboles cuyos nombres debió haber recién aprendido: acogido, al fin, por la tierra húmeda, avecindado con una corriente que se anunciaba, desde hacía días, turbulenta y que prologaba su cercanía con lo inevitable.”

Galería de Imágenes

Comentarios