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José Martí y sus apreciaciones sobre Ignacio Agramonte

30 de diciembre de 2016

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José Martí no conoció desde el punto de vista físico a Ignacio Agramonte quien desenvolvió su actividad de carácter patriótico en el territorio de la provincia camagüeyana donde había nacido el 23 de diciembre de 1841.

Pero él sí supo valorar en toda su magnitud la entereza del joven abogado que se convirtió en uno de los más relevantes luchadores independentistas durante la etapa inicial de la denominada guerra de los diez años.

Precisamente en un trabajo publicado el 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano, en Nueva York, estableció un paralelismo entre dos  figuras significativas de la lucha independentista de Cuba al evocar a Carlos Manuel de Céspedes y a Ignacio Agramonte, respectivamente.

En la parte inicial del citado trabajo precisó lo que experimentaba al recordar la trascendencia de ambos en la historia cubana ya que enfatizó: “El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no.”

Seguidamente expuso que las palabras pomposas son innecesarias para hablar de los hombres sublimes y detalló de inmediato las cualidades que, a su juicio, tuvieron tanto Céspedes como Agramonte y el papel que cada cual desempeñó en el desarrollo de la etapa inicial de la lucha por la independencia de Cuba: “De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación.”

En ese trabajo Martí recordó y resaltó la actitud de Ignacio Agramonte quien supo poner en segundo plano a su matrimonio, aunque amaba intensamente a su esposa Amalia, así como las comodidades de su hogar y los beneficios de su profesión, para irse a los campos a combatir y morir en aras de lograr la liberación de su tierra natal del dominio colonial español.

Martí hizo la siguiente reflexión al respecto: “…y a los pocos días de llegar al Camagüey, la Audiencia lo visita, pasmada de tanta autoridad y moderación en abogado tan joven; y por las calles dicen: “¡ese!”; y se siente la presencia de una majestad, pero ¡no él, no él! Que hasta que su mujer no le cosió con sus manos la guajira azul para irse a la guerra, no creyó que habían comenzado sus bodas.”

En dicho trabajo al realizar una descripción de Agramonte señaló que su frente, en que el cabello negro encajaba como en un casco, era de seda blanca y tersa, como para que la besase la gloria.

Martí igualmente afirmó que oía más que hablaba, aunque tenía la única elocuencia estimable que es la que arranca de la limpieza del corazón y que se sonrojaba cuando le ponderaban su mérito, o cuando sabía de una desventura, o cuando el amor le besaba la mano porque tenía miedo a tanta felicidad.

Añadió al resumir en una frase llena de simbolismo lo que pensaba acerca de Ignacio Agramonte: “Era un ángel para defender, y un niño para acariciar.”

Agregó que Agramonte era de cuerpo delgado, y más fino que recio, aunque de mucha esbeltez.

Y al referirse a cómo reaccionó al iniciarse la lucha por la independencia de Cuba, también expresó: “Pero vino la guerra, domó de la primera embestida la soberbia natural, y se le vio por la fuerza del cuerpo, la exaltación de la virtud. Era como si por donde los hombres tienen corazón tuviera él estrella. Su luz era así, como la que dan los astros, y al recordarlo, suelen sus amigos hablar de él con unción, como se habla en las noches claras, y como si llevasen descubierta la cabeza.”

No obstante a que su profesión era la de abogado y que antes de incorporarse a la guerra no había tenido una formación ni había contado con experiencias en el campo militar, Agramonte desde el principio descolló como uno de los más relevantes luchadores y se destacó tanto por su valor, disposición y por sus cualidades como estratega.

Y Martí manifestó acerca de ello: “…aquel que, sin más ciencia militar que el genio, organiza la caballería, rehace el Camagüey deshecho, mantiene en los bosques talleres de guerra, combina y dirige ataques victoriosos, y se vale de su renombre para servir con él al prestigio de la ley, cuando era el único que, acaso, con beneplácito popular, pudo siempre desafiarla.”

Martí valoró de la siguiente manera la trascendencia de la vida y la obra de Ignacio Agramonte: “¡Acaso no hay otro hombre que en grado semejante haya sometido en horas de tumulto su autoridad natural a la de la patria! ¡Acaso no haya romance más bello que el de aquel guerrero, que volvía de sus glorias a descansar, en la casa de palmas, junto a su novia y su hijo!”

Recordó igualmente el gran amor que sintiera por su esposa Amalia y expresó al respecto que acaso no haya romance más bello que el de aquel guerrero que volvía de sus glorias a descansar, en la casa de palmas, junto a su Amalia querida y su hijo.

Comentó además acerca de una de las significativas acciones realizadas por Agramonte, lo que hizo cuando se enteró que el brigadier Julio Sanguily había sido hecho prisionero por los soldados españoles. Entonces salió de inmediato a su rescate.

Y acerca de ello Martí expresó que cuando los españoles le llevan preso al amigo, “va sobre ellos con treinta caballos, se les mete por entre las ancas y saca al amigo libre…”

De manera simbólica, José Martí resumió en una frase breve pero llena de contenido la admiración que sintió por Ignacio Agramonte y Loynaz, el joven abogado camagüeyano que fue uno de los más destacados luchadores por la independencia de Cuba, al calificarlo como aquel diamante con alma de beso.

Ignacio Agramonte murió en la zona de Jimaguayú, en la provincia de Camagüey, el 11 de mayo de 1873 cuando participaba activamente en la lucha por la independencia de Cuba.

José Martí se hallaba entonces en España en calidad de deportado tras haber padecido en Cuba el presidio político y la realización de trabajo forzado.

Tan sólo algo más de dos meses antes de haberse producido la caída de Ignacio Agramonte, Martí había escrito un trabajo en Madrid, España, en el que evocó a los que luchaban con heroísmo en el territorio cubano.

No menciono nombres en específico, pero en dicho trabajo en forma simbólica, estaban presentes hombres como Ignacio Agramonte, que en los campos arriesgaban sus vidas en aras de alcanzar la liberación de Cuba del dominio colonial español.

Precisamente en el trabajo que Martí elaboró con motivo de haberse proclamado en España la República y él exponer cómo debían reaccionar los nuevos gobernantes españoles ante el reclamo de la independencia de los cubanos, manifestó: “Mi patria escribe con sangre su resolución irrevocable. Sobre los cadáveres de sus hijos se alza a decir que desea firmemente su independencia. Y luchan, y mueren.”

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