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José Martí y su querida madre Leonor Pérez Cabrera

18 de junio de 2013

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Algo más de doce años después que José Martí había caído en combate cuando participaba en la guerra por la independencia de Cuba, se produjo en La Habana el 19 de junio de 1907 el deceso de su querida madre Leonor Pérez Cabrera, acerca de la cual Martí señalara en emotivos versos creados por él en su etapa de adolescente:

Madre del alma, madre querida,
Son tus natales, quiero cantar;
Porque mi alma, de amor henchida,
Aunque muy joven, nunca se olvida
De la que vida me hubo de dar.
Pasan los años, vuelan las horas
Que yo a tu lado no siento ir,
Por tus caricias arrobadoras
Y las miradas tan seductoras
Que hacen mi pecho fuerte latir.
A Dios yo pido constantemente
Para mis padres vida inmortal;
Porque es muy grato, sobre la frente
Sentir el roce de un beso ardiente
Que de otra boca nunca es igual

 

Durante el período de adultez de Martí  no fue extenso ni sistemático el vínculo suyo desde el punto de vista físico con su progenitora, ni con los demás miembros de su familia.
En 1871 cuando estaba próximo a cumplir 18 años Martí después de haber padecido el presidio y la realización de trabajo forzado por sus convicciones patrióticas se vio alejado de su tierra natal al tener que trasladarse hacia España en calidad de deportado.
No es hasta febrero de 1875 cuando vuelve a estar junto a sus padres esa vez en México, país en el que estuvo cerca de dos años.
Los padres de Martí, que se habían asentado en México en 1874, retornaron a Cuba en 1877 mientras que él se dirigió hacia Guatemala.

Leonor Pérez

En agosto de 1878 retornó Martí a Cuba, ya casado y en espera de tener un hijo. Pero su permanencia en La Habana se prolongó tan sólo  por algo más de un año puesto que en septiembre de 1879 fue detenido por hallarse implicado en actividades conspirativas y nuevamente fue enviado hacia España como deportado.
Entonces no volvió a tener un encuentro con su madre hasta 1887 en que ésta viajó, después de haber ocurrido el fallecimiento de su esposo, a Nueva York, ciudad norteamericana donde su hijo se había radicado desde 1880. En 1881 Martí había residido por espacio de siete meses en Venezuela pero después volvió hacia la ciudad norteamericana anteriormente citada.
De lo que Martí experimentó al poder tener nuevamente a su lado a su querida madre, él dejó constancia en varias cartas que le escribió a su gran amigo mexicano Manuel Mercado.
En una de ellas, la fechada el 9 de diciembre de 1887 le expresó:  “¿Sabe que mamá está aquí? Esa es sin duda la salud repentina que todos me notan.”
En otra misiva, el 13 de diciembre del propio año también manifestó: “Mamá está como conociéndome de nuevo: y yo triste, porque las dificultades de obrar bien, y de hacer bien en el mundo no me dejan disfrutar plenamente del goce de verla.”
Después de esos momentos en 1887 Martí no volvió a ver  a doña Leonor. La comunicación entre  ellos se realizó entonces a través de cartas, en las que él no dejó de expresarle su cariño y respeto y a la vez el grado de compromiso que sentía con la causa de la independencia de su tierra natal.
Precisamente acerca de ello le hizo referencia en una carta fechada el 15 de mayo de 1894 en la que aseguró que mientras haya obra que hacer, un hombre entero no tenía derecho a reposar y al analizar su actitud en este sentido llegó a plantearle: “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?
Una reflexión similar  haría Martí algún tiempo después, en lo que fue la última carta que le escribió a Doña Leonor, exactamente el 25 de marzo de 1895, ya muy próximo a salir hacia Cuba a dar su contribución directa al desarrollo de la guerra que con tanta pasión había logrado reorganizar.
En dicha carta le planteó a su madre: “Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en Ud. Yo sin cesar pienso en Ud. Ud. se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud.  con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo de mi madre. Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros. ¡Ojala pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y entonces sí que cuidaré yo de Ud. con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame, y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La bendición. Su J. Martí”
José Martí le concedió un gran valor a la existencia de las madres en sentido general. Destacó que las madres son amor, no razón, son sensibilidad exquisita y dolor inconsolable y también precisó que toda madre debiera llamarse maravilla.
Según detallara en un trabajo publicado en La Opinión Nacional de Caracas, en su edición correspondiente al 15 de abril de 1882, los brazos de las madres son cestos floridos.
Diez años después en otro de sus trabajos periodísticos en este caso en el periódico Patria, el 25 de junio de 1892, llegó a exponer la siguiente consideración que refleja en forma elocuente el valor que le atribuyera a las madres: “No cree el hombre de veras en la muerte hasta que su madre no se le va de entre los brazos. La madre, esté lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida. Algo nos guía y ampara mientras ella no muere. La tierra, cuando ella muere, se abre debajo de los pies.”

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