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José Martí y “Las ruinas indias”

21 de septiembre de 2018

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En la segunda edición de la revista La Edad de Oro, que circuló en el mes de agosto de 1889, José Martí incluyó un trabajo titulado “Las ruinas indias” en el que aseguró en su parte inicial: “No habría poema más triste y hermoso que el que se puede sacar de la historia americana.”

En ese material Martí también planteó que no se puede leer sin ternura, y sin ver como flores y plumas por el aire, uno de esos buenos libros viejos forrados de pergamino, que hablan de la América de los indios, de sus ciudades y de sus fiestas, del mérito de sus artes y de la gracia de sus costumbres.

Él hizo referencia a aspectos relacionados con la vida de los primitivos habitantes de América y a la riqueza espiritual con que contaban antes de la llegada de los colonizadores europeos.

Contó que algunos de esos indios vivían aislados y sencillos, sin vestidos y sin necesidades, como pueblos acabados de nacer y empezaban a pintar sus figuras extrañas en las rocas de la orilla de los ríos, donde es más solo el bosque y el hombre piensa más en las maravillas del mundo.

Igualmente señaló que había también pueblos de más edad, que vivían en tribus, en aldeas de cañas o de adobes, comiendo lo que cazaban y pescaban, y peleando con sus vecinos.

Y agregó: “Otros eran ya pueblos hechos, con ciudades de ciento cuarenta mil casas, y palacios adornados de pinturas de oro, y gran comercio en las calles y en las plazas, y templos de mármol con estatuas gigantescas de sus dioses.”

Martí especifico en este caso que sus obras no se parecían a las de los demás pueblos y que fueron inocentes, supersticiosos y terribles.

También precisó: “Ellos imaginaron su gobierno, su religión, su arte, su guerra, su arquitectura, su industria, su poesía.”

Significó que todo lo de ellos era interesante, atrevido y nuevo y los calificó como una raza artística, inteligente y limpia.

Y tras exponer que se leen como una novela las historias de los nahuatles y mayas de México, de los chibchas de Colombia, de los cumanagotos de Venezuela, de los quechuas del Perú, de los aimares de Bolivia, de los charrúas del Uruguay y de los araucanos de Chile, se refirió al quetzal, el pájaro hermoso de Guatemala, de color verde brillante con la larga pluma, que se muere de dolor cuando cae abatido o cuando se le rompe o lastima la pluma de la cola.

En relación con dicha ave, afirmó: “Es un pájaro que brilla a la luz, como las cabezas de los colibríes, que parecen piedras preciosas, o joyas de tornasol, que de un lado fueran topacio, y de otro ópalo, y de otro amatista.”

Trató de inmediato acerca de significativos libros en los que se pueden conocer detalles de la vida y labor de los primitivos habitantes de América y detalló al respecto que se hace uno de amigos leyendo aquellos libros viejos.

Y enfatizó: “Allí hay héroes, y santos, y enamorados, y poetas, y apóstoles. Allí se describen pirámides más grandes que las de Egipto y hazañas de aquellos gigantes que vencieron a las fieras; y batallas de gigantes y hombres; y dioses que pasan por el viento echando semillas de pueblos sobre el mundo…”

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En este trabajo planteó un concepto de gran relevancia al enfatizar: “La superstición y la ignorancia hacen bárbaros a los hombres en todos los pueblos”.

Martí explicó además que los españoles vencedores habían exagerado ó inventado los defectos de la raza vencida, para que la crueldad con que la trataron pareciese justa y conveniente al mundo.

Y evocó la figura del fray Bartolomé de las Casas quién defendió a los indios.

Al respecto expresó: “Ese es un nombre que se ha de llevar en el corazón, como el de un hermano. Bartolomé de las Casas era feo y flaco, de hablar confuso y precipitado, y de mucha nariz; pero se le veía en el fuego limpio de los ojos el alma sublime.”

Después trató en este material sobre diferentes aspectos de la vida primitiva en México.

Resaltó la hermosura de la ciudad capital de los aztecas cuando se produjo la llegada al territorio de Hernán Cortés.

Específicamente acerca de las características de Tenochtitlán, afirmó: “Era como una mañana todo el día, y la ciudad parecía siempre como en feria. Las calles eran de agua unas, y de tierra otras; y las plazas espaciosas y muchas; y los alrededores sembrados de una gran arboleda. Por los canales andaban las canoas, tan veloces y diestras como si tuviesen entendimiento; y había tantas a veces que se podía andar sobre ellas como sobre la tierra firme.”

Igualmente hizo referencia a otras zonas de México, como por ejemplo Yucatán donde estuvo el imperio de los príncipes mayas que eran de pómulos anchos.

Y comentó en torno a Uxmal y Chichén Itzá y en relación con las ruinas de esa otrora ciudad señaló que era como un libro de piedra, un libro roto, con las hojas por el suelo, hundidas en la maraña del monte, manchadas de fango, despedazadas.

Concluyó este trabajo con la siguiente frase que pone de manifiesto el gran valor que le atribuyese a los primitivos habitantes de América: “¡Qué novela tan linda la historia de América!”.

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