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José Martí y las enseñanzas del cuento “El Camarón Encantado”

14 de septiembre de 2022

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José Martí con la revista La Edad de Oro tuvo el propósito esencial de trasmitir valiosas enseñanzas a los niños a quienes estaba dirigida esta publicación mensual que se editó entre julio y octubre de 1889 en Nueva York.

Precisamente en la nota introductoria que hizo al salir el primer número de la citada revista Martí especificó que para los niños trabajaba porque ellos son los que saben querer y son la esperanza del mundo.

En correspondencia con ello quiso que cada material que incluyó en La Edad de Oro, ya fuera de su autoría, o de algún célebre escritor a nivel internacional, pusiera de manifiesto valores que contribuyeran a la formación y desarrollo de los infantes y que ello repercutiera en su vida futura.

En la tercera edición de la revista La Edad de Oro, que circuló en el mes de septiembre de 1889, Martí incluyó un cuento de magia del jurista, político y escritor francés Eduardo Laboulaye quién vivió entre 1811 y 1883.

Esta obra inicialmente resultó reflejada en el libro “Cuentos azules”, en 1863, inspirada en la fábula de los hermanos Grimm sobre “el pescador y su mujer”.

Trata la historia de un leñador (Loppi) y su esposa (Masicas) que eran muy pobres y que gracias a una maga, el camarón encantado, lograron ir obteniendo cosas que mejoraron en forma notable existencia.

Pero la insaciable avaricia de la esposa y la indecisión de su marido para enfrentarla los llevaron otra vez a la situación de precariedad que habían padecido a través de su vida y esto les ocasionó la muerte.

En la parte inicial del cuento se detalló que allá por un pueblo del mar Báltico, del lado de Rusia, vivía el pobre Loppi, en un casuco viejo, sin más compañía que su hacha y su mujer que se caracterizaba por ser agría y sobre todo se enojaba cuando no la complacían y la contradecían.

Se detalló que un día estuvo Masicas más peleona que de costumbre y su marido salió de la casa suspirando, con el morral vacío al hombro y al pasar cerca de un charco vio en la yerba húmeda a un animal raro y negruzco, de muchas bocas, como muerto o dormido. Se trataba supuestamente de un enorme camarón.

Loppi de inmediato lo fue a recoger pensando que así podría satisfacer a su esposa, para mitigar el hambre que pasaban.

Entonces él echó el camarón en el saco. Pero de pronto se estremeció al escuchar una voz que le indicaba que se parara y lo dejase ir, que él era el más viejo camarón, que tenía más de un siglo y lo instaba a que fuera bueno con él..

Loppi le contestó: “Perdóname, camaroncito, que yo te dejaría ir; pero mi mujer está esperando su cena, y si le digo que encontré él camarón mayor del mundo, y que lo dejé escapar, esta noche se yo a lo que suena un palo de escoba cuando se lo rompe su mujer a uno en las costillas”.

Se señaló que entonces el camarón le señaló que en realidad no era un animal con esas características sino una maga de mucho poder y le precisó que podía concederle lo necesario para contentar a su mujer.

De inmediato la maga le preguntó qué tipo de pescado desearía y le solicitó que lo pusiera en la yerbas y que él metería en el charco el morral abierto y que dijera: “¡Peces, y di: “¡Peces, al morral!” Hecho eso así fue como obtuvo Loppi múltiples peces.

Seguidamente el camarón encantado, o la maga, le dijo a Loppi que si lo consideraba todas las mañana podría repetir esa operación y si quería algo en específico dijera: “Camaroncito duro, Sácame del apuro” y yo saldré, y veré lo que puedo hacer por ti. Pero le hizo la alerta que no le dijera nada a su mujer.

Cuando Loppi llegó a su casa la alegría de Masicas fue inmensa, pero al cabo de los siguientes días ya se aburrió que le trajeran más pescados y entonces continuó peleando. Loppi no tuvo más remedio que acudir de nuevo al camarón encantado para intentar satisfacer los nuevos antojos de su mujer.

Ya al cabo de una semana Masicas presionó a su marido para que le dijera cómo lograba obtener nuevos productos alimenticios y le prometió que ella no se lo diría a nadie.

Loppi le contó lo sucedido y eso provocó que Masicas le exigiera que pidiera más y más, incluso vestuarios lujosos, un palacio y que fuese convertida primero en princesa y después en reina.

No obstante haber alcanzado todo ello la ambición de Masicas se mantuvo y le exigió a su marido que le manifestara al camarón encantado que ella deseaba reinar en el cielo, y ser dueña del mundo.

Se detalló que una vez más el leñador acudió a dónde estaba el camarón encantado que al escuchar la nueva solicitud dio una vuelta en redondo, y se fue sobre Loppi, con las bocas abiertas mientras le manifestaba: —¡A tu rincón, imbécil, a tu rincón! ¡Los maridos cobardes hacen a las mujeres locas! ¡abajo el palacio, abajo el castillo, abajo la corona! ¡A tu casuca, con tu mujer, marido cobarde! ¡A tu casuca, con el morral vacío!

Fue así como Llopi y su mujer perdieron todo lo que habían obtenido.

Se especificó en el cuento que al llegar su casa Loppi encontró a Masicas enfurecida y le gritaba: “¿Estás aquí, monstruo? ¿Estás aquí, mal marido? ¡Me has arruinado, mal compañero! ¡Muere a mis manos, mal hombre!”

Pero las venas de la garganta de la mujer se hincharon, y reventaron, y cayó muerta.

Entonces Loppi se sentó a sus pies, le compuso los harapos sobre el cuerpo, y como almohada el morral vacío. Por la mañana, cuando salió el sol, Loppi estaba tendido, junto a Masicas, muerto.

Mediante este cuento de Eduardo Laboulaye, reitero que aparece en la tercera edición de la revista La Edad de Oro, en el mes de septiembre de 1889, Martí puso de relieve el daño que provoca la codicia y la ambición en los seres humanos.

Más allá de este cuento José Martí trasmitió múltiples enseñanzas a los niños, e incluso también a los adultos, que leyeran las distintas ediciones de la revista La Edad de Oro, en otros trabajos en los que hizo referencia a aspectos relacionados con el modo de actuar de los seres humanos y de los niños en específico.

Precisamente en la sección “La Última página”, en esa tercera edición de La Edad de Oro, Martí destacó: “Las cosas buenas se deben hacer sin llamar al universo para que lo vea a uno pasar. Se es bueno porque sí; y porque allá adentro se siente como un gusto cuando se ha hecho un bien, o se ha dicho algo útil a los demás. Eso es mejor que ser príncipe: ser útil.”

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