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José Martí y la fe en sus compatriotas

11 de septiembre de 2015

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pinturatampa

 

José Martí, en correspondencia con sus convicciones, se esforzó y trabajó durante años por llevar adelante la causa de la independencia de su tierra natal. Algo que también lo motivó fue la gran confianza que tuvo en sus compatriotas.
Más allá de las campañas que contra él hicieran los que no creían o no eran partidarios de la guerra –y que incluso planteaban otras vías como era la posible anexión de Cuba a los Estados Unidos Unidos, o la aplicación del autonomismo por parte de España–, Martí encontró el apoyo de antiguos participantes en la guerra de los Diez años y de muchos jóvenes interesados en luchar por la liberación de Cuba del dominio colonial español.
José Martí confió en los valores esenciales del pueblo cubano. Y con su labor y actitud cotidiana luchó por estar a la altura de dichos valores.
En una carta que le dirigió al cubano Federico Giraudi, fechada en Santo Domingo el 21 de septiembre de 1892, haría referencia a lo que se decía en torno a su salud y explicaría en forma elocuente lo que significaba para él la muerte:

 

“Yo no conozco más muerte que una, y es la de perder la fe en mis compatriotas, y de eso, sé que no he de morir”.

La vida y obra de José Martí son fieles exponentes de la trascendencia que le dio a lo expuesto en esa carta. Fue capaz de entrelazar a veteranos luchadores independentistas con jóvenes generaciones de cubanos para hacer realidad lo que él calificara como la “guerra necesaria”, que sería la continuidad histórica de la iniciada el 10 de octubre de 1868.
Ejemplo elocuente de ello fueron sus contactos personales y las cartas que enviara a relevantes patriotas como Máximo Gómez y Antonio Maceo, así como sus significativos encuentros con los cubanos emigrados y radicados en diferentes ciudades norteamericanas.
Precisamente, al hablar el 26 de noviembre de 1891 en el Liceo Cubano de Tampa en la velada artístico-literaria organizada por el Club Ignacio Agramonte de dicha ciudad, planteó las siguientes interrogantes: “¿A qué es, pues, a lo que habremos de temer? ¿Al decaimiento de nuestro entusiasmo, a lo ilusorio de nuestra fe, al poco número de los infatigables, al desorden de nuestras esperanzas?”
Y al observar detenidamente al auditorio Martí encontró las respuestas a esas preguntas puesto que enfatizó: “Pues miro yo a esta sala, y siento firme y estable la tierra bajo mis pies”.
José Martí también resaltó en esa oportunidad el gran orgullo que experimentaba por sentirse cubano y las virtudes que tenía su pueblo: “[…] acá no hay palabra que se asemeje más a la luz del amanecer, ni consuelo que se entre con más dicha por nuestro corazón, que esta palabra inefable y ardiente de cubano”.
Este tema lo trató en disímiles ocasiones, en una carta a los jefes y oficiales del Ejército Libertador –fechada en Dos Ríos, el 14 de mayo de 1895– al referirse a las posibilidades que tenía el pueblo cubano para llevar adelante la lucha por su independencia destacó:
“Con la resolución indudable del pueblo de Cuba, es imposible la derrota, si hacemos bien la guerra, si no ayudamos al enemigo perdiendo nuestras oportunidades dejándolo descansar, y contribuyendo a abastecerlo, si entendemos desde hoy los derechos que la guerra nos da, los medios de que podemos usar en ella, el método que debemos seguir, y las obligaciones que nos impone”.
Martí actuó en correspondencia plena con lo que proclamara, tanto en dicha comunicación, en cartas anteriores que escribiera, así como en trabajos que publicó y en discursos que pronunció.
El 25 de marzo de 1895 cuando ya estaba próximo a salir hacia Cuba para participar de modo directo en la guerra, reanudada el 24 de febrero de ese año, le manifestó en una carta a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal:
“Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber. Ya arde la sangre. Ahora hay que dar respeto y sentido humano y amable al sacrificio; hay que hacer viable e inexpugnable la guerra; si ella me manda, conforme a mi deseo único, quedarme, me quedo en ella; si me manda, clavándome el alma, irme lejos de los que mueren como yo, sabría morir, también tendré ese valor. Quién piensa en sí, no ama a la patria […]”
Y le reafirmó más adelante:
“De mí espere la deposición absoluta y continua. Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado. Para mí ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo”.
Con la fuerza de su ejemplo, en los campos de Cuba, el apóstol influyó en sus compatriotas para continuar llevando adelante la lucha en aras de esos objetivos.

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