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José Martí y la defensa de los intereses de los pueblos de nuestra América

29 de diciembre de 2017

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José Martí no solo luchó por la liberación de Cuba del dominio colonial español, sino que anheló que la independencia de su tierra natal pudiera contribuir a fortalecer la alcanzada de otros país de lo que él calificó como Nuestra América.

Martí conoció de modo directo la realidad existente en América Latina. Vivió por un determinado período de tiempo en tres países de la región y también su prolongada estancia en los Estados Unidos le hizo comprender que existía un peligro mayor para los pueblos latinoamericanos y caribeños y era la presencia de un vecino poderoso con ansias expansionistas y con el deseo de alcanzar en la zona un dominio político y económico.

Martí tuvo por tanto una visión internacionalista al trabajar en la organización de la denominada Guerra Necesaria, reiniciada en Cuba el 24 de febrero de 1895.

Para alcanzar con éxito los propósitos que se había planteado, es decir la obtención de la independencia para su tierra natal, estuvo consciente que tendría que luchar no solo contra el poder colonial español, sino también contra las corrientes anexionistas que, en los Estados Unidos y en ciertos sectores de Cuba prevalecían.

Incluso frente a los que en forma honesta creían que la ayuda de los Estados Unidos a la causa independentista de Cuba podía significar algo decisivo, Martí planteó lo siguiente: “¿Cómo esperar que ellos puedan resolver los problemas de la libertad de otros si no saben resolver los propios?”.

Martí hablaba con la propiedad que le daba haber vivido durante varios lustros en los Estados Unidos y también haber analizado, en diversos trabajos periodísticos, los problemas existentes en la sociedad norteamericana.

Y su preocupación la reflejó además por el destino de los pueblos latinoamericanos. Llegó a alertar que al igual que Cuba, los países de la región debían eliminar totalmente las influencias nocivas que provenientes de los Estados Unidos, atentaban contra el desarrollo independiente de sus respectivas políticas y economías.

Al respecto afirmó: “Mientras más se separan los pueblos de América de Estados Unidos, son más libres y prósperos.”

Indudablemente, Martí fue capaz de alertar acerca del peligro que representaba para los países latinoamericanos la presencia cercana de un vecino poderoso como los Estados Unidos y las maniobras que realizaban los gobernantes norteamericanos con el objetivo de afianzar su dominio en América Latina.

Vale recordar cuál fue la reacción y lo que planteó Martí, por ejemplo, cuando en 1889 tuvo lugar la Conferencia internacional americana.

En una serie de trabajos publicados en La Nación de Buenos Aires, se refirió a los objetivos y características de ese evento convocado por los Estados Unidos.

Precisamente en uno de esos trabajos señaló que jamás había habido en América, después de la independencia asunto que requiriera más sensatez, ni obligase a más vigilancia, ni pidiese examen más claro y minucioso que el convite que los Estados Unidos, potentes, repletos de productos invendibles y determinados a extender sus dominios en América, le hacían a las naciones americanas de menos poder.

Y agregó en su análisis sobre la situación de los pueblos de Nuestra América: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.”

La idea de lograr la unidad de los pueblos latinoamericanos para poder hacerle frente a las apetencias y voracidad de los gobernantes norteamericanos fue algo esencial en el pensamiento político y la prédica de Martí.

Y en correspondencia con ello tanto en la ocasión citada como en otros trabajos periodísticos trató sobre este tema.

Por ejemplo en el artículo titulado “Nuestra América” publicado el primero de enero de 1891 en la Revista Ilustrada de Nueva York y reproducido el 30 de ese mes y año por el Partido Liberal de México, precisó en la parte inicial de ese trabajo en forma metafórica al enjuiciar la actitud egoísta que podía asumir alguien que sólo pensase en sus intereses personales: “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos.”

Martí precisó que lo quede de aldea en América ha de despertar y agregó que estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada.

Igualmente enfatizó el valor de los principios al patentizar: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.”

Se refirió, además, a que no hay proa que taje una nube de ideas y que una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, “para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados.”

Instó Martí a la unidad de los pueblos de América Latina y el Caribe al precisar que los que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos y también destacó la importancia que le atribuyese al hecho de desechar las discrepancias porque para él los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, “han de encajar, de modo que sean una, las dos manos.”

Y al resumir la trascendencia que le concediera a la unidad para enfrentar los peligros que acechaban a lo que calificara certeramente como Nuestra América, alertó: “¡Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas!”

Y aseguró: “¡Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes!”.

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