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José Martí y la conciencia de una nueva literatura

23 de julio de 2021

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El breve paso martiano por Caracas entre enero y julio de 1881 marca un hito importante en la evolución de sus ideas y en su ejercicio de la escritura. A tenor con su comprensión de la autoctonía de los pueblos latinoamericanos durante sus estancias anteriores en México y en Guatemala, lugar este segundo donde estableció el carácter mestizo de nuestras identidades y la necesidad de recuperar a conciencia lo aportado por las civilizaciones indígenas, Martí aceleró su madurez intelectual en la capital venezolana al expresar la necesidad de que la cultura artística y literaria de nuestras tierras debía expresar la personalidad propia de nuestra región.

Hace 140 años, al publicar la Revista Venezolana, entregó no solo su pensamiento al respecto sino que también lo manifestó en la manera de de escribir esa novedosa concepción.

El primer número de esa revista apareció el 1º de julio de 1881, y su texto inicial marcó claramente desde su título, “Propósitos”, la intención renovadora de su autor. Allí insiste en lo necesario de que nuestras letras acojan nuestra manera de ser, nuestra historia, nuestros asuntos y de que se adapten a esa espiritualidad nuestra. Lo hace en un largo párrafo mediante preguntas que afirman ese punto de vista.

“¿Ver gloria y no cantarla? ¿Ver mérito y no celebrarlo? ¿Ver cubiertas de polvo, averiguaciones minuciosas, y tradiciones amadas, memorias de épocas viejas, de arte patrio, de libros patrios, de hombres patrios, y no salvarlas con cuidado amante, y sacudirlas a la clara luz? ¿Dejar, como trabajo de escasa monta, a pasto de roedores, este imparcial estudio de una vida imitable, aquel acucioso examen de nuestros elementos de riqueza, cuál pintoresca escena de costumbres indias, cuál notación curiosa de nuestra fauna y nuestra flora, y nuestra atmósfera matizada de colores, y nuestro aire henchido de perfumes? O una triste memoria de aquellos tiempos olvidados, de hombres desnudos y penachos vívidos? O una tranquila escena de aquellas pampas vastas, con sus sacerdotes de cabellos blancos, y sus indígenas sin inquietud y sin ventura? O un combate de filibusteros? O una sesión de nuestro primer Congreso? O una cabalgada del fúlgido Bolívar? O aquellas plazas nuestras, con su árbol histórico y coposo, y su orador magnífico, y su apiñada y clamante muchedumbre? O nuestros adelantos, futuro desarrollo, o sabias leyes?”

La extensa parrafada está repleta de imágenes atrevidas y sorprendentes para su época, de adjetivos que definen y hasta de una ortografía propia que se deshace del signo de interrogación inicial al entregar una nueva relación de preguntas de indudable carácter afirmativo y comenzar con la conjunción disyuntiva en sustitución del verbo en infinitivo empleado en las preguntas anteriores, cuya repetición ya se hace innecesaria.

Ritmo y color propios de otras artes como la música y la pintura, se unen así a las reglas de la escritura, en la que el adjetivo suma a su habitual valor descriptivo un imprescindible sentido explicativo, definidor. Estamos, pues, en presencia de una forma de escritura de inusitada novedad, que años después sería denominada modernismo, y se apropiaría así de una palabra que en los decenios finales del siglo XIX señalaría la voluntad de establecer una nueva etapa de la vida social.

Lo significativo, sin duda, es cómo Martí, a los veintiocho años de edad, resulta la avanzada consciente de la necesidad de esa ruptura hacia una literatura otra, que no respondiera a la imitación de lo que ocurría en otras zonas culturales, sino que se afirmara sólidamente en la identidad que desde México ya llamaba Nuestra América.

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