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José Martí y el primer enfrentamiento en Cuba con soldados españoles

19 de abril de 2019

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“Retumba de repente el tiroteo como a pocos pasos de nosotros, y el fuego es de dos horas. Los nuestros han vencido.”

Así, sencillamente, escribe José Martí a Carmen Miyares contándole acerca del primer combate que aprecia, ocurrido el 25 de abril de 1895 en Arroyo Hondo, en la parte oriental del territorio cubano.

Unos días antes Martí en unión de Máximo Gómez y otros patriotas que retornaron a Cuba en una expedición el 11 de abril de 1895, se habían encontrado con otros luchadores independentistas y proseguían la marcha juntos.

Gómez había anotado en su diario la admiración que sintió por la resistencia de Martí, que los acompañaba sin flojeras de ninguna especie por las escarpadísimas montañas.

Es de imaginar el gran esfuerzo que tuvo que hacer Martí si se tiene en cuenta que siempre se había desenvuelto en ciudades y no estaba por ende acostumbrado a enfrentarse a condiciones tan difíciles de vida.

En relación con el primer enfrentamiento sostenido con fuerzas españolas en los campos de Cuba, Martí también hizo referencia en su diario en el que precisó: “… jornada de guerra. A monte puro vamos acercándonos, ya en las garras de Guantánamo, hostil en la primera guerra, hacia Arroyo Hondo. Perdíamos el rumbo. Las espinas nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban.”

Y seguidamente hace la siguiente descripción con respecto al combate: “Comienza a las once el tiroteo…Tiro graneado, que retumba; contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies es el combate: entran, pesadas, las tres balas que dan en el tronco. ‘Qué bonito es un tiroteo de lejos’ dice un muchachón agraciado, un niño. ‘Más bonito es de cerca, dice el viejo”.

Los luchadores independentistas pudieron salir airosos ya que los soldados españoles fueron derrotados, gracias a la oportuna intervención de fuerzas cubanas dirigidas por José Maceo y Victoriano Garzón que acudieron con prontitud hasta el lugar donde se hallaban sus compatriotas para prestarle la ayuda necesaria.

Una vez concluido el enfrentamiento los luchadores independentistas realizaron un emotivo encuentro con el pequeño grupo en que se hallaba Martí, quién algunas horas después reflexionaría en sus anotaciones en el diario de campaña sobre el desarrollo del combate.

Detalló: “¿Cómo no me inspira horror, la mancha de sangre que vi en el camino?” y agrega: “¿Ni la sangre a medio sacar de una cabeza que ya está enterrada? Y al sol de la tarde emprendimos la marcha de victoria, de vuelta al campamento.”

Lo escrito por Martí resume la impresión que sintió en ese primer combate y en ese encuentro con la muerte.

Y esto es algo particularmente significativo si se analiza que con antelación él no había participado en ningún enfrentamiento militar.

Por su edad, tenía tan sólo 15 años cuando se inició en Cuba la guerra por la independencia y después por haber sido condenado a prisión y más tarde por su salida hacia España como deportado, Martí no participó en la primera etapa de la lucha por la independencia.

Posteriormente estuvo vinculado con los preparativos de la reanudación de la lucha en lo que sería la denominada Guerra Chiquita y años más tarde igualmente trabajó de manera sistemática e intensa en la cristalización de lo que él calificaría como la Guerra Necesaria.

Hasta ese instante él había combatido con la fuerza de la palabra, pero nunca lo había hecho con las armas en la mano. Más siempre estuvo consciente que si era necesario también era capaz de hacerlo.

Y prueba de ello es que una vez reiniciada la lucha independentista en el territorio cubano, el 24 de febrero de 1895, José Martí comprendió que su deber era estar allí donde se desarrollaban los combates e influir en los demás luchadores con la fuerza de su ejemplo.

Precisamente en una carta dirigida a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal, el 25 de marzo de 1895, él había asegurado: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad empieza con ella, en vez de acabar.”

Eso no fue una frase de ocasión, que quedara sin materializar. Martí la hizo realidad al hallarse pocos días después en Cuba y encarar el peligro que entrañaba estar donde se realizaban las acciones combativas.

Con respecto a cómo se sentía por hallarse en el territorio cubano tratando de contribuir al desarrollo de la guerra por la independencia llegaría a comentarle en carta dirigida a sus amigos y colaboradores Gonzalo de Quesada y Arostegui y Benjamín Guerra así como a Carmen Miyares y a sus hijos.

En carta fechada el 15 de abril de 1895 le señala a Gonzalo y a Benjamín: “La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio.”

En esa misiva, que es extensa, también les detalla. “El alma crece y se suaviza en el desinterés y en el peligro.”

Y en una carta fechada en Jurisdicción de Baracoa a Carmen Miyares de Mantilla y a sus hijos, Martí asegura al resumir lo que siente al hallarse en Cuba: “Es muy grande, Carmita, mi felicidad, sin ilusión alguna de mis sentidos, ni pensamiento excesivo en mi propio, ni alegría egoísta y pueril, puedo decirte que llegué al fina mi plena naturaleza, y que el honor que en mis paisanos veo, en la naturaleza que nuestro valor nos da derecho, me embriagaba de dicha, con dulce embriaguez. Sólo la luz es comparable a mi felicidad.”

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