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José Martí y el cariño y respeto que sintió por su padre Don Mariano

30 de octubre de 2015

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a-don_mariano_martiJosé Martí dejó constancia del gran amor y respeto que sintió por su padre, Mariano de los Santos Martí y Navarro, quién había nacido el 31 de octubre de 1815 en Valencia, España, y murió el 2 de febrero de 1887 en La Habana.
En el seno familiar, Mariano aprendió el oficio de cordelero y después adquirió el de sastre. El 12 de junio de 1850 fue designado sargento primero de artillería con asiento en La Habana. En Cuba se casó con Leonor Pérez Cabrera el 7 de febrero de 1852. En el territorio cubano su vida no resultó fácil. Se caracterizó por ser un hombre muy justo y respetuoso.
Varios años después de haber nacido su primer hijo, abandonó el ejército, y entonces realizó las funciones de guardián en barrios de La Habana. También Mariano fue capitán de partido en Caimito de Hanábana, sitio al que lo acompañó su hijo José Martí cuando tenía tan solo nueve años.
Aprendió, Martí, de su padre a ser ordenado y puntual, a hacer bien las cosas y a resistir horas de trabajo.
De la relación estrecha con él hay constancia en la propia obra martiana, y una referencia particularmente emotiva y de gran significación de Martí hacia Don Mariano se encuentra reflejada en el trabajo “El presidio político en Cuba”.
En esta obra, Martí narró cómo reaccionó su padre cuando fue a verlo al presidio: “Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel! Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no se odiar”.
Algún tiempo después de haber ocurrido esto, Martí salió de Cuba en calidad de deportado, y sentiría igualmente la ausencia de sus seres queridos.
No volvería a ver a su familia hasta 1875 en que se encontraron en México, donde residió por espacio de más de año y medio.
Con posterioridad, tras la conclusión de la guerra en 1878, Martí, ya casado, viviría por algún tiempo en La Habana, pero en agosto del siguiente año resultó otra vez deportado hacia España.
Nuevamente dejaría de ver a sus padres durante un tiempo prolongado. Más el recuerdo de sus progenitores y la preocupación por la situación que padecían estuvo siempre latente en Martí. Ello se puso de manifiesto en varias de las cartas por él enviadas a su hermana Amelia.
En una misiva presumiblemente escrita en Nueva York en febrero de 1880 señalaría acerca de su padre: “Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnifica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”.
En otra carta dirigida a Amelia y fechada el 28 de febrero de 1883 también José Martí comentaría acerca de su padre: “Papá es, sencillamente, un hombre admirable. Fue honrado, cuando ya nadie lo es. Y ha llevado la honradez en la médula, como lleva el perfume una flor, y la dureza una roca. Ha sido más que honrado: ha sido casto”.
Igualmente especifica cómo repercutía en él las noticias que recibía en relación con la situación económica que tenía su familia: “Pero nada me ha hecho verter tanta sangre como las imágenes dolientes de mis padres y mi casa”.
Al año siguiente, Martí tiene la posibilidad de atender de modo directo a su padre, ya que Mariano vive con él en Nueva York desde mediados de 1883 y durante varios meses.
Y lo que sentía al tener junto a él a su padre Martí lo comentó en carta a su gran amigo Manuel Mercado el 30 de agosto de 1883. En dicha misiva afirmó: “Papá alegra mi vida, de verlo sano de alma, y puro, y al fin en reposo”.
Cuatro años más tarde ocurrió la muerte de Mariano, y lo que experimentó ante la irreparable pérdida lo reflejó en una emotiva carta dirigida a su gran amigo y hermano Fermín Valdés Domínguez, a quién le comentó: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él. Tú no sabes como llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma”.
También en carta dirigida a su cuñado, José García, en el propio año de 1887, expresaría sobre su padre: “¡Jamás, José, una protesta contra esa austera vida mía que privó a la suya de la comodidad de la vejez!”.
En 1890 al crear sus Versos Sencillos José Martí evocó a su padre al manifestar:

Si quieren que de este mundo
lleve una memoria grata
llevaré, padre profundo
Tu cabellera de plata.

Cuatro años después, cuando ya se hallaba trabajando en los preparativos de la reanudación de la lucha por la independencia de Cuba, Martí volvería a recordar emotivamente a Don Mariano al evocar lo que un día este le manifestara en relación con la posible disposición futura de su hijo de combatir en defensa de su patria.
En carta fechada el 26 de julio de 1894 y dirigida a José María Pérez Pascual, patentizó: “Así era mi padre, valenciano de cuna, y militar hasta el día que yo nací: él me dijo un día, volviéndose de súbito a mí: “Porque hijo, yo no extrañaría verte un día peleando por la libertad de tu tierra”.

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