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José Martí, trabajador

29 de abril de 2022

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Retrato de Martí, 1891 Hernan Norman Retrato de Martí, 1891 Óleo sobre tela 56 x 46,1 cm

Retrato de Martí, 1891, Hernan Norrman, Óleo sobre tela, 56 x 46,1 cm

 

No fue un obrero fabril ni un jornalero agrícola. Tampoco un campesino, ni un comerciante. Mucho menos tuvo propiedades. De niño ayudó a su padre en algunos de sus empleos y se crió en una familia que aumentaba con nuevas hermanas. Tenía buena letra y laboró como una especie de escribano. Se acercó a una precoz adolescencia con la perspectiva de no poder continuar estudios medios ni superiores. Pudo cursarlos gracias a Rafael María de Mendive, su maestro y protector, y a su gran amigo Fermín Valdés Domínguez, quien recibía una mesada paterna en Madrid y Zaragoza. En Nueva York subsistió un tiempo como oficinista en una casa de comercio, tarea que le desagradaba.

Fue Martí un hombre de trabajo que ya adulto sustentó a su familia con su labor intelectual. Fue uno de aquellos escritores que a finales del siglo XIX ejercieron el periodismo para obtener recursos de vida. Conoció, pues, la necesidad de escribir para recibir un pago. Su diferencia con el obrero asalariado es que tenía que vender su capacidad intelectual, su talento comunicativo mediante la escritura para periódicos de México, Argentina, Estados Unidos, Uruguay, Honduras. Y escribir era su pasión. Más que una obligación pecuniaria, para él era un arte, una dedicación satisfactoria, y, sobre todo, un deber para contribuir a la gran tarea que siempre le animó de impulsar a una humanidad mejor.

Por eso no solo se situó siempre en la perspectiva del trabajador, lo mismo del que laboraba en el campo y del que lo hacía en una fábrica. Se puso del lado de los reclamos obreros y describió vívidamente la heroicidad cotidiana de las mujeres obreras de Nueva York, inmigrantes en su mayoría, que acudían a las industrias bajo la nieve y retornaban exhaustas a los quehaceres hogareños en las covachas donde moraban.

Entendió Martí aquellas vidas sufridas porque él siempre se vio a sí mismo como un hombre de trabajo. Lo fue: infatigable, apasionado, sin descanso. Y así lo declaró a menudo, con orgullo y satisfacción. Comprendió esa necesidad y lo dijo: “Hay que trabajar mucho para vivir.”

No se sentía esclavizado ni se deprimía: “…para mí los días de trabajo son los verdaderos días de fiesta.” “A otros embriaga el vino: a mí, el exceso de trabajo.” “Entregados al trabajo, no hay manera de que la pena nos venza.” “Yo soy como las abejas, que trabajan mucho más en el verano.”

Se manifestó contra el trabajo en pos de la riqueza: “…que el trabajo sea alimento, y no modo enfermizo, y agitado de ganar fortuna.” Y reiteró su criterio enaltecedor de ese laboreo como forma de sostén de la existencia. El trabajo embellece.” “El trabajo es romántico.” “El trabajo es piadoso.” “El trabajo cría justicia.”

Se comprende, al leer esos juicios, cómo y por qué Martí siempre se situó del lado de los trabajadores, de los obreros, de los campesinos, porque “para entendernos y excusarnos vivimos los trabajadores.” Se sintió, pues, integrante de esa parte de la humanidad: “… como yo trabajo, amo a los que trabajan.”

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