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José Martí: su retorno a Cuba para contribuir al desarrollo de la Guerra por la Independencia

6 de abril de 2018

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Durante varios años José Martí se consagró al empeño de lograr la reanudación de la guerra por la independencia de Cuba. Tuvo que encarar momentos difíciles, incomprensiones y diversos problemas pero él no se dejó vencer por los obstáculos y limitaciones de tipo material.

Sostuvo contactos fructíferos con antiguos luchadores independentistas, como eran los casos del dominicano Máximo Gómez y del cubano Antonio Maceo, respectivamente, y además cautivó a jóvenes que estaban dispuestos a dar su contribución a la causa independentista.

El 24 de febrero de 1895 se reanudó en Cuba la guerra. Ya en esa fecha Martí se hallaba en Montecristi, en Santo Domingo, donde había ido a reunirse con Máximo Gómez para desde allí salir hacia el territorio cubano tan pronto le fuera posible.

Un mes después de haberse iniciado la nueva etapa de la guerra en Cuba firmó también junto a Máximo Gómez lo que históricamente ha sido identificado en nuestra historia como Manifiesto de Montecristi, en correspondencia con la ciudad dominicana en el que fuera suscrito.

En dicho documento al referirse a la guerra se especificó que no era la tentativa caprichosa de una independencia más temible que útil, que sólo tendrían derecho a demorar o condenar los que mostrasen la virtud y el propósito de conducirla a otra más viable y segura, y que no debe en verdad apetecer un pueblo que no la pueda sustentar, “sino el producto disciplinado de la revolución de hombres enteros que en el reposo de la experiencia se han decidido a encarar otra vez los peligros que conocen,

y de la congregación cordial de los cubanos de más diverso origen, convencidos de que la conquista de la libertad se adquieren mejor que en el abyecto abatimiento las virtudes necesarias para mantenerla.”

En el Manifiesto de Montecristi también se hizo constar la vocación internacionalista de la guerra independentista de Cuba ya que se le consideró como “suceso de gran alcance humano, y servicio oportuno que el heroísmo juicioso de las Antillas presta a la firmeza y trato justo de las naciones americanas, y al equilibrio aún vacilante del mundo.”

El mismo día que firmó este documento, Martí también escribió otras dos cartas en las que ratificó el grado de compromiso que tenía con el desarrollo de la guerra que se había reiniciado en Cuba.

Precisamente en una de dichas misivas, la dirigida a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal había precisado: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar.”

Y de inmediato enfatizó: “Para mí la patria, no será nunca triunfo, sino agonía y deber.”

En la otra misiva, enviada a su querida madre Doña Leonor Pérez, Martí tras expresarle que estaba en vísperas de un largo viaje y exponerle consideraciones en torno al sacrificio, le manifestó: “Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil.”

Casi una semana después en carta dirigida a su amigo y cercano colaborador Gonzalo de Quesada Arostegui, Martí igualmente haría referencia a lo que experimentaba ante la posibilidad de hallarse en los días siguientes en Cuba.

Él detalló al respecto: “De Cuba ¿qué no habré escrito?: y ni una página me parece digna de ella: sólo lo que vamos a hacer me parece digno.”

Y además aseguró: “Ya usted sabe que servir es mi mejor manera de hablar.”

De manera consecuente él se empeñó en trasladarse lo más pronto posible junto a Máximo Gómez y otros patriotas a Cuba para con la fuerza de su ejemplo contribuir al desarrollo de la guerra.

Pudo entrar nuevamente en contacto con su tierra natal al desembarcar por la zona de Playitas de Cajobabo, en la parte sur de la actual provincia de Guantánamo, el 11 de abril de 1895.

En su diario de campaña resumió en una frase muy breve y de gran simbolismo lo que sentía en ese instante al precisar: “Dicha grande”

Posteriormente tanto en otras anotaciones que realizara en su diario así como en cartas que escribiera a amigos y colaboradores reflejó su buen estado de ánimo y su decisión de continuar ocupando un lugar en el escenario donde se combatía por alcanzar la independencia de Cuba y con ello dar una contribución a la causa de otros pueblos.

De manera evidente Martí expuso en la carta que comenzó a escribirle a su amigo mexicano Manuel Mercado, fechada el 18 de mayo de 1895, y que quedó inconclusa al producirse su caída en combate al día siguiente, en la que significó: “…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber- puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.”

Y aseguraba al respecto: “En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.”

Martí supo mantener desde su llegada a Cuba el 11 de abril de 1895 hasta el instante en que se produjo su caída, el 19 de mayo, una gran firmeza. Se enfrentó a condiciones de vida muy difíciles en su transitar por zonas rurales de la parte oriental del territorio cubano, encarar limitaciones materiales y desafiar el peligro latente de caer herido o muerto en algún enfrentamiento con las fuerzas españolas.

Él hizo realidad lo que con antelación había expresado al referirse a la muerte cuando, por ejemplo en el discurso pronunciado en la ciudad norteamericana de Tampa, el 27 de noviembre de 1891, enfatizó: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida.”

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