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José Martí: solidez de su argumentación en los discursos pronunciados en diferentes etapas de su vida

25 de noviembre de 2016

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José Martí fue un vibrante orador. De acuerdo a lo expuesto por los que lo conocieron y escucharon, cuando se dirigía a un grupo de compatriotas era capaz con su voz emocionada de trasmitirle lo que pensaba y anhelaba.

Existen múltiples discursos de Martí, recogidos en sus Obras Completas, que ponen de manifiesto, tan solo por el contenido, la fuerza expresiva que le era característica.

Y un ejemplo de ello es un discurso que él pronunció en 1892 que la historia ha recogido con el nombre de “La Oración de Tampa y Cayo Hueso”.

En este discurso destacó la fe absoluta que depositaba en la masa de trabajadores cubanos que radicaban en los Estados Unidos. Esos emigrados aportaban generosamente los recursos indispensables para llevar adelante los preparativos de la guerra por la independencia de Cuba.

Y precisamente en este discurso Martí resaltó lo que experimentaba ante el respaldo que le brindaban sus compatriotas, al detallar: “Y aún tiemblo de la dicha de haber visto la mayor suma de virtud que me haya sido dado a ver entre los hombres –en los hombres de mi patria. Lo que tengo que decir, antes de que se me apague la voz y mi corazón cese de latir en este mundo, es que mi patria posee todas las virtudes necesarias para la conquista y el mantenimiento de la libertad.”

Martí también hizo referencia a las características de su tierra natal y a las cualidades de su pueblo. Y en relación con este último aspecto patentizó en la citada intervención ante los emigrados cubanos residentes en los Estados Unidos: “…creo a mi pueblo capaz de construir sobre los restos de una mala colonia una buena república.”

Como parte de la encomiable labor realizada para propiciar el reinicio de la lucha por la independencia cubana en diversas ocasiones Martí recorrió distintas ciudades norteamericanas y se reunió con los emigrados cubanos residentes en el territorio estadounidense.

La firmeza de sus palabras, la forma temperamental en que solía hablar, y sobre todo su propio ejemplo de dedicación y entereza, constituyeron fuente de motivación para lograr que muchos de los emigrados cubanos en Estados Unidos contribuyeran en forma activa y gracias a sus aportes se pudieran reunir los fondos necesarios para hacer realidad lo que constituyera un gran sueño de Martí, es decir que en Cuba nuevamente se combatiese por la conquista de la independencia.

Con su palabra y voz emocionada combatió mucho antes que en Cuba se reiniciara la guerra y después con su presencia en su tierra natal contribuyó al desarrollo de la propia lucha independentista.

Aunque muchas de sus más trascendentales discursos guardan relación con la etapa fecunda en que trabajó en los preparativos de la reanudación de la guerra por la independencia, es decir a partir de los años finales de la década del ochenta y los del primer lustro siguiente, hay que señalar que desde mucho antes había realizado otras significativas intervenciones.

Por ejemplo en Cuba habló en varias oportunidades durante 1878 y 1879 en actividades que tuvieron lugar en el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa y también en el de Regla, así como en una edificación situada en la acera del Louvre.

Igualmente en el período inicial de la década del ochenta también pronunció varios discursos en los Estados Unidos, pero de manera esencial

Martí evidenció sus notables cualidades como orador algunos años después.

Cabe recordar los discursos que pronunciara en las veladas organizadas por los emigrados cubanos residentes en ciudades norteamericanas para conmemorar la fecha del aniversario del inicio de la guerra encabezada por Carlos Manuel de Céspedes.

Y muy significativos fueron también los discursos que pronunció en Tampa los días 26 y 27 de noviembre de 1891 que han sido recogidos en nuestra historia como Con todos y para el bien de todos y como Los Pinos Nuevos, frases con las que concluyó los respectivos discursos.

Fue precisamente en esa última intervención que a través de la frase señalada calificó a las nuevas generaciones de cubanos que estaban dispuestos a dar su contribución al desarrollo de la nueva etapa de lucha por la independencia de su tierra natal.

José Martí aseguró que los pueblos viven de la levadura heroica y en la parte final de su discurso en forma metafórica estableció un paralelismo entre los árboles de un monte, que simbolizaban a los viejos combatientes, y un pino que a su juicio representaba a los más jóvenes y precisó al respecto: “Eso somos nosotros, pinos nuevos”.

Blanche Zacharie de Baralt tuvo la posibilidad de conocer a José Martí durante su permanencia en la ciudad norteamericana de Nueva York. Ella no solo lo trató en su casa, que él solía visitar con frecuencia, sino también en otras actividades de carácter social y político. Lo escuchó cuando pronunció algunos discursos.

Y de las características y cualidades de Martí como orador, ella señaló en un libro que tituló El Martí “yo conocí que hablando, sin afectación, su vocabulario era, no obstante, escogido y que aunque empleaba, a veces, términos superiores a la comprensión de gente sencilla; su tono era tan sincero, tan convincente, que las palabras iban derecho al corazón de sus oyentes”.

Agregó que el verbo de Martí en los momentos culminantes del discurso “era un vendaval imponente cuya ráfaga barría cuantos obstáculos se le oponían”.

Y precisó que “las ideas se precipitaban con tal ímpetu que costaba trabajo seguirlas, y solo al leer con calma esas frases candentes, refrescadas por la letra de molde, se da uno cuenta cabal de su forma y contenido magistrales”.

Comentó que la imaginación del orador trabajaba con más rapidez que la de su auditorio que no podía siempre seguirlo y necesitaba una pausa para poderlo alcanzar.

Y también expresó: “Su voz, bien timbrada, tenía reflexiones infinitas. Empezaba con tono suave y medido. Hablaba despacio, convencía. Articulaba con cuidado dibujando los contornos de sus vocablos, pronunciando un poco las eses finales, al estilo mexicano. No pronunciaba la C y la Z a la española, sino, como gran americanista que era, suave como se hace en América. Pero, cuando tocaba el tema de la patria oprimida y la necesidad de luchar por ella, crecía el caudal de palabras, acelerando el tempo: su voz tomaba acentos de bronce y de sus labios brotaba un torrente. El hombre delgado, de mediana estatura, se agigantaba en la tribuna y el público quedaba cautivado bajo su hechizo”.

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