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José Martí: la vigencia de su legado en el actual siglo XXI

23 de abril de 2013

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José Martí

Por la significación y vigencia de su vida y obra, por los principios que expusiera en cartas, trabajos periodísticos, discursos, poemas y otras obras José Martí ha sido considerado como un hombre de todos los tiempos.
Desde el punto de vista física tuvo una existencia relativamente breve, pero fecunda. Tan sólo vivió 42 años.
Martí no sólo sobresale por lo que fuera capaz de escribir o proclamar de manera oral sino por la plena correspondencia que tuvo esto en su manera de actuar.
Precisamente en un discurso pronunciado en el Hardman Hall de Nueva York el 10 de octubre de 1890, al hacer referencia al regocijo que puede experimentarse ante el cumplimiento del deber y lo que ello significaba, señaló algo que en estos momentos sigue teniendo una gran relevancia: “…el porvenir, sin una sola excepción, está al lado del deber. Y si falla, es que el deber no se entendió con toda pureza, sino con la liga de las pasiones menores, o no se ejercitó con desinterés y eficacia.”
Desde mucho antes, en la etapa de su juventud, ya él también había planteado que tienen las gentes humildes sacrificios heroicos, a las veces más altos que los que por circunstancias de azar logran premio y renombre.
Esto lo reflejó en un trabajo publicado en la Revista Universal, de México, el 22 de junio de 1875. Tenía entonces algo más de 22 años.
Y había demostrado su entereza a la hora de enfrentar situaciones difíciles, como fue la que padeció durante su etapa de preso político, puesto que además se vio obligado a realizar trabajo forzado en las Canteras de San Lázaro, donde en la actualidad funciona el Museo Fragua Martiana.
Martí se refirió tanto a la actitud de los seres humanos a escala individual y la suya en específico como a la de los pueblos y la humanidad en general.
Otro principio suyo, de gran relevancia, fue el que reflejó en La Opinión Nacional de Caracas, el 21 de enero de 1882, puesto que aseguró: “La especie humana ama el sacrificio glorioso.”
En relación con esa devoción por el sacrificio le expuso consideraciones muy elocuentes a su querida madre en las dos últimas cartas que le escribió.
En la  penúltima, fechada el 15 de mayo de 1894, le expresó que mientras hubiera obra qué hacer, un hombre entero no tiene derecho a reposar y también le señalo su criterio que cada ser humano debía prestar,  sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí.
Y además al hacer referencia a su propia existencia le llegó a asegurar que jamás acabarían sus luchas tras haber establecido un paralelismo con la luz del carbón blanco que se quema él para iluminar alrededor
En esa carta Martí igualmente le planteó a su querida madre: “El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar franco y para mí imposible, adonde está la única dicha humana, o la raíz de todas las dichas. Pero el hombre vigilante y compasivo está aún vivo en mí, como un esqueleto que se hubiese salido de su sepultura; y sé que no le esperan más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que es preciso entrar para consolarlos y mejorarlos.”
Esos criterios fueron, de hecho, nuevamente reflejados, por supuesto de otra forma, con el empleo de palabras distintas, en la última carta que le escribió a Doña Leonor Pérez, desde Montecristi el 25 de marzo de 1895. Se hallaba ya desde hacía algo más de un mes en esa ciudad dominicana desde la cual anhelaba salir en unión de Máximo Gómez hacia Cuba para participar de modo activo en la guerra por la independencia que ya se había reiniciado desde el 24 de febrero.
Y en dicha misiva le manifiesta a la vez con cariño y firmeza a su progenitora: “Usted se duele, en la cólera de su amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber  de un hombre está allí donde es más útil.”
Ese mismo día que le escribe a Doña Leonor, Martí también se dirigió a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal. En una carta que ha sido considerada por diversos especialistas como una especie de testamento político, él reflexiona en torno a su deber para con la causa de la independencia de su tierra natal.
Y le comentó a Henríquez y Carvajal lo siguiente: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria, no será nunca triunfo; sino agonía y deber.”
Como proclamara en varias oportunidades en sus cartas,  trabajos periodísticos  y discursos José Martí puso su vida al servicio de la causa de su tierra natal. Para él ese fue un deber supremo. En función de la causa independentista declinó posibles honores y bienestar material ya que obviamente atendiendo a su talento y capacidad si  tan sólo se hubiera dedicado a publicar libros o  escribir para distintas  publicaciones,  por supuesto hubiese tenido una vida más  holgada y obtenido mucha más fama en el campo de la literatura ó el periodismo.
Pero Martí apreció que su deber con su Patria oprimida lo obligaba moralmente a asumir otra actitud y por ello pensó primero en los intereses de su pueblo antes que en los suyos e incluso en los de su familia.
Y en correspondencia plena con lo que  consideraba fuese su deber retornó a Cuba el 11 de abril de 1895 para con la fuerza de su ejemplo continuar dando su contribución  al desarrollo de la guerra por la independencia que tras años de intensa labor logró hacer que se reanudase.
Él se sintió plenamente motivado en todo lo que hizo por el gran amor que sintiera por su tierra natal y la causa de su independencia y por la forma cabal en que creyó en los  conceptos que fue capaz de exponer, como los referidos al sacrificio, el  cumplimiento del deber y el modo de actuar adecuado de los seres humanos.
De la vigencia de Martí en el actual siglo XXI han opinado personalidades políticas e investigadores cubanos  a través del tiempo.
Al respecto, a manera de ejemplo  cito lo que patentizó el  Doctor Eusebio Leal en el discurso pronunciado en el Coloquio Internacional José Martí, “Por una cultura de la naturaleza”, el  26 de octubre del 2004, en La Habana:  “Para todos nosotros, desde que comenzamos a palpitar en el seno materno, el sentimiento martiano de profunda filiación a sus ideas es similar al que sienten nuestros hermanos americanos, o mujeres y hombres de cualquier parte del mundo, por los fundadores de sus naciones. Sin embargo, hay, en la realidad insular, una verdad que es innegable. En los cubanos, por sobre el culto esmaltado en las fotografías, por sobre el bronce y el mármol de los monumentos, existe una extraña pasión que no es una religión de Estado, ni es tampoco una convicción ética ni moral colectiva, sino una devoción verdadera, nacida de una vida que se nos propuso desde aquellos días iniciales como el símbolo y el paradigma de lo que debíamos alcanzar como propósito.
Pequeño de estatura, lo que muestra a las criaturas insulares, hijos de un pueblo de fusión de muchos pueblos, que nada hay pequeño para un hombre grande. Frente amplia y ojos entornados; aquella dulzura y singularidad de su carácter, desde la más temprana edad de la vida, se convirtió símbolo de lo que querían ser y aspiraban a ser los niños cubanos. Su noble ternura, la fortaleza de su carácter, su austeridad ante la enfermedad, su demostración de que era posible saltar por encima de cualquier limitación física para llevar adelante un destino, hicieron de los adolescentes y para todos los adolescentes de su tiempo, cubanos, a los cuales sus abuelos, padres y familiares les contaron de la proeza de su presidio, cuando era apenas un niño endeble, un símbolo de sufrimiento, de sacrificio y de esperanza. Su bella palabra, su voz bien timbrada, su sentimiento de la poesía, más como una necesidad de la vida que como una consonancia de rimas y versos, nos llevaron, también, a la convicción de que era indispensable, en el destino que trazáramos para nosotros mismos, tenerla a ella presente, como centro, como sostén, como perfume del alma, como noble corona de nuestras más altas aspiraciones.
Conocedor profundo del mundo, nos indicó el camino de la cultura, el saber, la necesidad de hallar explicación a todas las cosas, o a casi todas; eso lo hizo el ejemplo a imitar por aquellos que creyeron  en la profecía de su palabra, y que ella, la cultura, era la única forma de asegurar la libertad.”

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