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José Martí: la trascendencia histórica que le atribuyó a Carlos Manuel de Céspedes

28 de febrero de 2022

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Carlos Manuel de Céspedes en Campaña. Amaury Palacios.

 

El 27 de febrero de 1874 se produjo la caída en la zona de San Lorenzo, en la entonces provincia de Oriente, de Carlos Manuel de Céspedes, quién inició la guerra por la independencia de Cuba en su ingenio Demajagua el diez de octubre de 1868.

José Martí no tuvo una relación directa con Céspedes ya que este desarrolló la guerra en la entonces provincia de Oriente y Martí vivía en La Habana. Incluso cuando se produjo la muerte de Céspedes entonces Martí, quién tenía en ese instante 21 años, se hallaba residiendo en España como deportado.

Pero aunque no lo conoció de modo directo Martí sí sintió, y lo expresó, un gran respeto y admiración por Céspedes. Precisamente en un trabajo publicado el 10 de octubre de 1888 en El Avisador cubano, en Nueva York, en ocasión de conmemorarse el aniversario 20 del inicio de la lucha por la independencia cubana, Martí expuso valoraciones sobre Carlos Manuel de Céspedes y también con respecto a Ignacio Agramonte.

Tras hacer referencia a las características de cada uno de estos luchadores independentistas, Martí comentó en relación específica con Céspedes que era preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue su fortaleza.

Acerca de Céspedes y del gran mérito que tuvo como iniciador de la guerra por la independencia de Cuba en el año 1868 José Martí se refirió en otras ocasiones, de modo muy especial en varios discursos que pronunció en la ciudad de Nueva York en la fecha del 10 de octubre en actos de carácter patriótico efectuados entre los años 1887 y 1891.

Precisamente en la intervención que realizó en 1887 en la velada organizada por los emigrados cubanos residentes en la ciudad norteamericana de Nueva York enfatizó al recordar lo acaecido el 10 de octubre de 1868 en el ingenio Demajagua propiedad de Carlos Manuel de Céspedes: “Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella, cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “!Ya sois libres”.

Dos años después en el acto efectuado en el Hardman Hall, de Nueva York, al evocar la labor y el heroísmo de los iniciadores de la guerra por la independencia de Cuba Martí aseguró: “El observador juicioso estudia el conflicto, se reconoce deudor a la patria de la existencia a que en ella nació; y cuando, por la ineficacia patente y continua de los recursos cuyo ensayo no quiso ni debió turbar, ve comprobada la necesidad de pagar, en cambio de la vida decorosa y el trabajo libre, el triunfo de sangre; cuando con el tributo de sangre de una generación, se salvará la patria del exterminio lento; cuando con las virtudes evocadas por la grandeza de la rebelión pueden apagarse, y acaso borrarse, los odios y diferencias que amenazan, tal vez para siglos, al país; cuando el sacrificio es indispensable y útil, marcha sereno al sacrificio, como los héroes del 10 de Octubre, a la luz del incendio de la casa paterna, con sus hijos de la mano.”

En 1890, en ocasión de hablar nuevamente en el Hardman Hall de Nueva York, en el acto por el aniversario del inicio de la guerra de los Diez Años, ratificó ese compromiso que tenía con Cuba y su pueblo.

En esa oportunidad comenzó su discurso evocando a los caídos en la etapa inicial de la lucha por la independencia y señaló cuál era la actitud que debía asumirse para rendirles un verdadero homenaje.

Destacó: “Otros llegarán sin temor a la pira donde humean, como citando con la hecatombe, nuestros héroes: yo tiemblo avergonzado: tiemblo de admiración, de pesar y de impaciencia. Me parece que veo cruzar, pasando lista, una sombra colérica y sublime, la sombra de la estrella en el sombrero; y mi deber, mientras nos queden pies, el deber de todos nosotros, mientras nos queden pies, es ponernos en pie, y decir: “¡presente!”.

José Martí se sintió un continuador de la obra realizada por Céspedes y otros patriotas cubanos.

En correspondencia con ello durante años, en la etapa final de su breve pero fecunda existencia, se consagró al empeño de rendirle homenaje a los caídos, como fue el caso de Céspedes, haciendo realidad que en Cuba se reanudase la guerra por la independencia.

Y cuando se alcanzó ese objetivo, él se sintió todavía más comprometido con estar en el lugar donde se llevaban a cabo las acciones combativas.

No es de extrañar, entonces, que tras haber podido trasladarse hacia el territorio cubano, comentara el júbilo que sentía al encarar limitaciones de tipo material y el peligro de morir en algún enfrentamiento con los soldados españoles en una carta que le envió a sus amigos y colaboradores cercanos Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra, misiva fechada el 15 de abril de 1895: “Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio.”

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