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José Martí inicia sus “Escenas norteamericanas”

3 de septiembre de 2021

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Nueva York, 1880-1890

Nueva York, 1880-1890

 

El 5 de septiembre de 1881 el diario caraqueño La Opinión Nacional publicó un largo escrito titulado “Carta de Nueva York”, y dejaba en suspenso quién era el autor, oculto bajo la firma de “M. de: Z.”, nunca antes aparecida en esa publicación. Debajo del título se añadía “(De nuestro corresponsal)”, con lo cual se aclaraba que el redactor residía en la gran urbe estadounidense, identificada al inicio antes de señalar la fecha del 20 de agosto de aquel año. No fue hasta cuatro meses después, el 24 de diciembre, que la crónica de tal día, la décimo quinta que se publicaría en ese periódico el 7 de enero de 1882, estaba rubricada con el nombre de José Martí.

No sabemos el por qué del camuflaje del autor por tanto tiempo. ¿Estaría Martí preocupado porque su nombre podía desagradar al presidente Antonio Guzmán Blanco, quien había decretado en el mes de julio su salida inmediata de Venezuela? ¿O el receloso era Fausto Teodoro de Aldrey, el español que hizo carrera en el periodismo venezolano, propietario y director el diario? Lo que sí puede afirmarse es que aquellas extensas crónicas acerca de la vida estadounidense atrajeron de inmediato la atención de los lectores, como lo indicó más de un testimoniante.

En esos textos, el Maestro estudia y analiza la sociedad estadounidense en sus numerosas aristas e individualidades y al mismo tiempo pone de manifiesto su maduración literaria que lo convirtió en uno de los iniciadores de lo que después se llamaría el modernismos hispanoamericano. La riqueza expresiva, el peso de la imagen no solo descriptiva sino como base de su razonar, su sorprendente y abundante creatividad con la lengua española mediante centenares de neologismos, la capacidad de interrelacionar el discurso analítico con la descripción de sugerente exactitud, el balance entre la información de actualidad, la narración de sucesos y procesos sociales, el eficaz uso del diálogo son elementos que hacen de su original ejercicio del llamado periodismo moderno —justamente en la época en que nacía el diarismo de grandes tiradas y se aspiraba a que este abarcara a amplias capas sociales— un notable y singular ejemplo de unidad entre periodismo y literatura.

Esos rasgos que caracterizan desde esos inicios en La Opinión Nacional a las “Escenas norteamericanas” explican el tremendo alcance de esos textos en el mundo hispanoparlante y que su escritor haya sido ampliamente leído, admirado y continuado, aún en nuestra época cuando una elevado cantidad de los asuntos tratado en las dichas “Escenas” ya no son realidad existente y han cobrado valor en el plano histórico mientras han caducado respecto a su alance informativo de actualidad. Sin embargo, cuánto nos ayudan esas “Escenas” martianas para comprender a los Estados Unidos, sus costumbres, su psicología social, su personalidad colectiva hasta nuestros días.

Esos escritos de 1881 y 1882 se mueven durante los primeros meses en dos grandes temas íntimamente ligados: la muerte del presidente James A. Garfield y el largo proceso judicial de su asesino Charles J, Guiteau. Mas también se refiere Martí a las luchas entre los poderes del estado, los festejos de fin de año y las fiestas pascuales, las muertes de dos escritores para él imprescindibles como Emerson y Longfellow, además del centenario de la batalla de Yorktown que dio la independencia a las Trece colonias de la América del Norte. Y no deja de hablar de desastres como el desbordamiento del río Mississippi, la temporada invernal, las competencias de caminadores, las luchas políticas, la visita del escritor inglés Oscar Wilde, un encuentro de boxeo por un premio, el rechazo a la inmigración china, huelgas obreras, mujeres sufragistas, y de personalidades como el industrial y reformador social Peter Cooper, el orador negro Henry Garnet y la cantante Adelina Patti.

Eso temas indican la anchura de la observación martiana sobre Estados Unidos y el proceso de su visión crítica acerca de ese país, que se ahondaría cada vez más a partir de 1884, cuando había abandona la colaboración con La Opinión Nacional y escribía para diarios de Buenos Aires y de México.

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