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José Martí, hombre de deberes

21 de mayo de 2020

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La ética es uno los fundamentos esenciales del pensar martiano. En su concepto de la vida humana, los principios éticos constituyen el cuerpo que da sentido a esta, tanto para fijar un código de conducta como para explicar el valor de esa vida.

En su actuación personal Martí se atuvo siempre a esos principios, los que le permitieron trabajar siempre para hacer del bien mayor del hombre objetivo supremo de su labor para alcanzar la independencia de Cuba. Así lo planteó en el Manifiesto de Montecristi, ese documento en que expuso a los cubanos y al mundo los propósitos de aquella contienda iniciada el 24 de febrero de 1895: “Cuando cae en tierras de Cuba un guerrero de la independencia (…) lo hace por el bien mayor del hombre…”. Es decir, la lucha cubana contra el colonialismo español no se agotaba con la libertad de Cuba sino que desbordaba hacia un punto clave de las grandes líneas histórico-sociales de aquellos tiempos: impedir la expansión de Estados Unidos desde su patria por las tierras de América.

Por consiguiente, en concordancia con ese objetivo de alcance continental y universal, Martí se dedicó a implementar la vasta estrategia para alcanzar ese resultado, que abarcaba varios pasos: la acción unida de los patriotas, para lo cual fundó el Partido Revolucionario Cubano; la preparación de la guerra, necesaria porque el colonialismo no dejaba opción pacífica para cubrir los requerimientos del país y desde la cual se irían sentando las bases de la república, para todos y para el bien de todos, no para una minoría y para el bien de esa minoría, de verdadera justicia social, y desde la cual se buscaría una acción defensiva unida de nuestra América ante el expansionismo de Estados Unidos.

El deber que Martí se impuso fue trabajar en pos de aquellos aspectos, y sus palabras y sus actos lo convirtieron, primero, en el líder de la emigración; luego, de los patriotas conspiradores dentro de la Isla y, finalmente, durante sus cinco semanas en los campos del oriente cubano, en personalidad reconocida por las tropas mambisa que le aplaudían y le llamaban presidente.

Fue, pues, sin dudas, el líder del 95, lo cual le planteaba deberes, obligaciones, con la dedicación plena a sus cumplimientos. Desde su adolescencia así se condujo, cuando se declaró autor de la carta done llamo apóstata al condiscípulo que se había incorporado a los voluntarios defensores del colonialismo

El deber, su cumplimiento, fue siempre, parte imprescindible de su eticidad. Por eso le escribe a su madre, a punto de salir para la guerra, el 25 de marzo de 1895: “El deber de un hombre está allí donde es más útil.” Ese mismo día le afirmó a un amigo dominicano: “Donde esté mi deber mayor, adentro o afuera, allí estaré yo.” Y mucho antes, el 24 de enero de 1880, en su primer discurso ante la emigración cubana en Nueva York, señaló: “El deber debe cumplirse sencilla y naturalmente.”

El 19 de mayo de 1895, tras entregar a los soldados mambises una inflamada arenga patriótica, cómo iba a quedar en el campamento quien les había entusiasmado momentos antes. José Martí montó su caballo y avanzó junto con esa tropa mambisa sobre el enemigo. Murió en ese combate: cumplió su deber sencilla y naturalmente. Por eso fue y sigue siendo hoy el líder que incita al pueblo cubano a cumplir su deber.

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