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José Martí entre la enfermedad y el deber

28 de enero de 2024

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Es sabido que la salud de José Martí quedó quebrantada para siempre luego del tiempo en los trabajos forzados en las canteras habaneras durante su prisión. El fracasado intento de envenenamiento, fraguado por el gobierno español durante una visita a Tampa en 1892, resintió las afectaciones de su organismo. Sin embargo su estoica fuerza de voluntad se impuso a esos males una y otra vez.

La carta del 2 de febrero de 1893 a José Dolores Poyo, la personalidad emblemática de la emigración cubana en Cayo Hueso, entrega una de las tantas muestras de la reciedumbre de su carácter. Allí comienza relatando su actitud para imponerse por encima de sus vicisitudes de salud: “¡Es tanto lo que tengo que decirle, y tanto aún el malestar con que le escribo! A un hombre como Vd. sólo necesito decirle que, sea cualquiera el estado de mis fuerzas, y punto menos que imposible de tomar la pluma, sobre el trabajo incesante de esta recomposición y el del periódico y las angustias de la responsabilidad creciente—todo lo hago, temblando o no, y anden como quiera el corazón y los intestinos.”

El largo párrafo inicial continúa y describe los detalles que ha de atender: “La correspondencia oficial anda atrasada, porque no sé hacer las cosas en pequeño, ni me deja vida la tarea menuda, y muy fatigosa, de poner en orden de acción práctica y disciplinada a esta emigración, que hay que ganarse ojal a ojal, y tener junta con esfuerzos inauditos. Aún no recabo la salud deshecha, y no puedo aceptarle al médico la condición de resistirme a todo trabajo: ¡hoy, cuando tenemos que trabajar más!”

La misiva sigue afirmando que desde haber sido envenenado en Tampa, “como resultado de mi gran choque nervioso: lo que hago, sin embargo, Vd. lo irá sabiendo: los instantes libres, desde la cama o el escritorio, para torcer en Cuba las malas agencias; rehago el periódico que hallé desecho; los Clubs, al garete en mi ausencia, resucitan briosos; dispongo, si no sentimos todos con brío, los pasos ya más decisivos de la campaña real, Yo soy a todo. Rodaré por el suelo, sin cuerpo y sin premio —sin el premio siquiera de que mis amigos me entiendan y acompañen en hora de verdadera agonía— pero habré hecho cuanto cabe en alma y cuerpo de hombre.

Las quejas francas indican la confianza martiana en la rectitud y eticidad revolucionaria de Poyo, su destinatario. Así, culmina el largo número de líneas de ese párrafo diciendo lo que haría al terminar la carta y en los días siguientes: “Yo, a la cama, a la consulta perpetua, a halar el periódico, a agenciar lo preciso para llevar tanta pequeñez adelante, a un Club reorganizado cada noche; esta noche el Borinquen y a escribir la arenga, mañana a las ocho a la imprenta, a todo el día, y a la noche, a dos Clubs más,—y así preparando la próxima jira y no por allá, así, sin brazos con que escribir, ¿para que se me atufe y me niegue el cariño y limosa de la carta, un hombre a quien quiere uno como a un hermano? “

Obsérvese en las líneas finales la plena confianza en Poyo y su deseo de reunirse con él cuando su capacidad de trabajo estuviese recuperada. En esta carta escrita cuatro días después de su cumpleaños cuarenta queda demostrada la cercanía espiritual de José Martí con José Dolores Poyo.

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