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José Martí: el valor que le atribuyó a la muerte necesaria en defensa de una causa justa

22 de mayo de 2020

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Al referirse a la muerte José Martí llegó a asegurar con particular firmeza: “Otros lamentan la muerte necesaria; yo creo en ella como la almohada y la levadura, y el triunfo de la vida”.

Martí habló  y escribió sobre la muerte en distintas ocasiones.

En discursos, cartas, poemas y trabajos periodísticos precisó en forma muy especial y elocuente el significado que tenía  morir peleando por la patria.

Ejemplo de ello es su obra Abdala, drama en verso que narra la historia de un joven guerrero que lucha en defensa de su tierra natal que ha resultado agredida.

Precisamente en la parte final de dicha obra se enfatizó:

“!Oh, que dulce es morir cuando se muere                   

luchando por defender la patria!”       

En otras de sus obras poéticas, específicamente en  sus Versos Sencillos destacó la absoluta diferencia que tenían para él las personas que mueren vil y cobardemente de las que caen en brazos de la patria agradecida. Acerca de ello expresó en uno de los 46 poemas que forman parte de este libro que fuera editado en Nueva York, en 189:.

 No me pongan en lo oscuro

 A morir como un traidor

 Yo soy bueno y como bueno

Moriré de cara al sol.

Igualmente en estos versos que fueron publicados en un libro editado en la ciudad de Nueva York en 1891 Martí manifiesta a su hijo el significado que le concede a  una muerte digna.

Señaló al respecto:

  Vamos, pues, hijo viril:

 Vamos los dos: si yo muero

Me besas; si tú… ¡prefiero

Verte muerto a verte vil!

También  en una carta dirigida a Federico Giroudi, con fecha 21 de septiembre de 1892,  José  Martí  refleja el tema de la muerte al señalar: “… yo no conozco más muerte que una y es la de perder la fe en mis compatriotas, y de eso, sé que no he de morir”.

A través de su corta pero fecunda vida Martí actúa en forma consecuente con las convicciones por él reflejadas en sus cartas, poemas, trabajos periodísticos y discursos.

En un trabajo acerca del filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson, publicado en la Opinión Nacional de Caracas el 19 de mayo de 1882 Martí expresa: “… La muerte no aflige ni asusta a quien ha vivido noblemente: sólo le teme el que tiene motivos de temer: será inmortal el que merezca serlo…”

Martí creyó en la muerte necesaria y como tal puso su vida al servicio de la causa de su pueblo sin importarle los riesgos que ello entrañaba.

Precisamente cuando se hallaba en los campos de Cuba estimulando con su presencia el desarrollo de la guerra que él había logrado reorganizar se produjo su caída.

Tengo en cuenta que Martí llegó a señalar  que cada hombre debía prestar  sin que nadie lo regañe, el servicio que lleve en sí.

En realidad sólidos principios caracterizan y tienen como base el desarrollo de la vida de José Martí.

Y para  ejemplificar  cito  lo detallado por él en una carta que en 1878, cuando sólo contaba 25 años, le enviase al  entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala, Joaquín Macal.

En dicha misiva Martí  destacó que  la vida debe ser diaria, movible, útil. Y añadió que el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo.

Igualmente en esa carta Martí precisó  como él intentaba contribuir al desarrollo de la vida y la felicidad de los seres humanos al decir: “Mi oficio, cariñoso amigo mío, es cantar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble, admirar y hacer admirar todo lo grande.”

Consecuente con estos conceptos Martí transitó  por la vida, trabajó como escritor y periodista, ejerció la función de maestro y laboró como representante diplomático de distintos países de América Latina en los Estados Unidos de América.

Y por supuesto también en correspondencia plena con esos postulados dedicó su vida al empeño de lograr la reanudación de la lucha por la independencia de Cuba.

Esto no es de extrañar porque para Martí, tal como reafirmara en lo que sería la última carta que le enviase a su madre, fechada el 25 de marzo de 1895, “el deber de un hombre está allí donde es más útil.”

Y así desafió los peligros, encaró la muerte porque creyó firmemente en lo que había expresado a través de su existencia.

Precisamente en una carta que comenzó a escribirle a su amigo mexicano Manuel Mercado  el 18 de mayo de 1895 en Dos Ríos, y que quedaría inconclusa al producirse al día siguiente su caída en combate en esa zona, señalaría:  “Mi hermano queridísimo: Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.”

Y seguidamente aseguró: “Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiados recias para alcanzar sobre ellas el fin.”

Acerca de la trascendencia de la vida y la obra de José Martí han expuesto consideraciones destacadas personalidades tanto de Cuba como de otras partes del mundo.

Por ejemplo el  doctor Enrique José Varona, en  un discurso pronunciado en  Nueva York, en 1896 en ocasión de cumplirse el primer aniversario de la caída de José Martí, precisó:  “ En todas las tareas que se impuso encontró siempre dóciles sus  múltiples aptitudes, porque esas varias y brillantes facultades, esas luminosas facetas de su gran inteligencia, convergían todas, como los radios al centro, a una facultad suprema, que las animaba y vigorizaba: el entusiasmo. Su portentosa fantasía desplegaba las alas a todos los vientos del espíritu, más no para vagar al acaso, con la facilidad gallarda del mero diletante; sino para buscar por cada rumbo lo mejor, lo más exquisito, la flor de perfección que soñaba, y que su corazón ardiente le hacía amar con indecibles transportes. Amó siempre su obra. He aquí el secreto de sus grandes éxitos. Era cada una la hija predilecta, en las horas de preparación y labor, y la concebía y la quería la más gallarda, la más hermosa, la más acabada. No colocó su ideal en un mundo inaccesible. Quiso y logró esculpirlo en la roca de la realidad. Dio valor a cada situación de su vida, precio a cada trabajo. Hizo cada vez y en cada caso lo más y lo mejor que pudo. No hay regla de vida más alta, ni más fecunda.”

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