ribbon

José Martí, el mambí

14 de mayo de 2020

|

 

800px-JoseMartiCentralParkNYC

 

Dentro de cinco días conmemoraremos 125 años de la muerte en combate de Martí. Desde la noche del desembarco, el 11 de abril, hasta después del mediodía del 19 de mayo de 1895 fueron aquellos treintinueve días de vida mambisa en los campos del oriente cubano, de los que durante treintiuno, a partir del 15 de abril, ostentó el grado de mayor general del Ejército Libertador junto a su cargo de Delegado del Partido Revolucionario Cubano.

Por tanto la responsabilidad y la representatividad política y militar de aquel hombre crecieron entonces. Y sus deberes, consecuentemente, aumentaron. Como estoy convencido de que también se acrecentó la conciencia del tremendo significado y alcance de su persona para el movimiento patriótico. Por eso escribió cartas para convocar a líderes y jefes para conversar acerca de la formación de un gobierno en Camagüey, hacia donde se dirigían a esos efectos él y Máximo Gómez, el General en Jefe. Y por eso, además, en acuerdo con Gómez, circuló un grupo de instrucciones que fijaban la política de la guerra y los procedimientos que en su actuación debían seguir las tropas libertadoras.

Hoy diríamos que Martí se convirtió en un líder político-militar, como de hecho fue reconocido por los mambises y los campesinos que trató personalmente durante las algo más de cinco semanas en que anduvo por el Oriente insurrecto, y como fue aplaudido y aclamado en las cuatro ocasiones que su oratoria inflamó los ánimos de soldados y oficiales en los campamentos mambises, como ocurrió poco antes de su caída el 19 de mayo.

El poeta, el dramaturgo, el periodista; en suma, el escritor que renovó las letras hispánicas y nuestra lengua española, cuyo original e inigualable estilo se impuso hasta en sus últimos documentos y discursos en medio de la contienda, pasaba así a convertirse aceleradamente en el conductor de su pueblo todo, ya no solo de la emigración. Prueba de ello es cómo en varias ocasiones le llamaron presidente durante los momentos de emoción del mambisado al escucharle.

Él mismo, bien lejos de cualquier vanidad que nunca entró en su alma, fijó siempre su actuación en un férreo sentido del cumplimiento del deber. Unos días antes de su partida hacia la patria, en carta de despedida a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal, el 25 de marzo, afirmó: “Yo evoqué la guerra: mi responsabilidad comienza con ella, en vez de acabar. Para mí la patria no será nunca triunfo, sino agonía y deber.”

Es la misma persona que en el campamento de Dos Ríos, declara a su amigo mexicano Manuel Mercado su gran objetivo antimperialista de alcance continental y universal: “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América.” Por eso, luego le señala meridianamente su responsabilidad: “Por acá, yo hago mi deber.” Y a continuación le explica que marcha con Gómez al centro de la isla para “deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar , conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas.” Y con desprendimiento supremo culmina así su responsable entrega: “En mí, solo defenderé lo que tenga yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecerá mi pensamiento, ni me agriará mi oscuridad.”

Entonces, ni loco, ni irresponsable ni, mucho menos, suicida fue aquel mambí que, como tantos otros, partió en su caballo, revólver en mano, a cumplir su deber en Dos Ríos. Por eso, su pensamiento no ha desaparecido; cada vez se hace más universal. Por eso, su ejemplo ha guiado siempre y aún guía a su pueblo que lo llamó en vida Maestro y Apóstol, es decir, el que enseña, el que explica, el que guía.

Galería de Imágenes

Comentarios