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José Martí: criterios acerca de la grandeza

27 de abril de 2015

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Facsímil de la carta de José Martí a su madre, desde Hanábana. Tomado del libro Cesto de llamas, de Luis Toledo Sande

A través del tiempo y en distintos lugares del mundo hay seres humanos  que con su prédica y vida pueden servir de ejemplo a sus semejantes, incluso se destacan por la influencia que ejercen aún más allá de las fronteras de su tierra natal o de su propia existencia física. Ese es el caso, sin dudas,  de José Martí.
Fue un hombre de la segunda mitad del siglo XIX, pero la trascendencia de su vida y prédica crecieron en el veinte y en la actualidad, en este tercer milenio siguen constituyendo fuente de motivación y enseñanza, tanto por la  manera que dedicó su existencia a la causa de la independencia de su tierra natal así como por los principios que supo reflejar en sus obras, trabajos periodísticos, discursos  y cartas.
Una gran mayoría de los conceptos expuestos por José Martí durante su breve pero fecunda existencia tienen en este siglo XXI una gran significación y vigencia. Tal es el caso de las cuestiones planteadas por él en relación con la grandeza.
Martí enfatizó que las grandes ideas y las grandes acciones son la familia natural de un hombre grande, grande por su interior grandeza, que es la grandeza esencial y real, halle o no ocasión de realizarse.
Para Martí la grandeza de un ser humano no se basaba en hechos específicos realizados que tuvieran una especial connotación, sino que podían ser el resultado de su modo de actuación cotidiano, y por lo que era capaz de sentir.

En una de las cartas que le escribió a su madre, Leonor Pérez,  en la fechada en Nueva York el 15 de mayo de 1894, él le llegó a  manifestar: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco, que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás se acabarán mis luchas.”
Desde la etapa de su juventud supo anteponer los intereses de su Patria a los requerimientos de la familia e, inclusive, a necesidades de tipo personal. Fue  capaz, con acciones concretas, de aplicar lo que expondría en diferentes etapas de su vida.
Precisamente en la carta que ya he citado, él también le precisó a su querida madre: “Pero mientras haya obra que hacer un hombre entero no tiene derecho a reposar.”
Consecuente con este principio no descansó porque tenía ante sí el reclamo de su Patria, y porque se debía a la obra que era necesario llevar adelante con la reanudación de la guerra por la independencia de Cuba.
Y utilizó vías adecuadas para contribuir a ese noble empeño, para lograr que en Cuba se volviese a combatir contra el yugo colonial español impuesto a través de varias centurias.
Sus anhelos, sus más íntimas motivaciones y sus concepciones acerca del desarrollo de la guerra que organizaba y otros aspectos esenciales de la vida, los  fue a su vez plasmando en sus discursos, cartas y trabajos periodísticos.
Comentó en una oportunidad que su pluma corría basada en su verdad y añadió que decía lo que estaba en él o no lo decía.
Él aquilató el poder de la grandeza, basada en la sencillez y en la sinceridad.

Acerca de esto también ofreció consideraciones en varias  ocasiones y en ello igualmente reside el hecho que alcanzara con el transcurso  del tiempo la estatura del hombre que sobresaliera por su grandeza humana, y por el sentido que le atribuyera a la honradez y al cumplimiento del deber de una forma sencilla, sin mezquindades ni ambiciones.
Martí aseguró que un hombre que oculta lo que piensa, o no se atreve a decir lo que piensa, no es un hombre honrado y además resaltó, en este caso en un comentario al drama Hasta el cielo de José Peón Contreras, publicado en la Revista Universal, de México, en la edición correspondiente al 15 de enero de 1876: “Cuando nos cautiva una grandeza, cuando el corazón se mueve de regocijo, cuando muchas bellezas nos deslumbran, se siente amor, y esperanza, y orgullo por los demás y fe en la gloria.”
Igualmente Martí enfatizó que la grandeza está en la verdad y la verdad en la virtud.
Consideró además que incluso aquellos que ya habían alcanzado cierta grandeza por su modo de actuar debían siempre plantearse mantenerla e incrementarla y al respecto en el trabajo identificado como Francia, reflejado en La Opinión Nacional de Caracas, en 1882, precisó:  “…la propia grandeza no es más que el deber de acrecentarla con nuestras labores. Recibir dones sumos no es más que contraer el deber de cultivarlos.”
Acerca de la trascendencia de la vida y la obra de José Martí el doctor Enrique José Varona,  en un discurso pronunciado en Chickering Hall, en Nueva York, el 19 de mayo de 1896 en ocasión de cumplirse el primer aniversario de la caída de José Martí, señaló:   “No colocó su ideal en un mundo inaccesible. Quiso y logró esculpirlo en la roca de la realidad. Dio valor a cada situación de su vida, precio a cada trabajo. Hizo cada vez y en cada caso lo más y lo mejor que pudo. No hay regla de vida más alta, ni más fecunda.
Atravesó la vida como quien lleva en las manos antorcha y pebetero. Más cuando llegaba el caso, quitaba del cinto el hacha o bajaba del hombro la piqueta y las empuñaba con resolución. Quería alumbrar y perfumar; pero sabìa que muchas veces es preciso antes descuajar el bosque, o acabar de derruir el edificio carcomido y ya inservible. Mas destruyera, preparara o edificara, todo lo hacía como si no hubiera de hacer otra cosa. Sabía que éste era el medio, el único medio de hacer al cabo la grande obra, que era el imán de su alma, la que sentía palpitar debajo de las otras, como se siente bullir el agua profunda en las entrañas de la roca.
Por eso fue su vida al parecer tan compleja. Peregrinó por el  mundo con una lira, una pluma y una espada. Cantó, habló, escribió, combatió; dejó por todas partes chispas de su numen, rasgos de su fantasía, pedazos de su corazón; pero en cualquier ruta, por todos los senderos su vista estaba siempre fija en la solitaria estrella, que simbolizaba su honda y perpetua aspiración del hogar, y patria.”

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