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José Martí, continuador de la guerra por la independencia de Cuba

10 de octubre de 2014

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En la zona oriental del territorio cubano se inició el 10 de octubre de 1868 la guerra por la independencia de Cuba encabezada por Carlos Manuel de Céspedes.

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José Martí era un adolescente, tenía tan sólo 15 años y residía en La Habana, cuando se produjo tal acontecimiento que desde ese instante repercutió en su vida.
No obstante su juventud y el hallarse distante de donde comenzaron a librarse los enfrentamientos de los patriotas cubanos con los soldados españoles Martí no se mantuvo ajeno a la lucha por lograr la liberación de Cuba del dominio colonial español.
Ya desde antes del desencadenamiento de la guerra Martí había asimilado las enseñanzas de carácter patriótico que su profesor Rafael María de Mendive le había trasmitido.
No es de extrañar que unos meses después de haberse iniciado la lucha independentista el joven Martí evidenciara lo que sentía y patentizara su respaldo en un soneto que tituló, precisamente, 10 de octubre.

 
En la parte inicial de ese poema señaló:

 
“No es un sueño, es verdad:
Lanza el cubano pueblo, enfurecido:
El pueblo que tres siglos ha sufrido
Cuanto de negro la opresión encierra.”
Del ancho Cauto a la escambraica sierra,
Ruge el cañón, y al bélico estampido,
El bárbaro opresor, estremecido,
Gime, solloza, y tímido se aterra.

 
Posteriormente él siguió utilizando la palabra para denunciar las atrocidades de las autoridades coloniales españolas y ratificar el derecho que tenían los cubanos a luchar por la independencia de la tierra donde habían nacido.
Fue así como, por ejemplo, en España, donde había sido deportado, publicó en 1871 el folleto titulado El Presidio Político en  Cuba y también otro trabajo, en este caso en 1873,   sobre la República española ante la Revolución Cubana.
En ese material tras detallar que su patria escribía  con sangre su resolución irrevocable y que sobre los cadáveres de sus hijos se alzaba a decir que desea firmemente su independencia, patentizó:  “Y Cuba se levanta así. Su plebiscito es su martirologio. Su sufragio es su revolución. ¿Cuándo expresa más firmemente un pueblo sus deseos que cuando se alza en armas para conseguirlos?”
Con el decursar de su existencia Martí no dejó de utilizar la palabra oral o escrita para dar una contribución decisiva al empeño de alcanzar la liberación de Cuba del yugo colonial español.
En los años finales de la década del 80 y principios del siguiente lustro, en el siglo XIX, él pronunció vibrantes discursos, entre ellos varios en Nueva York en las conmemoraciones de la fecha del 10 de octubre en los que ratificó  la decisión de los cubanos, y la suya en específico, en dar su contribución a la reanudación de la guerra.
Por ejemplo en el acto celebrado en 1887 en el Masonic Temple de Nueva York, afirmó: “Los misterios más puros del alma se cumplieron en aquella mañana de la Demajagua, cuando los ricos, desembarazándose de su fortuna, salieron a pelear, sin odio a nadie, por el decoro, que vale más que ella: cuando los dueños de hombres, al ir naciendo el día, dijeron a sus esclavos: “!Ya sois libres!”.
Al año siguiente se refirió al significado de la lucha, que no estaba dirigida contra el español asentado en el territorio cubano, sino contra el régimen despótico impuesto por España.
Una profunda reflexión acerca de la situación existente en su tierra natal y lo que debían hacer los cubanos para alcanzar su independencia fue expuesto por Martí en otro discurso el 10 de octubre de 1889, en el Hardman Hall de Nueva York. Igualmente evocó la labor y el heroísmo de los que iniciaron la lucha por la independencia el 10 de octubre de 1868 al expresar: “El observador juicioso estudia el conflicto; se reconoce deudor a la patria de la existencia a que en ella nació; y cuando, por la ineficacia patente y continua de los recursos cuyo ensayo no quiso ni debió turbar, ve comprobada la necesidad de pagar, en cambio de la vida decorosa y el trabajo libre, el tributo de sangre; cuando con el tributo de sangre de una generación, se salvará la patria del exterminio lento; cuando con las virtudes evocadas por la grandeza de la rebelión pueden apagarse, y acaso borrarse, los odios y diferencias que amenazan, tal vez para siglos, al país; cuando el sacrificio es indispensable y útil, marcha sereno al  sacrificio, como los héroes del 10 de Octubre, a la luz del incendio de la casa paterna, con sus hijos de la mano.”
José Martí volvió a hablar en otro acto conmemorativo del 10 de octubre efectuado en 1890, también en el Hardman Hall de Nueva York. En esa ocasión comenzó su discurso evocando a los caídos en la anterior etapa de la lucha por la independencia y señaló cuál era la actitud que debía asumirse para rendirles un verdadero homenaje. Dijo: “Otros llegarán sin temor a la pira donde humean, como citando con la hecatombe, nuestros héroes; yo tiemblo avergonzado: tiemblo de admiración, de pesar y de impaciencia. Me parece que veo cruzar, pasando lista, una sombra colérica y sublime, la sombra de la estrella en el sombrero; y mi deber, mientras me queden pies, el deber de todos nosotros, mientras nos queden pies, es ponernos en pie, y decir: “¡presente!”
El 10 de octubre de 1891 Martí también intervino en el acto por tan significativa fecha. Nuevamente el escenario fue el Hardman Hall de Nueva York. Y volvió en esa  ocasión a homenajear a los iniciadores de la lucha por la independencia de Cuba a los que calificó de la siguiente manera: “Aquellos padres de casa, servidos desde la cuna por esclavos, que decidieron servir a los esclavos con su sangre, y se trocaron en padres de nuestro pueblo; aquellos propietarios regalones que en la casa tenían su recién nacido y su mujer, y en una hora de transfiguración sublime, se entraron selva adentro, con la estrella a la frente; aquellos letrados entumidos  que, al resplandor del primer rayo, saltaron de la toga tentadora al caballo de pelear; aquellos jóvenes angélicos que del altar de sus bodas o del festín de la fortuna salieron arrebatados de júbilo celeste, a sangrar y morir, sin agua y sin almohada, por nuestro decoro de hombres; aquellos son carne nuestra, y entrañas y orgullo nuestros, y raíces de nuestra libertad y padres de nuestro corazón, y soles de nuestro cielo y del cielo de la justicia, y sombras que nadie ha de tocar sino con reverencia y ternura.”
Igualmente de manera muy especial no puedo dejar de mencionar que cuando se hallaba en la etapa inicial del último decenio del siglo XIX trabajando en la reorganización de la lucha por la independencia cubana él incluso creó un periódico que tituló “Patria” y que concibió como vehículo idóneo para divulgar las ideas revolucionarias y todo lo relacionado con la organización y posterior desarrollo de lo que llegara a calificar como la guerra necesaria.
En el primer número de esa publicación Martí publicó un trabajo central titulado Nuestras ideas en el que enfatizó: “Es criminal quién promueve en un país la guerra que se le puede evitar; y  quién deja de promover la guerra inevitable.” Y seguidamente: “El que no ayuda hoy a preparar la guerra, ayuda ya a disolver el país”.
Y al hablar acerca del papel de los hombres aseveró: “Los fuertes, prevén; los hombres de segunda mano esperan la tormenta con los brazos en cruz”.
Martí prosiguió haciendo un análisis en torno al significado que podría tener la reanudación de la guerra, y a propósito dijo que no era el caso preguntarse si la guerra era apetecible o no, puesto que ninguna alma piadosa la podía apetecer, sino ordenarla de modo que ella propiciara la paz republicana y agregó: “Ni la guerra asusta sino a las almas mediocres, incapaces de preferir la dignidad peligrosa a la vida inútil.”
Además expresó que la guerra no se haría contra el español sencillo que habitaba en la tierra cubana, sino “contra la dependencia de una nación incapaz de gobernar un pueblo que sólo puede ser feliz sin ella”. Y añadió que “la guerra tiene de aliados naturales a todos los españoles que quieran ser felices”.
Y aseguró: “La guerra no ha de ser para el exterminio de los hombres buenos, sino para el triunfo necesario sobre los que se oponen a su dicha”.
Más allá de toda la intensa labor realizada durante años Martí  concibió que una vez reiniciada la guerra su  misión era estar allí en donde se libraban los combates y de esa manera se trasladó hacia Cuba y poco tiempo después cayó en un enfrentamiento con los soldados españoles.
Martí con la fuerza de su palabra, con  su dedicación y también con su ejemplo fue el gran continuador de la obra iniciada por Carlos Manuel de Céspedes y los patriotas que lo secundaron aquel 10 de octubre de 1868 en el ingenio La Demajagua cuando dio comienzo la guerra por la independencia de Cuba que se prolongo inicialmente durante casi diez años.

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