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José Martí ante la mujer

4 de marzo de 2022

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La cercanía del Día Internacional de la Mujer, el próximo 8 de marzo, conduce a reflexionar acerca de la mirada del Maestro hacia la mujer. Algunas personas que se han referido al tema han planteado que el cubano, por razones de época, no tuvo una perspectiva tan cercana a la que hoy se manifiesta en cuanto a los derechos de la mujer y a la plena igualdad con los hombres. Ciertamente, aunque durante la segunda mitad del siglo XIX hubo pronunciamientos en tal sentido, ellos resultaban minoritarios frente a la práctica social que la ponía a la zaga del hombre.

En el caso de Martí, además de juicios que iban más allá de los predominantes entonces acerca de la dura vida de las mujeres obreras y de prestar atención frecuente a la demanda del derecho al voto de la mujer en Estados Unidos y del acceso de algunas a cargos públicos, en dos cartas íntimas expresó puntos de vista muy diferentes a los que dominaban la conciencia social de entonces y emitió juicios notables por su mirada desprejuiciada y en ciertos ángulos liberadora para las mujeres.

La primera de esas cartas fue a su hermana Amelia. Escrita probablemente en 1880, cuando esta contaba con 18 años de edad, el hermano trata un asunto quizás aludido por ella en la misiva a la que él responde. Sobre el amor, lógico interés de aquella muchacha que casi seguramente ya sentía su atracción, Martí le explica así: “Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después de largo examen, detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse.” Y más adelante le señala, desde su propia experiencia, que “una mujer de alma severa e inteligencia justa” debe distinguir “entre el placer íntimo y vivo, que semeja al amor sin serlo (…) al ver a un hombre que es en apariencia digno de ser estimado” y “el otro amor definitivo y grandioso”, “que ha de durar toda la vida.”

Obsérvese que Martí no maneja el criterio, tan propio de aquellos momentos del matrimonio como el camino hacia la seguridad de la esposa garantizada por el marido, particularmente en el plano material.

La otra carta fue la escrita a María Mantilla en Cabo Haitiano, Haití, República Dominicana el 9 de abril de 1895, cuando se aprestaba a embarcarse para la guerra de Cuba. A la muchacha de 15 años en la que había depositado su amor paternal le pregunta: “¿qué hace allá en el Norte, tan lejos? ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e independiente de la vida, para ser igual o superior a los que vengan luego, cuando sea mujer a hablarle de amores —a llevársela a los desconocido, o a la desgracia, con el engaño de unas cuantas palabras simpáticas, o de una figura simpática? ¿Piensa en el trabajo, libre y virtuoso, para que la deseen los hombres buenos, para que la respeten los malos, y para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y el vestido? Eso es lo que las mujeres esclavas —esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse —llaman en el mundo ’amor’.

En dos palabras: Martí incita a María Mantilla a crearse una vida propia, a no ser una mantenida en función del marido, a ser, como diríamos hoy, una mujer independiente. Ya semanas atrás, en carta para María y su hermana Carmita, les había sugerido que pusieran juntas una escuela para niñas.

¿Acaso no son válidos hoy, plenamente, semejantes razonamientos para dar lugar a mujeres independientes, no esclavas? ¿No se trata la carta martiana de aconsejar a ese fin? ¿No marchaba entonces Martí por ese camino hacia la liberación de la mujer?

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